Maldita hipocresía
“Están desapareciendo nuestros hijos, queremos que el Estado se haga cargo. Se vende muerte en las esquinas del barrio y nadie hace nada. Ahora la preocupación son los nietos. Son niños. Están vendiendo droga a niños ¿Y sus derechos? La expectativa de vida de miles de niños es un cajón”.

La frase pertenece a Dora Ibáñez, madre del Pañuelo Negro de la Costanera, el grupo de familiares de adictos al paco que murieron víctimas de esa epidemia.

La mujer integra el conjunto de barriadas humildes de la provincia La Hermandad de los Barrios. El colectivo está conformado por Madres del Pañuelo Negro y representantes de los barrios El Sifón, Los Vázquez, Costanera, Antena (Alderetes), Santa Inés (Yerba Buena) y por Madres del Paco de San Pablo. Hicieron una marcha ayer bajo la consigna “ni una muerte más por la droga”.

El testimonio de Ibáñez formó parte de una información para publicitar la marcha. La reacción de un grupo importante de los lectores que exteriorizaron sus comentarios sobre esta durísima problemática social fue de este tipo: Es increíble...ellos piden algo que deberían hacer en sus hogares. Señores padres: el ejemplo, el orden, los límites se imparten, se cultivan y se afianzan en C-A-S-A. Dejen de obstaculizar el tránsito transfiriendo su falta de compromiso al Estado.

Así será imposible luchar contra los narcos y limpiar una sociedad corrompida por los excesos. Es un círculo vicioso que arranca por los dos extremos sociales: el más alto con drogas aceptadas socialmente, como el alcohol, el tabaco, las drogas sintéticas, la cocaína de “primera” y hasta la marihuana; y que aterriza en los sectores más vulnerables, donde los cerebros explotan rápidamente de la mano del paco, las pastillas con alcohol, el alcohol puro rebajado o un combo de todo ello junto.

El problema es que un sector no ve como negativo ese exceso en su casa, pero defenestra al de la otra punta que, en su hogar, “no se hace cargo”.

La hipocresía abunda y le hace el juego a los que componen el equipo de la droga, ese que mueve millones y que incorpora desde funcionarios de los tres poderes hasta niños que compran y venden. Todos colaboran para ese reinado de la muerte.

Está bien que el joven “rico” llegue a casa ebrio a la madrugada o con una “pepa” (droga sintética) encima y se refugie en su habitación, pero está mal que el pibe “pobre” consuma paco. A ambos seguramente le dieron alguna educación en el seno familiar. La diferencia es que uno duerme y goza de un ambiente amigable, mientras que el otro se mueve en la vulnerabilidad que rodea a los marginales. El problema siempre es del otro. Erigimos paredones desde la altura social para dificultar el camino de salida a los que viven en esa dura realidad. ¿Quién debe hacerse cargo de ello? Desde el Estado hacia abajo, todos. Porque no es lo mismo residir en la comodidad de una familia bien establecida, en un barrio relativamente decente, que en medio de un caserío casi abandonado por el Estado en el que cualquiera es líder y cobra “prepa” (peaje) para entrar o salir. O que obliga a consumir para circular por el caserío o para zafar de la miseria del hambre.

La desgracia no queda en las orillas de la ciudad, donde los “otros” -o “nosotros”- circulan con sus vehículos y esbozan una mueca de desagrado por el mal olor, la basura y las casas precarias. Según los fiscales penales, que desde el año pasado tomaron la iniciativa de preguntar a los detenidos por robos, asaltos o hechos violentos, el 80% de los detenidos responde que consume alguna droga cuando se le consulta sobre el particular. Generalmente, llegan bajo los efectos de algún estupefaciente a la comisaría o a la Fiscalía, por lo que deben esperar para tomarle declaración.

En la vereda de enfrente, el 50% de los accidentes de tránsito se produce durante los fines de semana y los conductores están intoxicados con alcohol y/o alguna otra sustancia, según Luchemos por la Vida. Vialidad Nacional eleva la cifra: nueve de cada 10 accidentes que ocurren el fin de semana se deben al alcohol. Es decir, los protagonistas de ese tipo de fatalidad son los que tienen una posición social que les permite, por ejemplo, tener un vehículo. Como se matan y matan los más pobres, también intoxicados. Claro que hay diferencias y que la comparación es polémica. Pero ambos dañan a terceros por un problema de adicción. El principal inconvenientes es que todos ven la paja en el ojo ajeno. Ese es el verdadero “círculo rojo” de nuestra sociedad, porque de ese color se tiñe el día de nuestras vidas ante el atropello de las drogas.

Mientras tanto...

A todo esto, los que conducen nuestros destinos se enfrascan en sus rencillas políticas. Como la Legislatura, donde pasó el huracán de los gastos sociales pero podría regresar, como esos tsunamis tropicales, en la próxima temporada. O como José Alperovich, que se habría molestado porque la dupla Manzur-Jaldo encargó una encuesta a su amigo Hugo Haime sin avisarle; para peor los números no le habrían sido favorables. O como José Cano y Domingo Amaya, que cayeron en la pelea nacional entre Rogelio Frigerio y Marcos Peña; y Frigerio-Amaya anuncian obras en Salta sin Cano, entre otras peleas que provocan demoras y enturbian la llegada de obras a la región. O como el peronismo vernáculo que ahora analiza ir a internas “verdaderas” el año próximo para dirimir allí los liderazgos. O como el Consejo de la Magistratura nacional, que comenzó a auditar los tribunales federales tucumanos por presuntas irregularidades en el trámite de causas por corrupción (habría novedades en las próximas semanas).

Indudablemente hay grandes diferencias sobre lo que es importante o lo que es serio. Pareciera que hay más preocupación para que “no corten la calle” y no de las vidas -de adictos y sus víctimas- que se cobra el paco. Nefasta metáfora de la era de los egoísmos.

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