Los pecados capitales de Macri
El gobierno nacional se fumó las expectativas del primer semestre y va camino a perder en unos meses sus primeras elecciones en ejercicio del poder.

Producto de un sistema electoral desastroso, que ya probó con creces ser un fracaso y que obliga a los argentinos a vivir en permanente estado comicial, las gestiones se plebiscitan cada dos años.

No sería ese el mayor problema, sino que los políticos, funcionarios electos, designados y opositores, dedican probadamente más tiempo a los comicios que a las gestiones.

Entre armar frentes, alianzas, definir estrategias, recaudar fondos y participar de las campañas y de las distintas y copiosas elecciones, cada dos años están más concentrados en las urnas que en solucionar los problemas de la gente.

En 2015 las elecciones comenzaron en marzo con Catamarca (las campañas ya habían arrancado a fines de 2014) y el país estuvo literalmente secuestrado por el proselitismo (traumática transición mediante) hasta la asunción de Mauricio Macri, el 10 de diciembre. Se perdió casi un año y medio.

Además, pareciera que los discursos y las acciones siempre están más inclinados a la propaganda y a la demagogia cortoplacista que a la verdad que la sociedad necesita conocer para tomar decisiones de todo tipo. Y también para saber dónde cuerno estamos parados, un contexto jabonoso que se ha vuelto patológico en la Argentina. Todo dato está condicionado por quién lo dice. Ahora, por ejemplo, a Cristina Fernández le preocupa la inflación que antes era un invento golpista y a Hugo Moyano dejó de importarle el impuesto a las ganancias, reclamo por el que el año pasado paró el país.

Recién han transcurrido nueve meses de gobierno macrista y los dimes y diretes llevan y traen candidaturas, renovaciones partidarias, rupturas y nuevas alianzas políticas.

El peronismo postkirchnerista intenta reacomodarse cuchillo en mano, mientras el Frente Renovador tercia en esa interna, suma protagonismo y nuevos dirigentes, y Cambiemos sufre sus propias tensiones internas y ya se anticipan varios portazos si los resultados no empiezan a verse. Y sobre acciones concretas para salir del pozo, demasiada macroeconomía y macro reformas que no terminan de concretarse. Porque a no engañarse, con 15 millones de pobres, la mitad de los trabajadores en negro y el 80% de los asalariados que no llega a fin de mes, Argentina sin dudas está en un pozo bastante profundo.

Mientras millones de argentinos carecen de los servicios más básicos y pasan hambre, la clase dirigente ocupa un año en campañas y el siguiente en preparar la próxima campaña.

El argentino promedio, sin distingos de clases, lleva el voto en la billetera y no es ninguna novedad que las billeteras han enflaquecido durante la gestión de Cambiemos.

Por más que el presidente Mauricio Macri y su gabinete empresario decidieran hoy dar un brusco timonazo populista para colocar más efectivo en la calle -lo que es altamente improbable que ocurriera- no hay tiempo físico para que cualquier medida que se tome llegue a impactar en el bolsillo de la gente antes de las elecciones.

Todo indica que las urnas le dirán a Macri “así no”. Devaluación, recesión, inflación, caída del salario y del poder adquisitivo, tarifazos bestiales, aumento del desempleo y de la pobreza, caída de la producción, de las exportaciones y del consumo y, finalmente, inversiones que no llegan. ¿A quién se le ocurriría invertir en un país donde caen las ventas?

La idea de que los capitales vendrán sólo porque ahora gobiernan empresarios amigos es ingenua y de absoluta ignorancia sobre cómo palpitan los insaciables mercados internacionales. Y más cuando esos empresarios, incluidos el presidente y varios de sus colaboradores, tienen más dinero afuera del país que adentro y porque además no han hecho más que acrecentar la fuga de capitales desde que asumieron. Más precisamente, la mayor fuga de capitales de los últimos siete años, según datos oficiales del propio Banco Central.

Ni siquiera el positivo acuerdo con los holdouts puede lucirse en la vitrina de los trofeos, porque en este corto lapso el gobierno ya ha tomado deuda por más de 30.000 millones de dólares, el 85% del cual se ha utilizado para gastos corrientes y sólo el 15% fue destinado a inversiones privadas.

Es decir, nada nuevo para los argentinos: nos endeudamos para sostener el déficit fiscal de un Estado elefantiásico, ineficiente, burocrático y corrupto de punta a punta. Un Estado administrado en los hechos, aunque no en las formas, por cientos de pequeñas -y algunas no tan pequeñas- mafias organizadas en todos los estamentos y oficinas de la administración pública municipal, provincial y nacional, desde Ushuaia a La Quiaca.

De los 19 millones de trabajadores activos que hay en el país, 13 millones son empleados públicos.

El poco tiempo de gestión sigue siendo una ventaja para el gobierno porque le permite seguir apostando a las expectativas. Para mejorar una casa hay que bancarse a los albañiles, el ruido, la mugre y vivir incómodos un tiempo. Y al gobierno aún le queda margen para pedir paciencia, bajo la tesitura de que este sacrificio es necesario para estar mejor. También es ciertamente doloroso hablar de paciencia en un país donde la pobreza, salvo esporádicas y breves excepciones, no baja del 25% desde 1974, con picos que han superado el 45% a nivel nacional y hasta el 70% en algunas provincias.

Los funcionarios se muestran optimistas respecto de que en diciembre comenzarán a verse algunos resultados. Creen que la inflación ya estará controlada, que empezará a crecer el consumo a partir de la reactivación de la obra pública, y que por lo tanto habrá más inversiones, y que la eliminación de algunos impuestos comenzará a impactar positivamente en las Pymes, principales generadoras de empleo privado del país.

Si esto no ocurre se avecina un verano complicado y la derrota electoral del año próximo está garantizada, más allá de los candidatos.

Si esto efectivamente ocurre y Argentina arranca 2017 con todos estos índices en alza, no habrá tiempo suficiente para que las caras largas muten en sonrisas antes de las elecciones.

Cambiemos no ha cometido aún muchos pecados mortales, pero está plagado de pecados capitales. Para los cristianos, los pecados capitales no se denominan así por su gravedad o magnitud sino porque son la base o el origen de muchos otros pecados. Decía Tomás de Aquino que los capitales son vicios tan deseables que en la búsqueda de su concreción es donde el hombre comete pecados más graves o mortales. Un ejemplo puede ser la lujuria, que en sí no es grave, pero que en su acometida puede terminar en una violación, que sí es una falta severa.

La designación del ingeniero químico Juan José Aranguren, presidente de Shell durante 12 años, a cargo del Ministerio de Energía, puede considerarse un pecado capital que derivó en el tarifazo energético, pecado mortal que obligó al gobierno a ir a misa y pedir perdón.

Otro pecado capital sobre el que nadie supo dar explicaciones es la eliminación de las retenciones a las exportaciones mineras.

Desde el menemismo Argentina cobraba una de las retenciones más bajas del mundo, así como con las regalías que perciben las provincias por los minerales extraídos. Distintos sectores le reclamaron al kirchnerismo que elevara estos impuestos, igualándolos al menos con el gas y el petróleo, que pagan más del doble, pero tanto Néstor como Cristina defendieron estoicamente los intereses de estas multinacionales.

Macri directamente eliminó las retenciones, sin mediar mayores explicaciones, y fue una de las primeras medidas que tomó a poco de asumir. ¿Tanta urgencia había para hacerles ganar más dinero a empresas que facturan miles de millones de dólares al año?

También arrancó la gestión haciendo abuso de los decretos, tan criticados por él y que ya sabemos a qué pecados mortales llevan, y hasta incluso designó jueces de la Corte Suprema por decreto. Tampoco va a cumplir con varias de las promesas de campaña, entre ellas la eliminación de ganancias para los trabajadores, o la pobreza cero en cuatro años (faltan tres y sigue subiendo).

Son sólo pecados capitales, pero son señales, cómo reconocer públicamente que no sabe cuántos desaparecidos hubo en la última dictadura. Si realmente no sabe es una vergüenza y si quiso salir del aprieto no es la forma.

En este fangoso pantano que es la Argentina, lo única certeza que tenemos es que Cambiemos sirvió para sacar a Cristina, para bien o para mal, y en esto coinciden unos y otros. Y ya que los argentinos coincidamos todos en algo es un gran avance.

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