Las enseñanzas de la Batalla de Tucumán

Las enseñanzas de la Batalla de Tucumán

Un abogado devenido en general, un ejército y un pueblo fueron los protagonistas de una historia de determinación y coraje que tuvo lugar en San Miguel de Tucumán. “La gente de esta jurisdicción ha decidido sacrificarse con nosotros. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos, que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos”, le escribió al gobierno de Buenos Aires. Manuel Belgrano decidió dar batalla y derrotó a los realistas el 24 de septiembre de 1812. Han transcurrido desde entonces 204 años de esa victoria que abrió el camino para la independencia argentina.

La decisión de plantarse para enfrentar al enemigo no fue fácil. El creador de la Bandera había llegado a Yatasto (Salta) a fines de marzo de 1812 para tomar el mando del Ejército del Norte, vencido y desmoralizado. Los soldados apenas llegaban a 1.500 y de ellos, la cuarta parte estaba hospitalizada; la artillería era mínima. En mayo, estableció en Jujuy su cuartel general. Por orden del virrey de Lima, con más de 3.000 hombres, Pío Tristán avanzó sobre las provincias del norte. Ante el peligro y la inferioridad de condiciones, Belgrano arengó al pueblo jujeño; ordenó que quemaran todo lo que podía ser útil al enemigo y le pidió que siguiera al ejército patriota. Se produjo entonces el “Éxodo jujeño”. El poder central ordenó al creador de la Bandera retirarse desde Jujuy hasta Córdoba, si los españoles ocupaban Salta, como finalmente sucedió.

El invasor realista cargó exitosamente sobre la retaguardia, a cargo del teniente coronel Eustoquio Díaz Vélez en las inmediaciones del río Las Piedras el 3 de septiembre. Belgrano no se hallaba lejos, contraatacó y puso en fuga al realista. El combate resultó clave para levantarle la moral a la tropa. Luego de la acción, Belgrano meditó sobre sus próximos pasos. Buenos Aires le ordenaba la retirada a Córdoba, pero obedecerlas implicada dejar a todo el norte en poder de los realistas. Se trataba de una difícil decisión. Cambió su ruta e hizo creer a los realistas que no se detendría en Tucumán. El Cabildo le envió una comisión para persuadirlo de que se quedara en nuestra ciudad. Un grupo de vecinos, encabezado por Bernabé Aráoz, se dirigió al campamento de La Encrucijada. Cuando Belgrano les comentó la cantidad del dinero y de hombres que necesitaba, le aseguraron que aportarían el doble. Belgrano, así como su tropa y los vecinos, se encomendaron a la Virgen de la Merced para que los ayudara en la batalla. La victoria se produjo el 24 de septiembre. Al día siguiente, Belgrano le propuso a Tristán que capitulara, pero este rechazó el ofrecimiento y en la medianoche del 25 se retiró a Salta.

La Batalla de Tucumán fue un ejemplo desde todo punto de vista. Ante el peligro inminente, todo un pueblo se unió tras un objetivo común: la defensa de la vida y de la libertad, guiado por un hombre de excepción, que encarnó el coraje, la humildad, la dignidad, el desinterés económico personal, la decencia, valores que deberían ser imitados siempre por los representantes del pueblo. El mejor homenaje a los padres de nuestra patria no es recordarlos solamente a través ofrendas florales en los monumentos o de actos protocolares, sino aprender de sus enseñanzas e imitarlas con acciones. “Sin educación, en balde es cansarse, nunca seremos más que lo que desgraciadamente somos... deseo ardorosamente el mejoramiento de los pueblos. El bien público está en todos los instantes ante mi vida... no busco glorias si no la unión de los americanos y la prosperidad de la patria”, decía Manuel Belgrano.

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