Mal ejemplo

Mal ejemplo

La reunión de las tres principales autoridades de la provincia en el domicilio privado de uno de ellos fue un llamado de atención sobre el respeto que ellos mismos tienen de la cuestión pública. No es algo nuevo; por eso no sorprende. En la Legislatura hay alivio y también preocupación.

Al escribir estas largas notas domingueras es común anotar algunas ideas durante la semana. Era inevitable que el “machete” subraye un logro político. El protagonista principal era el vicegobernador Osvaldo Jaldo que había suprimido el uso de gastos sociales para agrandar la dieta de los representantes del pueblo.

Todo lo bueno duró 24 horas.

La estrella se opacó. Los planetas se habían alineado en la Cámara hasta que se cruzó el presidente de la Corte Suprema de Justicia. Antonio Gandur provocó el eclipse… y el oscurecimiento. Gandur se había sentado en el living de su casa a hablar sobre los cuestionados y judicializados gastos sociales nada menos que con el gobernador Juan Manzur y con el vice. Lo público tomaba té en un sitio privado.

Fue un mazazo a las instituciones.

Gandur los recibió porque, según él, no debía ser maleducado. La máxima autoridad de la Justicia eligió no quedar mal con Manzur ni con Jaldo pero sí con la sociedad tucumana. Terminó derramándose el té sobre su investidura de presidente de la Corte. Fue un maleducado consigo mismo.

Indudablemente, Gandur sabía que les estaba faltando el respeto a las instituciones tucumanas. Por eso cuando LA GACETA lo interpeló sobre el encuentro, respondió: “es la primera vez que me sucede que prefieran verme en mi casa y no en mi despacho”. Esta frase con sentido de justificación deja en claro que Gandur sabía de su irresponsabilidad y no le importó.

Tampoco ni Manzur ni Jaldo creen en sus inocencias. Se saben culpables. No son capaces de pedir disculpas, ni hablar de renuncias por haber violado la confianza que alguna vez se depositó sobre ellos con miles de votos. Sólo balbucearon escuetamente. “No tengo nada que agregar a lo que ya dijo Gandur”, manifestó la máxima autoridad de esta provincia. Tal vez pudo haber agregado que se arrepentía. Tal vez pudo haber sugerido que se equivocó. No tuvo nada para agregar.

Manzur ha aprendido de la política y disimula sus sentimientos detrás de su sonrisa. Jaldo, en cambio, tiene muchos más años en esa arena y trocó la sonrisa por la ironía. “No voy adonde no me invitan”, alcanzó a decir para contestarle con sútil dureza al titular de la Corte. El enojo contra Gandur no lo dejó pensar. Ahogado y ruborizado como esos chicos a los que descubren haciendo una travesura, Jaldo no se dio cuenta de que él es el presidente de los representantes del pueblo. Era a los ciudadanos a los que debía darles explicaciones. No hacía falta la chicana a Gandur.

En una inesperada conversación con un encumbrado inquilino de Tribunales quedó al descubierto cuán poco parece importarles a los magistrados lo que ha ocurrido. Da la sensación de que estuvieran acostumbrados a estas actitudes poco éticas. Tal vez por eso no se pronunciaron las asociaciones de magistrados. Tampoco lo hizo individualmente ningún juez ni fiscal. Pareciera que tampoco se inmutó el Colegio de Abogados que en este caso no alcanzó a reivindicar las buenas costumbres y las conductas correctas.

Tanto en Tribunales, como en la Casa de Gobierno como en la Legislatura, la pregunta que se repite es ¿Qué tiene de malo? ¿Cuál es el problema? Estos interrogantes desnudan que no sólo las autoridades subestiman lo público y se confunden. Es comprensible. A fines del siglo pasado el ex gobernador Julio Miranda atendía más en una habitación del Grand Hotel que en su despacho. Su sucesor, José Alperovich, confundía la Casa de Gobierno con su domicilio y terminaba recibiendo ministros en calzoncillos. Cuando Antonio Bussi fue gobernador elegido por los votos de los tucumanos recibía a intendentes con la pistola sobre el escritorio, pero cuando tenía que tratar otros temas trascendentes también lo hacía en su domicilio privado. Gandur, Manzur y Jaldo son tres profesionales que eligieron seguir esos ejemplos y no los que les marcaban los libros universitarios. En la misma inercia deben haber caído decanos y profesores que tampoco se dignaron en señalar el daño que le hacen a la democracia estas actitudes de los jefes del Estado. La Facultad de Derecho, como otras casas de estudios, hizo mutis por el foro. Es allí donde se forman y se educan los futuros –y los actuales- gobernantes.

Los tres popes no se reunieron a tomar café con masitas. Les preocupaban los gastos sociales. En la Justicia hay causas al respecto. De ellas se ocupa el fiscal de Estado porque es el representante de la Provincia en este tipo de cuestiones. Si Manzur y Jaldo tuvieron que ir a la casa de Gandur para tratar este tema está claro que el fiscal de Estado Daniel Leiva es absolutamente incapaz para llevar adelante el expediente de los gastos sociales. Pero no es el único funcionario que mostró su impericia.

El esotérico encuentro también desnudó la incapacidad del ministro de Gobierno Regino Amado. Entre las funciones del ministro de Gobierno figura taxativamente la de “entender en las relaciones con el Poder Judicial y el Ministerio Público”. Amado no supo ni pudo cumplir con estas responsabilidades que le exige el cargo. Sólo alcanzó a ser un acompañante más de la reunión tristemente célebre. Ni Leiva ni Amado presentaron se disculparon por el papelón que terminaron ocasionando.

La división tripartita de los poderes tiene por objetivo el control de cada uno de ellos. En la Legislatura las cosas se habían hecho con prolijidad. Acorralados por las críticas y agobiados por el manejo de los reintegros de efectivo a los legisladores y a otros miembros encumbrados del Legislativo, Jaldo había comenzado la semana decidido a terminar con los gastos sociales. No hizo reuniones desubicadas. Se sentó ante los presidentes de bloque de la Legislatura en el espejado edificio de la Cámara. Tanto oficialistas como opositores aceptaron decir basta. A regañadientes reconocieron que ya no podían seguir entrampados en este sistema. En la reunión había legisladores oficialistas y opositores asustados porque se acababan de tirar a un precipicio y no sabían qué iba a pasar. Jaldo sin decirlo seguramente tenía la convicción de que si le ponía un corte a los gastos sociales, entre todos iban a hallar una salida a las remuneraciones de los legisladores que se habían quedado con 30.000 pesos.

En la reunión había hombres y mujeres, con sus ambiciones y con sus miserias. Por eso hubo intervenciones en las que se pensó en castigar a la prensa o en revisar el historial de Luis Brodersen y de Eudoro Aráoz, los dos legisladores que no cobran los gastos sociales. También desnudaron sus incapacidades para hacer política y propusieron que muchos miles que se repartían como gastos sociales se destinaran para contratos. No se dijo en la mesa, pero más de un miembro de la Legislatura sostiene que no hay otra salida que reemplazar este sistema por otro. Hay quienes sostienen que deberían “bancarizarse” los cientos de millones de pesos. Un blanqueo disimulado en obras y empresas y que después vuelvan –en negro- para que esos fondos que están en el presupuesto sigan utilizándose con los mismos fines.

En la Legislatura la decisión dejó helados a empleados que tienen los mismos privilegios y remuneraciones que los legisladores. Temen quedarse sin la cajita feliz. La plata viajera no sólo tenía pasaje a la Legislatura. Tampoco aterrizaba sólo en San Martín frente al banco del Tucumán; más de uno recuerda las camionetas de la Legislatura paradas en Maipú primera cuadra y las valijas subían y bajaban sin tener que cruzar la calle.

La transformación de una sociedad no se alimenta de leyes y de buenas intenciones. También necesita del ejemplo y de modelos a seguir.

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