Un documental para meterse en Ranchillos, integrarse y salir con sed

Un documental para meterse en Ranchillos, integrarse y salir con sed

Una coproducción entre una productora local y el club San Antonio muestra cómo se vive la fiesta desde adentro y espanta los prejuicios.

PERSPECTIVAS. La película muestra tres puntos de vista: el del público, el de los puesteros que se instalan en el club y el de las bandas invitadas.  productora manda PERSPECTIVAS. La película muestra tres puntos de vista: el del público, el de los puesteros que se instalan en el club y el de las bandas invitadas. productora manda
23 Agosto 2016

SE ESTRENA HOY
• A las 20, en el cine Atlas (Monteagudo 250). Entradas a $ 50.

- ¿Qué revela el documental a quienes ya conocen el carnaval de Ranchillos?

Hay cuatro en una mesa que se miran. Que, sin ponerse de acuerdo, largan una risa franca. Entonces uno habla: “lo primero que les va a pasar es una necesidad imperiosa de que sea enero”. Y otro agrega: “por lo menos van a salir con ganas de ir a tomar una cerveza. Ya en el preestreno escuchamos a varios que decían ‘¡qué sed que me ha dado!’”. Así, con esas garantías nada desdeñables, llega hoy el estreno de “Ranchillos, capital del carnaval”, un documental ideado y realizado por la productora Manda y el club San Antonio.

Matías Galindo, Mauro Cena y Matías Minahk -integrantes de Manda- y Alberto Pino, representante de la Comisión Directiva del club, relatan a cuatro voces cómo se fue delineando el mediometraje que define por qué Ranchillos es mucho más que un desfile de artistas populares. “Decir Ranchillos en Tucumán es sinónimo de carnaval, pero hubo un momento en que se empezó a desvirtuar la noción que se tenía del evento y se generaron varios prejuicios o sensaciones negativas al respecto. Desde el club queríamos aclarar esa cuestión y nos parecía que una buena estrategia para eso era un material audiovisual”, explica Pino.

En principio, la idea era hacer un video que describiera el verdadero espíritu de la fiesta, pero conforme avanzaban las charlas con Manda surgió la certeza de que el tema ameritaba mucho más que una mera publicidad. El club y la productora decidieron entonces emprender una coproducción para un documental.

“Hasta ese momento ninguno de los tres conocíamos lo que ocurría en Ranchillos -admite Cena-. Cuando Alberto nos empezó a contar cómo es la fiesta, cuánta gente va, cuántos trabajan allí y qué bandas se presentan, quedamos fascinados. Fue después de esas charlas y de la primera visita al lugar que tuvimos en claro que debíamos mostrar tres puntos de vista: el de quien asiste al carnaval, el de quien trabaja en los puestos vendiendo comida o pintura y el del club y las bandas que recibe”.

Agrega Minahk: “en general, varios de nuestros proyectos anteriores han estado vinculados con lo social o lo cultural. Entonces para nosotros fue también interesante enterarnos, por ejemplo, de que el carnaval empezó a festejarse hace unos 80 años, que mueve entre 6.000 y 15.000 personas por día o que hay personas que, por trabajar en él, pueden comprarse una moto o construir una tapia. Había mucho que contar más allá de lo que ocurre con las bandas”.

Pintura que unifica

De los siete domingos que constituyen las estaciones del carnaval -desde el último fin de semana de enero hasta el primero o segundo de marzo, según el calendario-, los chicos de Manda experimentaron (y registraron) cinco. Sólo les bastó uno para aprender que entrar a Ranchillos no equivale a meterse en Ranchillos. “Al principio había cierta distancia. Queríamos hacer planos generales de gente bailando, pero cuando aparecíamos con la cámara, se inhibían”, admite Galindo.

La llave para destrabar esa reserva fue tan sencilla como entretenida: dejarse pintar. “Hay una cosa muy linda con la pintura -reflexiona Cena-. Hicimos una entrevista a una pareja que lleva décadas asistiendo a la fiesta. Después de filmarlos, nos pintaron y nos dijeron que esa era una muestra de agradecimiento, que estar pintados como ellos significaba que éramos todos iguales. Entonces caímos en la cuenta de cómo en esta fiesta la pintura funciona como elemento unificador y rompe las barreras porque niños, jóvenes, adultos y ancianos quedan unificados bajo una misma condición. Al principio se ven los diferentes colores, pero al final del día sólo hay un inmenso ocre bajo el cual no existen diferencias”. Se sincera Galindo: “desde que nos dejamos pintar en adelante hemos podido registrar de un modo mucho más genuino, nos hemos hecho parte del carnaval”.

Formar parte, vivir por primera vez o repasar uno de los carnavales más trascendentes del norte argentino como si se estuviera ahí: ese, dicen los realizadores, es el mayor mérito del documental. “Quizás no haya nada revelador en la película para el que va frecuentemente a Ranchillos, pero logra hacer que el espectador se sienta en el lugar. Cuando se proyectó en el festival Cortala, la gente se reía, cantaba y bailaba desde las butacas. De repente, pudieron entrar a ese mundo”, coinciden.

“Creo que sí hay algo revelador -interviene Pino-. Probablemente alguien que ha ido al carnaval le compre siempre empanadas a tal señora, pero no sabe que ella las prepara y vende desde que tenía 15 años. Y también se muestra cómo, más allá de lo que la fiesta provoca en lo cultural, es la fuente de supervivencia del club, que con lo recaudado sustenta talleres o deportes durante el año”.

Minahk recuerda otro detalle que hoy puede cautivar al público: imágenes de archivo de Gilda y Rodrigo cantando en Ranchillos. “Bueno, acabas de tirar la sorpresa del documental”, le reclaman sus compañeros.

Se callan todos y vuelven a mirarse entre sí. Para saber si está todo dicho, y además por la cerveza final, habrá que ir esta noche al Atlas.


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