“Asistimos a las últimas convulsiones de la locura religiosa”

“Asistimos a las últimas convulsiones de la locura religiosa”

Es uno de los pensadores más destacados del mundo. Creador de los conceptos de “no lugar” y “sobremodernidad”, en sus libros más recientes se ha ocupado de las crisis de occidente y de la pérdida de la fe en el porvenir. Aquí habla de esos temas y los enlaza con los atentados terroristas que acosan a Europa. Dice que Fukuyama se apresuró y también habla de la vejez. “ El tiempo es la relación concreta con la vida que pasa”, reflexiona.

14 Agosto 2016

Por Fabián Soberón - Para LA GACETA - Buenos Aires

Los ensayos del antropólogo francés Marc Augé –escritos con una prosa tan intimista como rigurosa– incursionan en asuntos diversos que implican la vida cotidiana, el futuro de la globalización, la educación y la vejez. Augé ausculta los problemas y los mira con una lupa inquieta, desprejuiciada y argumentativa. Sus reflexiones incluyen problemas políticos, aspectos literarios, discusiones metafísicas y el cuerpo como escenario del paso del tiempo. Tanto en Futuro (Adriana Hidalgo) como en ¿Qué pasó con la confianza en el futuro? (Siglo XXI) Augé entiende que es necesario pensar al tiempo en relación con la educación –esta es clave para el progreso– y como una dimensión antropológica necesaria para combatir el presente inmóvil y consumista que nos impone la sociedad de la globalización. En El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo) no sólo recupera y discute a los autores clásicos que han escrito sobre la vejez sino que propone la arriesgada hipótesis de que la vejez no existe.

- En ¿Qué pasó con la confianza en el futuro? usted se pregunta qué pasó con el futuro en la sociedad de la inminencia. ¿Qué piensa hoy de esta sociedad de la inminencia frente a los atentados en Francia? ¿Qué efectos produce el terror en la sociedad del consumo? ¿Modifica esa concepción quietista del fin de la historia?

- Los atentados son uno de los aspectos de esta sociedad a nivel mundial. El terrorismo se ha hecho habitual. No se puede aterrorizar a todo un pueblo. La indignación y la ira son más fuertes que el miedo. En Francia, en Bélgica como en Estados Unidos o en otra parte. En ese sentido, estamos en una especie de repetición quietista. Pero yo nunca pensé que la historia haya terminado. Quizás, asistimos a las últimas convulsiones (pero, a escala histórica esto puede llevar tiempo) de la locura religiosa. Entiendo por locura religiosa a la empresa de alienación que sustituye el término Dios por el de hombre en sentido genérico. Cuando las religiones evolucionan, su aspecto humanista, por las buenas o por las malas, gana. El islam nunca alcanzó ese estadio y los que matan en su nombre encarnan un arcaísmo que han mostrado en su tiempo las guerras de religión en Europa. Nosotros expresamos confusamente esa idea hablando de islamismo.

- Usted dice que un mundo que obedeciera más al conocimiento, sería un mundo más justo. Aquí parece latir la idea moderna que pone en relación la fuerza del conocimiento con la mejoría ética. Esta es, evidentemente, una idea moderna. ¿No cree que esta idea ha fracasado?

- Los remito a la noción de historia. La historia nunca ha sido un largo río tranquilo. Fukuyuma hablando de “fin de la historia” para sugerir que había de ahora en adelante un acuerdo intelectual general sobre los beneficios de la asociación entre economía de mercado y democracia representativa se ha apresurado un poco. El hecho indiscutible es el avance de conocimientos científicos. Pero la ciencia fundamental necesita dinero. En cuanto al perfeccionamiento ético, también es tomado en cuenta en el movimiento de la historia: hoy hay regímenes dictatoriales y tiránicos, pero ellos no se atreven a reivindicar su carácter.

- En ¿Qué pasó con la confianza en el futuro? manifiesta el temor de que en el futuro se haga más grande la brecha entre la aristocracia del saber –que crecerá en paralelo a la aristocracia del dinero– y la masa de los ignorantes. ¿Hay alguna forma de detener el crecimiento de esa brecha?

- Es un movimiento indiscutible; además, el crecimiento demográfico tiene como consecuencia complicar la solución que sólo puede encontrarse en los progresos generales de la educación.

- Terry Eagleton se refiere a la necesidad de mantener la esperanza en el futuro pero sin optimismo. El optimismo es una fuerza ciega, alienante. En su libro usted habla de la “utopía de la educación”. Entiende que sin educación para todos no es posible un mundo mejor. ¿Podría ampliar esta idea?

- La expresión “utopía de la educación” parte de una doble constatación: 1) solo habrá verdadera igualdad sobre la tierra el día en que todos sean conscientes de los desafíos del conocimiento; 2) esta generalización no es posible en un futuro previsible. Pero debemos tomar consciencia de esta urgencia y el lugar de la “utopía” lo conocemos: es el planeta entero.

- ¿Cuál es la función de un antropólogo (como intelectual) hoy? ¿Los intelectuales y sus ideas pueden modificar la condición inmanente del sistema de la globalización?

- Soy partidario de una antropología no “aplicada”, sino “comprometida”, que sea clara en las definiciones y en los objetivos. Retomo lo que sugería al comienzo. Hay tres dimensiones del ser humano: individual, cultural y genérico. Las culturas, en su diversidad, definen reglas que permiten las relaciones entre los individuos. Ellas responden a las mismas preguntas (en ese sentido, todas son interesantes), pero sus respuestas difieren.
Son las culturas humanas las que han establecido los fundamentos de la desigualdad entre los seres en función de su sexo, de su edad o de su origen. La antropología debe permitir identificar los puntos donde la empresa cultural sacrifica las pulsiones del poder. Y esta puede comprometerse en la vía de lo universal, que conduce a la concepción del hombre genérico, presente en todo individuo humano.

- En El tiempo sin edad, usted piensa al tiempo como libertad y a la edad como limitación. Desde este punto de vista, la vejez no existe. “Para darse cuenta de que la vejez no existe basta llegar a ella”, dice. ¿Podría hablar de este libro breve y poético sobre la vejez?

- Basta con el paso de los años, con “envejecer”, para descubrir un continente que uno había observado desde el exterior, por ejemplo en sus abuelos. Nos damos cuenta entonces de que nos convertimos en uno de aquellos que observábamos antes como, en cierto sentido, perteneciendo a otro mundo. Pero no hay otro mundo, ni en la tierra ni en otra parte. La edad es social (se definen obligaciones y prohibiciones relacionadas a la edad en todas las culturas). El tiempo es individual, en el sentido de que cada uno tiene sus recuerdos y sus proyectos; cada uno es libre de tomarse su tiempo, de jugar con él, de disfrutarlo. El tiempo es la relación concreta con la vida que pasa. Esto es cierto en toda edad. El cuerpo se cansa y envejece, es real, pero la enfermedad y la muerte golpean también a personas jóvenes. Es la verificación simple que hago en el libro citando obras literarias que tienen el tiempo (los recuerdos, la nostalgia, el tiempo perdido y encontrado) como tela de fondo.

© LA GACETA

Traducción: Lucila Cabrera

* Esta entrevista ha sido posible gracias al Centro Franco Argentino, el Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos y el Instituto Francés en la Argentina.

PERFIL

Nació en Poitiers, Francia, en 1935. Director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París –de la que también fue rector–, es etnólogo y antropólogo, y una de las mentes más lúcidas de Francia en la actualidad. Es un referente indiscutible para pensar la modernidad tardía en Occidente. Es autor de más de 40 libros, muchos de ellos traducidos a múltiples idiomas, entre los que cabe destacar Los no lugares: espacios del anonimato, Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, El viajero subterráneo: un etnólogo en el metro, Ficciones de fin de siglo, Diario de guerra: el mundo después del 11 de septiembre y El antropólogo en el mundo global.

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