Dioses de los árboles, de las flores y de la primavera

Dioses de los árboles, de las flores y de la primavera

En el Parque 9 de Julio se pueden ver dos deidades petrificadas por el tiempo o, para ser más precisos, convertidas en hierro colado: son Flora y Dríade.

DRÍADE. El espíritu de los árboles; se la encuentra cerca del club Lawn Tennis DRÍADE. El espíritu de los árboles; se la encuentra cerca del club Lawn Tennis
24 Septiembre 2016

SEBASTIAN ROSSO / LA GACETA 

La primavera todo lo reverdece. Aparecen brotes tiernos y flores, las hiedras retoman su tejido. Las ninfas y las diosas salen de sus guaridas invernales. Tucumán comienza con un agosto que huele a azahares y pocas semanas después todo se cubre de amarillos, rosados, turquesas y blancos. Apenas demorados por la sequedad de la estación, los colores y las fragancias se intensifican, el calor se levanta. En el Parque 9 de Julio se pueden ver dos deidades petrificadas por el tiempo o, para ser más precisos, convertidas en hierro colado: son Flora y Dríade, aunque la inscripción en el pedestal de la primera diga inexplicablemente “Amadrigada”. Se encuentra la primera en la esquina de Terán y Carlos Thays, casi frente a la entrada de la Facultad de Psicología. La segunda, está ubicada en la soledad del cruce entre Carlos Thays y Las Tipas, por la calle que sigue al Club Lawn Tennis hacia el este.

Mitología

Nos han dicho que la cultura se opone a la naturaleza, pero sabemos que una se solapa sobre la otra, animándola hasta otorgarle un semblante humano. Griegos y romanos hicieron de la naturaleza y sus ciclos una fuente multiforme de dioses, seres sobrenaturales y leyendas. Entre ellos, las ninfas habitan en la tierra, como espíritus que dan vida a la naturaleza, y reinan sobre los ríos, arroyos, árboles. Impetuosos y devastadores a veces, previsibles y vivificadores otras, ellos nos regalan el nacimiento, el amor y la muerte. Para Pierre Grimal, en su “Diccionario de Mitología Griega y Romana”, las Ninfas son “doncellas que pueblan el campo, el bosque y las aguas y personifican su fecundidad”. Viven en las grutas, donde cantan como los pájaros e hilan como las arañas.

Dríades

A pesar de ser deidades menores, las ninfas eran hijas de Zeus. Entre ellas se distinguieron las Náyades y las Nereidas. También las Dríades y Hamadríades, espíritus que viven en los bosques, como conjunto, y en cada árbol, en particular. De ellos son su fuerza vital y cada árbol posee su dríade.

Estos genios menores alimentaban “la imaginación del pueblo”, que era donde más se les rendía culto, interviniendo “en numerosas narraciones folclóricas europeas”. Estuvieron asociadas a leyendas amorosas con héroes, aunque para Grimal, sus amantes ordinarios fueron los espíritus masculinos de la Naturaleza: Pan, Príapo, los sátiros. En varios relatos se enamoran y raptan adolescentes campesinos, que terminarán por ser sus amantes.

Como se ve, en la mitología los seres humanos, los dioses y la naturaleza son interdependientes. Conforman un todo, donde también la armonía, el amor, el deseo y la violencia forman un crisol que escapa a nuestra concepción moderna.

Flora

Según esa mitología, Flora era la diosa de las flores y la primavera. “La potencia vegetativa” que hacía florecer los árboles y las plantas. Era quien reinaba sobre todo lo que florece y la honraban las poblaciones itálicas durante el mes de abril, que trasladado a nuestro hemisferio sur correspondería al de septiembre. Para Ovidio, la Flora romana fue una adaptación de una leyenda precedente: antes de ser la diosa itálica, había sido la ninfa griega Cloris, quien “vagando por los campos, un día de primavera fue vista por Céfiro, el dios del viento, quedando enamorado de ella”. Como en otras leyendas, esta pasión dio lugar al rapto que terminó con Cloris como esposa del viento y madre de sus hijos. En recompensa por el amor que le inspiraba, Céfiro le concedió el don de reinar sobre las flores. Los romanos celebraban en su honor las “Floralia”, con juegos y danzas que duraban días, en las que intervenían las jóvenes cortesanas y llegaron a tener un abierto contenido sexual al final de Roma.

Estilo

No sólo se narraron y se festejaron las leyendas grecorromanas en toda Europa. Incluso cuando ya nadie creía en ellos, también les dieron imagen a sus dioses. A principios del siglo XVIII, en algunos países europeos, el estilo barroco llegó a un punto de quiebre. Los recursos decorativos se exageraron y las formas grandiosas de las esculturas dieron paso “a la gracia, a la sensibilidad y al sueño” según Jacques Thirion. Este nuevo estilo se llamó “Rococó”. En la Francia del Rey Sol, “el arte se feminiza, la glorificación de la mujer asume particular importancia”. Fue el momento en que se destacó el escultor Antoine Coysevox, brillante discípulo de Lerambert, descendiente de españoles. Fue tildado “el más ardiente de los escultores del gran equipo de Versalles”, por el mismo Thirion.

En su época se desarrollaron los grandes jardines, donde se unen las formas y los dioses clásicos con la naturaleza. Eso sí, una naturaleza completamente dominada y formateada. Obligada a seguir el ritmo riguroso de los hombres y su geometría. “Flora” y “Dríade” fueron modeladas por Coysevox con destino a los bosques del Palacio de Marly, para el placer personal del ya anciano Luis XIV. Las firmó en 1710 a la primera y en 1709 a la segunda. Tiempo después, fueron a parar a los jardines de las Tullerías.

Hierro

Flora sostiene una guirnalda de flores en sus manos; Dríade está saliendo de un árbol, que se entrevé bajo sus piernas. Ambas van coronadas con vegetales y secundadas por un angelito a sus espaldas.

Las dos esculturas de nuestro Parque 9 de Julio son producciones de la fábrica francesa más prestigiosa del siglo XIX: las Fonderies du Val d’Osne. Son copias hechas en hierro colado, a partir de los originales de mármol de Coysevox. Adquiridas a comienzos de la década de 1920 para ocupar el gran parque público tucumano, no estaban destinadas al solaz de ningún rey ni corte de nobles, sino para la educación de toda una población criolla. Los valores de la Antigüedad europea, junto a su ciencia y toda su historia, representaban los ideales donde debía abrevar la joven nación.

Nuestras piezas están un poco deterioradas. A Dríade le falta el dedo pulgar y el mayor de la mano izquierda. Por otro lado, están (como la mayoría de las esculturas de Tucumán) tan sobrepintadas que van perdiendo de a poco sus rasgos. Deberían ser pulidas y restauradas. Hasta una vieja escultura pretende reverdecer en primavera. Sería esperable que los dioses también.

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 Árboles que no mueren de pie

 Dice una leyenda latina que cada dríade nace con un árbol y participa de su destino. Deberíamos entonces suponer que cuando alguno de ellos se quiebra y cae, es el espíritu el que se rompe y produce daños. Pero hasta aquí llega la mitología. Lo que sigue es cosa de hombres, vecinos y funcionarios. Un viejo flagelo de Tucumán es el mal estado de varios de sus hermosos árboles, con el peligro que ello significa. Todos los veranos se caen árboles produciendo grandes daños y pérdidas. Es de esperar que a esta altura del año, con tórridos días y tormentas que se avecinan, los municipios asuman la responsabilidad que les cabe de prevenir esos siniestros, por el bien de sus dríades y de sus ciudadanos. 

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