Video: buceando en las entrañas de la Laguna del Tesoro

Video: buceando en las entrañas de la Laguna del Tesoro

Un buzo de Ramos Mejía desafió las creencias de los lugareños y se sumergió en el espejo de agua para buscar reliquias indígenas.

DESPOJADAS DE TODA CALIDEZ. 	En la superficie, las aguas alcanzan, a lo sumo, 10 grados centígrados. Por debajo de los cinco metros de profundidad, la temperatura cae a los 5 grados centígrados. LA GACETA / FOTO DE RODOLFO CASEN.- DESPOJADAS DE TODA CALIDEZ. En la superficie, las aguas alcanzan, a lo sumo, 10 grados centígrados. Por debajo de los cinco metros de profundidad, la temperatura cae a los 5 grados centígrados. LA GACETA / FOTO DE RODOLFO CASEN.-
21 Agosto 2016
En las laderas de los Nevados del Aconquija, a 1.850 metros sobre el nivel del mar y a unos 30 kilómetros al oeste de Alpachiri, se despliega un alucinante espejo de agua. Una leyenda de los tiempos de la colonización la transformó en la Laguna del Tesoro.

El relato se despliega en medio de una serranía pintoresca y tiene su origen en 1533. Revela que después de ser tomado prisionero por los españoles el último cacique inca, Atahualpa, el conquistador Francisco de Pizarro reclamó oro por su liberación. El asentamiento de La Ciudacita, a unos 2.000 metros más arriba de la Laguna (en línea recta), reunió abundante cantidad de ese metal para ser entregado al captor. Pero este nunca llegó a sus manos. Sucedió que cuando la comunidad se enteró de la ejecución de su líder, decidió arrojar el oro en la laguna, que tomó el nombre de Tesoro. Desde entonces, según la versión, un toro con astas de oro se encarga de proteger las reliquias áureas ante la arremetida de cualquier intruso.

Daniel Santiago Vázquez (62 años), un buzo de Ramos Mejía (Buenos Aires) que vivió mucho tiempo en Puerto Madryn, cautivado por esa versión plasmada en distintos textos, decidió desafiar la creencia de los lugareños y escudriñar la laguna buceando hasta sus entrañas. Lo hizo durante el jueves y el viernes pasado, con sendas inmersiones de un poco más de una hora cada una. El baqueano Hugo Miranda aseguró que la última vez que alguien se atrevió a arrojarse a las heladas aguas fue hace 30 años y se trató de un contingente de estudiantes universitarios de la capital tucumana. “Uno de los changos se animó a meterse, recuerdo que salió asustado y todos se fueron sin regresar nunca más. Y vaya saber por qué” dijo.

Vázquez admite que abordó la laguna impulsado más por la curiosidad y el afán de aventura que por las expectativas de encontrar reliquias indígenas. “Lo hice -insistió- a sabiendas de que se trata de un relato no exento de fantasías y que nació en el marco de un hecho histórico”.

Emprender la tarea no fue nada fácil. A lomo de un caballo se trasladaron dos tanques con aire comprimido, traje de neoprene grueso, chaleco regulador, aletas, una cámara subacuática y otros elementos para sondear la profundidad. A pie, y acompañado por Sergio Juárez (del Grupo de Aventura El Clavillo) y por LA GACETA, se llegó al puesto cercano a la laguna luego de seis horas de travesía. La primera inmersión fue a las 15.30 del jueves.

“Primero hice apnea sin tanque para reconocer el lugar. Luego se armó el equipo autónomo y procedí a bucear más profundo, con una temperatura de agua de 8 a 10 grados centígrados en los primeros metros. Por debajo de los cinco metros la temperatura bajó hasta los 5 grados”, detalló Daniel. La visibilidad, según el buzo, fue de un brazo cerca de la superficie, y nula en el fondo, obligándolo solo al buceo táctico.

En ésta primera experiencia perdió una aleta de pie, que quedó enterrada en el barro. Enseguida logró recuperarla.

El viernes al mediodía concretó la segunda inmersión. En esta oportunidad sondeó la profundidad de la laguna en tres lugares: el centro y dos sitios próximos a la costa, en una línea norte/sur.

Estableció que la profundidad máxima se encuentra entre los 10 y los 12 metros, considerando que ahora el nivel de agua es el más bajo del año a causa de las escasas precipitaciones.

Oscuridad y misterio

“La oscuridad y el limo o barro es lo que impera en el fondo de la laguna, en medio de un silencio absoluto. No se puede ver ni siquiera la fauna”, aseveró Vázquez, acostumbrado a bucear desde hace 40 años en cavernas en los lagos del sur, en el Canal de Beagle y en distintos escenarios del mar argentino. La experiencia fue seguida con curiosidad por puesteros y baqueanos de la zona. “Tenga cuidado con las tanzas con anzuelos enganchados en el fondo. Le pueden traer problemas”, recomendó Damián Carrizo, un colaborador voluntario.

El desafío se concretó sin problemas de descompresión por el buceo en altura. “Fue una experiencia única e irrepetible por ser la primera con estas características”, valoró el especialista.

Eso sí: reconoció que está lejos de lograr desmitificar la leyenda. Fue por un extraño episodio que experimentó en su primera inmersión, y al que no le dio trascendencia al principio. Pero luego, en rueda de mates, los puesteros lo vincularon con la leyenda toro guardián. “Fue en los primeros cinco metros de profundidad, en donde si bien no había visibilidad, si había luminosidad. Logré ver una sombra vertical de un metro y medio de alto por dos de largo, aproximadamente, que pasó delante de mí de este a oeste”, reveló.

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