Sordos mentales
-Amor, esta pared tiene humedad, deberíamos hacer algo…

-No es el momento, hay cosas más importantes ahora.

-Se rompió el control remoto del living, no funciona…

-Yo hace una semana que ni lo toco.

-¿Cuándo cae el Día del Niño?

-Uhhh, hay que comprar los regalos…

-¿Cómo funciona este aparato?

-No sé para qué compraron eso, si nadie lo usa.

¿Qué tienen en común estos breves diálogos cotidianos? A simple vista, son diálogos corrientes, que solemos tener cualquiera de nosotros varias veces al día y que en apariencia no tienen nada de malo.

Sin embargo, esconden el origen de la mayoría de nuestros problemas de comunicación, y que acaban siendo el inicio de los verdaderos problemas, los más serios.

Un experto en lengua castellana diría que en estas conversaciones hay un conflicto entre adverbios y pronombres, porque no hay una correlación coherente entre lo que se pregunta o plantea y lo que se responde. Pese a esto nos resultan naturales porque así hablamos y así conversamos: pésimamente mal.

Nótese que en el primer diálogo una persona plantea que hay un problema, la humedad en la pared, el qué del asunto, y la otra persona le responde con el cuándo: no es el momento.

En el segundo caso también se plantea el qué (se rompió el control…) y la respuesta hace referencia al quién (yo no fui).

En la tercera conversación uno pregunta cuándo (Día del Niño) y el otro responde qué (hay que comprar los regalos). Y en el cuarto ejemplo, la pregunta está dirigida al cómo (funciona) y la respuesta apunta al para qué o por qué (lo compraron) y a quién o quiénes (nadie lo usa).

Quizás esto resulte algo menor o intrascendente, pero es una de las matrices que dan origen a la falta de entendimiento entre las personas, ya sea en una pareja, entre padres e hijos, en el ámbito laboral, en la calle o el colegio y así hasta en los más altos niveles del debate social, político o intelectual.

Si prestamos atención cuando somos testigos de una discusión, de cualquier índole, vamos a descubrir que la mayoría de las veces los desacuerdos se deben a que mientras una de las partes pregunta cuándo la otra responde cómo, o cuando se dice qué la respuesta apunta a quién, por sólo dar un par de ejemplos entre las infinitas combinaciones posibles que existen.

-El tarifazo del macrismo es criminal.

-Más criminal es la corrupción del kirchnerismo.

-Es preocupante cómo está aumentando la pobreza con Macri.

-Por lo menos no esconde a los pobres bajo la alfombra como hacía Cristina.

Un profesor de historia del secundario solía describir a este fenómeno tan extendido como “sordera mental”.

Es la imposibilidad, ya sea por necedad, por egoísmo o sencillamente por incapacidad, de escuchar lo que realmente plantea el otro y luego responder en consecuencia.

Una pandemia

La sordera mental es un virus pandémico que afecta a la mayoría de los seres humanos, en mayor o menor medida. Son múltiples y diversos los factores que intervienen en su origen y en su propagación. Veamos algunos de los más importantes.

En primer lugar, es un problema cultural y educativo. Muchas personas ni siquiera saben qué son los pronombres interrogativos o los adverbios exclamativos, interrogativos o relativos.

Mucha gente jamás sabrá que no es lo mismo “cuándo” con tilde que “cuando” sin acento, o que “porqué”, “porque”, “por qué” y “por que” son parecidos pero poco tienen que ver. Es así que resultará difícil entender que cuando alguien pregunta cómo no se responde quién.

-¿Cómo se rompió el florero?

-Ese Pedrito es un demonio.

-¿Usted habla inglés?

-En los requisitos no figuraba saber idiomas.

Que una conversación nos resulte perfectamente entendible no necesariamente significa que sirva para entendernos.

Otra de las causas de la sordera mental es que no sabemos preguntar ni tampoco escuchar.

A veces simplificamos o generalizamos demasiado cuando formulamos una pregunta, amén del lunfardo o de los modismos. “¿Te cabe?”, “¿qué onda?”, “¿qué tul?”, ¿”cuál es?”, “¿qué pasa?”.

¿Qué te cabe? ¿el zapato, la camisa?

En los cursos de liderazgo (empresarial, político o deportivo, por ejemplo) se insiste mucho en que cuando se formula una pregunta se debe ser lo más específico posible y siempre hay que chequear luego que el otro haya entendido lo que nosotros quisimos decir, y nunca dar por sentado que lo ha entendido. No es lo mismo preguntar ¿tenés hambre? que decir ¿querés comer la tarta de acelga de ayer que está en la heladera?

Una cosa es preguntar “¿querés hacer este trabajo?” y otra muy distinta es “¿querés hacer este trabajo, en este lapso, con estas condiciones y cuyo resultado debe ser el siguiente?

Difícilmente preguntas simplistas o generales como ¿qué te pasa?, ¿estás bien?, ¿cómo andás? o ¿qué necesitás? consigan respuestas específicas y por lo tanto satisfactorias. Cuanto más amplia o menos puntual sea la pregunta menos concreta será la respuesta.

¿Me querés? o peor aún ¿me seguís queriendo como antes? son latiguillos que han causado estragos en muchas parejas. ¿Qué es como antes? Y si es más que antes la respuesta será no, no te quiero como antes.

Los padres hacemos destrozos en la conducta y en la personalidad de nuestros hijos, en general sin darnos cuenta. “Portate bien”, parece una obviedad, pero ¿qué significa portarse bien? ¿Jugar mucho, bailar, cantar, correr? o ¿significa quedarse sentado, en silencio, mirando al techo?

“Haceme caso”. ¿Hacer caso es obedecer una orden, corresponder a un anhelo o imitar las acciones y costumbres de los mayores? Porque si me decís que no debo fumar pero vos fumás ¿a qué le hago caso? O si me gritás que haga silencio se me hace complicado hacerte caso.

“Bañate rápido” ¿Cuánto tiempo es eso, cinco minutos, 15, 30? Si a mi me gusta estar una hora en la ducha, entonces ¿media hora es rápido?

Diálogos complejos

Otros razones de la sordera mental tienen que ver con trastornos de la personalidad. Inseguridades, culpas, narcisismo, carencias afectivas o miedos son algunos de los factores que pueden afectar nuestra comunicación. El narcisista tenderá a personalizar todo planteo o interrogatorio. Para el egocéntrico todo aquello que no esté perfectamente aclarado está referido a él, ya sea una crítica o un elogio. Lo mismo con las personas muy inseguras o con demasiados miedos, siempre pensarán que hay una segunda intención o un reclamo en lo que les dicen. Este es el que cuando alguien afirma que se rompió el florero responde “yo no fui”.

En el terreno político, uno de los ámbitos donde más problemas de comunicación y diálogo tenemos los argentinos, la sordera mental suele manifestarse de formas muy notorias y evidentes. Una es la famosa chicana, con preguntas capciosas o afirmaciones que no buscan una respuesta ni un diálogo sino simplemente dañar al oponente. Otra es el clásico “patear la pelota afuera”, ejemplos que vimos antes. A una crítica se responde siempre con otra crítica. Si Macri es chueco Cristina es más chueca y si Cristina es fea Macri es más feo. Un callejón sin salida, un páramo donde ninguna construcción es posible.

Otra sordera mental muy extendida en la política argentina es la de hablar sólo de las ideas propias e intentar imponerlas sin escuchar ni darle lugar al adversario. La famosa grieta. Las egocéntricas cadenas nacionales de Cristina o ahora esa compulsiva manía del macrismo de culpar por todo al kirchnerismo. ¿Jamás veremos los argentinos a Cristina y a Macri sentarse a conversar como dos adultos responsables? Probablemente nunca.

Volviendo al planteo inicial, un ejercicio sencillo para empezar a intentar comunicarnos mejor, es pensar antes de responder si nos preguntaron qué, cuándo, quién, cómo, dónde o por qué y para qué.

Otro ejercicio muy simple es tratar de ser más específicos, concretos y directos, tanto al preguntar como al responder y de confirmar si el otro ha comprendido lo que nosotros pretendíamos que entendiera. Si preguntamos ¿te gusta el azul? no sabemos si el otro está imaginando un azul petróleo o un azul clarito casi celeste. Cuando decimos “árbol” hay quienes piensan en un roble y otros en un naranjito. No debe darse por sentado nada.

Un error muy común en nuestras conversaciones es el de completar con respuestas propias las omisiones del otro o lo que el otro no ha respondido.

Por ejemplo, cuando forzamos a elegir opciones: ¿chocolate o frutilla?, si la respuesta es “chocolate” no quiere decir que no le gusta la frutilla, quiere decir que entre esas dos opciones elige “chocolate”. Muchas confusiones comienzan así, cuando llenamos de sentido planteos sobre los que el otro no está ni enterado. Y en los chats y las redes sociales estos mal entendidos se potencian por cien, porque no hay gestualidad que acompañe a la palabra, al chiste, a la ironía o a la pregunta, entonces a la carga emocional la completa el otro y muchas veces de forma equivocada.

Juan: Dice Carlos que le gusta el blanco.

Susana: Dice Juan que a Carlos no le gusta el negro.

Ernesto: Dice Susana que Carlos odia a los negros.

Verónica: Dice Ernesto que Carlos es racista.

En los pequeños desencuentros de nuestras conversaciones comienzan los grandes conflictos, como un efecto mariposa.

La sordera mental nos aísla, nos hace resentidos, frustrados, amargados. Perduramos con la pareja que no queremos o en el trabajo que odiamos, estamos en el lugar o en la situación equivocada y siempre por culpa del otro.

En cambio, las personas que saben escuchar, que hacen preguntas directas y dan respuestas valiosas y comprometidas, en definitiva, que saben dialogar, generalmente están en el lugar y con las personas que quieren. La conversación quita peso de encima, hace la vida más liviana y más plena. Vale la pena probar y empezar por casa es una buena opción.

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