Las vicisitudes crónicas de los adultos mayores

Las vicisitudes crónicas de los adultos mayores

Están en todas partes. En las casas, en las calles, en las plazas, en los consultorios, en los hospitales, en los geriátricos, pero también dictando clases aún en las universidades, inmersos en nuevos proyectos... Los adultos mayores siguen pedaleando su presente de acuerdo con sus posibilidades de salud, económicas y con sus sueños, porque “envejecer es todavía el único medio que se ha encontrado para vivir mucho tiempo”, decía el escritor francés Charles Sainte-Beuve.

Lo cierto es que tarde o temprano la vejez nos llega y cuando ocurre el momento de dejar la vida “activa”, se espera que el Estado y el resto de la sociedad reconozcan el esfuerzo de toda una vida con una jubilación y un trato dignos que permita afrontar los últimos años, por lo menos, sin mayores aflicciones económicas. Pero mientras en otros lugares los viejos tienen todo tipo de beneficios, en nuestra sociedad, los haberes de la mayor parte de ellos son inferiores a la canasta básica alimentaria que asciende a $12.489,37 si se le suma vestimenta, transporte, educación y salud, entre otros ítems. De acuerdo con el censo de 2010, en Tucumán, son 170.000 los adultos mayores, entre jubilados, pensionados, y aquellos que viven en situación de calle o en pensiones, que reclaman el acceso a servicios de salud y de recreación, principalmente; piden también oportunidades de empleo porque el haber jubilatorio no les alcanza para vivir.

Nuestra sección Cartas refleja con mucha frecuencia las vicisitudes de nuestros mayores. “Hace más de 30 años que se discute el atraso del haber mínimo. El trato dado a los jubilados es tenebroso y canallesco; hoy $5.616, frente al haber mínimo vital y móvil de $7.560 es más que evidente. Se los está condenando a una muerte en vida, además de los ya fallecidos sin ninguna reparación”, escribió el 24/9 el lector Juan Pablo Bernard. En nuestra edición de hoy, la lectora señala que los geriátricos del Estado están abarrotados de abuelos, al igual que los hospitales en donde muchos de ellos, prácticamente viven allí, son dados de alta e ingresan otros tantos cada semana. “Es impresionante el abandono de los abuelos en esta provincia. Y esta situación motiva la carta que escribo para que todo el mundo tome conciencia. El Estado sobre todo... exijo que este Gobierno que se dice de “justicia social” haga algo y urgente. ¡Tantos dineros que los legisladores ocuparon para hacer “su” política personal! Con esos dineros se podría haber construido por lo menos tres hogares para los viejitos”, dijo.

El lunes pasado, Rubén Albornoz se refirió a “la experiencia más nefasta y repudiable que dejó el ex gobernador es la de no haber cumplido con la ley sobre el 82% que se le debe a los jubilados” y agregó: “duele mucho ser subestimado, más aun habiendo sentencia firme de la Suprema Corte de Justicia de la provincia”.

Podrían enumerarse otras postergaciones cotidianas que padecen los jubilados, por ejemplo, en materia de salud o las largas colas y esperas bancarias que deben soportar para cobrar sus haberes. Ni los miembros del Ejecutivo, del Legislativo ni del Judicial parecen no haberse percatado que desde hace años, todas las semanas los jubilados marchan por la plaza Independencia, reclamando dignidad y justicia. Da la impresión de que una suerte de pátina los invisibiliza ante los ojos gobernantes que, al parecer, no perciben las penurias de los viejos, tal vez porque ellos, no atravesarán por esos problemas, puesto que al pasar a retiro, no lo harán precisamente con la jubilación mínima. Probablemente sea cierto lo que afirmaba, Sócrates, filósofo griego: “los que en realidad aman la vida son aquellos que están envejeciendo”.

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