Una maratón de una cuadra
El deporte y el arte se entremezclan tanto en su concepción espectacular como en sus aspectos sociales más íntimos. Una de las demostraciones cabales de las similitudes cada vez más crecientes se acaba de vivenciar en los juegos olímpicos que terminaron el domingo en Río de Janeiro, donde las manifestaciones culturales abrieron y cerraron las competencias.

El despliegue de artistas por el campo, la música, las luces, el sonido, los vestuarios, los movimientos, las proyecciones y decenas de elementos más, compusieron una obra espectacular (palabra que deviene del latín spectaculum, que significaba contemplar -definición muy distante de participar) que deslumbró tanto en el vivo y directo como en la transmisión televisiva mundial. En el medio de las ceremonias estuvieron las competencias, con su carga de comedia y drama y sus puestas en escena de alto contenido teatral.

La consagración en los dos campos se alcanza luego de años de trabajo, dedicación, esfuerzo y coherencia. Por cada uno que obtiene un reconocimiento, hay miles por detrás que trabajan, se esfuerzan y pasan desapercibidos. El talento no se distribuye de forma igualitaria para todos los que participan de un espectáculo, sea en un teatro o en una cancha.

Ambas expresiones sociales también están atravesadas naturalmente por la política. El resultado positivo en cualquier disciplina, premio mediante, deriva en telegramas y llamados de felicitación de las autoridades más altas del Gobierno, como si hubiesen sido ellas las que lo transpiraron en la pista o sobre el escenario. Incluso no se duda en asumir posiciones cercanas al ridículo para acumular presencia, como la aparición en Brasil del primer ministro japonés, Shinzo Abe (representante de una cultura habitualmente recatada), disfrazado de Mario Bros, el popular personaje de Nintendo, para promocionar los próximos juegos de Tokio en cuatro años. Ese acto sólo es comparable con Enrique Peña Nieto vestido como El Chavo del Ocho o Barack Obama como el ratón Mickey. Peor le tocaría a Mauricio Macri, ya que el dibujo más famoso de la Argentina en el mundo es femenino: debería trasvestirse en Mafalda. Si prefiere, para tomar un argentino famoso de carne y hueso, podría mutar en Diego Maradona, Lionel Messi, el papa Francisco o el Che Guevara.

Pero ni los logros en el deporte o en el arte pueden ser apropiados por una gestión en especial. Las medallas son consecuencia de muchos años (y gobiernos) de desarrollar una misma acción política como decisión de Estado. Es claro que las pautas de nacimiento son tomadas en un determinado tiempo, pero la lógica del resultado es que lo trascienda.

Un ejemplo cabal es lo ocurrido con el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), creado por ley durante el mandato de Carlos Menem y que perduró atravesando presidencias. Los logros alcanzados por el cine argentino en todo el mundo, que se mantienen, repiten y sostienen, demuestran el resultado de las acciones de fomento económico y de desarrollo de una industria que lo sostenga, aunque esté atravesada por profundas inequidades y graves injusticias, sobre todo manifestadas en la ausencia de una cuota de pantalla obligatoria para las producciones nacionales en las salas comerciales, en las que se agolpan títulos de los estudios de Hollywood y sus distribuidoras.

Las acciones positivas que se tomen desde la Nación (en el caso de referencia, con casi dos décadas de demostrar su eficacia) necesitan del acompañamiento local para multiplicar sus resultados. Sin embargo, la mora en debatir y aprobar en la provincia una ley de fomento a la industria cinematográfica, que serviría para que cada vez haya más producciones nacionales filmándose en Tucumán, hace que Salta y Jujuy sean más atractivas a la hora de desplazar equipos (ambos escenarios fueron locaciones de la elogiada “Relatos salvajes”). El dinero que se mueve es enorme: dejando de lado los cachets de los actores, se emplean técnicos, muchos de ellos del lugar, y más aún cuando se tiene una carrera de cine como en la UNT; operarios; maquinistas; transportistas; catering; hoteles y un largo etcétera. El dinero que se deja de cobrar por una reducción impositiva (y que si no se filma, no ingresa nada), llega en modo indirecto.

Otra falencia está dada en el ámbito de la formación, lo cual también requiere de tiempo para ver resultados. El fallecimiento reciente del gran escenógrafo y vestuarista Julio Curro Augier deja huérfana a una profesión que no tuvo escuela en la provincia, más concentrada en el plano teatral en la actuación. No hay carrera ni especialización en dirección, escenografía (en 1987 hubo un proyecto curricular fallido en la Facultad de Artes), iluminación ni ninguna de las otras áreas que componen el hecho artístico. La capacitación se produce sobre la marcha y a los ponchazos, entre errores y aciertos. Es como si se pretendiese ganar la maratón luego de correr una cuadra.

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