Arriba y abajo del escenario
Hay artistas que merecen ser escuchados arriba y abajo del escenario. La profundidad y experiencia de Adrián Iaies lo acreditan como voz calificada en ambos espacios. No sólo se lo disfrutó el sábado en el teatro San Martín, donde confirmó que era una de las grandes estrellas de proyección internacional que engalonó el Septiembre Musical del Bicentenario que comienza a despedirse (lamentablemente no llegó a llenar la platea, pese a la calidad de su recital y al talento personal y de quienes lo acompañaron en la presentación de sus dos últimos discos, tan nuevos que aún no se comercializan), sino que dejó conceptos sobre gestión cultural que bien vendría que sean escuchados y atendidos por los responsables locales de los diferentes espacios.

Los consejos alcanzan a la Provincia (en sus diferentes oficinas donde atiende lo cultural, en especial a los entes autárquicos), a los municipios y a la Universidad Nacional de Tucumán; pero bienvenido sea que también lleguen a los pocos promotores de hechos artísticos del ámbito privado que trabajan en el territorio local.

Claro está que los intereses entre unos y otros son distintos, y es lógico que así lo sean: los funcionarios públicos tienen la carga de atender los múltiples reclamos de una sociedad, diversa, plural y en constante tensión entre gustos y oferta cultural, abanico complejo al que deben responder creativamente. Los particulares pueden regirse por objetivos más segmentados en cuando a opciones estéticas o centrarse sólo en una propuesta, dado que su función social es diferente. Eventualmente, su propuesta debería complementarse con la estatal, ideal del cual aún estamos muy alejados. Por el contrario, muchas veces lo que ofrece lo público y lo privado es extrañamente parecido, se financia desde la misma caja estatal o, lo que es mucho peor, se piensa desde el mismo lugar relacionado con la reducción al mínimo del riesgo y con la búsqueda de la masividad en la respuesta de los espectadores.

El Estado debe arriesgar allí donde el privado no puede o no quiere hacerlo. Se tiene que manejar con una lógica alejada de la rentabilidad económica y la relación directa entre lo que se invierte y lo que se recauda, y animarse a experimentar con artistas desconocidos. Si lo hace con rigor, no debe temer del resultado.

Iaies lo dijo en la entrevista publicada por LA GACETA el sábado, respecto de su labor como programador de espectáculos en La Usina del Arte (sala del municipio porteño que viene siendo espacio de referencia musical) y como director del Festival Internacional de Jazz de Buenos Aires. “Si uno es muy estricto y exigente con lo que programa, la gente termina yendo a los conciertos aunque no conozca al artista, porque sabe que nunca se va a clavar”, sostuvo. El concepto mercantil de fidelización de una cartera de clientes (el público en este caso) es clave: no se rige por el nombre que se presenta, de mayor o menor fama, sino por el prestigio del programador, que garantiza con su nombre y con su trayectoria la calidad ofrecida.

Esas palabras no pueden quedar en el aire. Habla de la seriedad de un proyecto de fondo, que debe tener la coherencia entre sus metas y a la cohesión hacia el interior de los procesos como principios irrenunciables. “Un festival no se hace con plata; se hace con imaginación, con ideas”, agregó el pianista, haciendo referencia a algunas faltantes en los despachos oficiales. Una de las grandes -y muy satisfactorias- sorpresas de este Septiembre Musical austero fue el trío francés que encabezó la cantante Nesrine Belmokh, recomendación llegada al Ente Cultural de Tucumán de boca del propio Iaies. De hecho, el costo del pasaje internacional estaba amortizado porque la artista iba a actuar en La Usina y sólo se costeó el tramo local y un cachet accesible.

Terminar un Septiembre del Bicentenario único como el actual sin una sola clínica formal o clase abierta pese a los numerosos músicos intervinientes es una señal respecto de que se prioriza lo espectacular para que lo vea el público (mucho o poco), antes de complementar toda función con la formación de los artistas locales, experiencia que puede dar resultados importantes a mediano plazo con el crecimiento y la experimentación en la provincia.

Pero la carencia de una agenda que se juegue por la innovación en lo artístico no es únicamente del Ente Cultural en el festival anual que encara la recta final, sino que alcanza otros despachos oficiales, como se reproduce en el Julio Cultural de la UNT, los dos hitos de mayor importancia que propone el Estado en Tucumán. Vuelve el pensamiento de Iaies: “la gente necesita convencerse de que la cultura de un país va hacia donde la sociedad quiere, no es algo que se pueda digitar”. De ese criterio se desprende la posibilidad social de apropiarse de los bienes culturales y definir su orientación y destino. La labor del funcionario de turno será, entonces, escuchar las diferentes voces y compensar distorsiones, pensamientos predominantes, segmentaciones y diferencias de desarrollo; en definitiva, gestionar los intereses colectivos para atender a la “la mayor pluralidad y diversidad posible, porque así se puede crecer”, en palabras del músico.

Una de las apuestas por venir en esta línea de pensamiento es la promesa de la Municipalidad de la Capital de crear un cuerpo colectivo integrado por funcionarios y representantes del colectivo teatral para definir el uso de la sala Rosita Ávila (en el ex Abasto) a partir de 2017. El desafío de definir una programación que atienda y satisfaga a la mayoría de las propuestas de la sociedad teatral será sólo una parte de la política; el resto será proyectar lo bueno que se consiga hacia otros espacios de la gestión, por fuera de lo meramente espectacular. De ese modo se alcanzará otra máxima señalada por Iaies: la cultura es asumida por la sociedad como “un derecho que no se le puede quitar”.

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