Esos sombríos laberintos del miedo

Esos sombríos laberintos del miedo

Viven en nuestra mente y a veces nos impiden concretar los deseos. En ocasiones, se salen de su categoría de temor y se visten de pánico. ¿Qué hacer con ellos?

Ellos están siempre ahí. Agazapados en lo oscuro. Mirándonos. Colgados en las telarañas del alma. Aguardando el mínimo descuido para meterse en las hendijas de la mente. Para alborotar insomnios. Para amedrentar al coraje. Inquietan. Patotean. Paralizan. Destruyen. Quizás están para ser enfrentados. Desafiados. Derrotados. Son propios. Prestados. Reales. Imaginarios. Sombras pesadillescas. Monstruos de la nada. De pupilas dentadas. Se abroquelan en las madrigueras de las miserias humanas. No reconocen edad. Ni escala social. Democráticos y anárquicos. No se sabe cuándo ni cómo. Tal vez nacen como el pan, bajo el brazo. ¿Quién puede decirlo? Los miedos nos acechan, siempre listos para revolcar la inocencia en el barro de la existencia.

¿A qué le tememos? ¿Cuál es nuestro mayor miedo? ¿Qué hacer con ellos? ¿Enfrentarlos? ¿Derrotarlos? ¿Aprender a vivir con ellos? “Tengo miedo de que mi lucidez y mi cuerpo no lleguen armoniosamente juntos a mi vejez. Mi mayor miedo es que cualquier circunstancia trágica me quite algún ser amado alterando el derrotero cronológico de la vida. Creo que a los miedos hay que tratar de ‘mirarlos’. Tomar la distancia posible para ‘verlos’ y poder liberarnos. Siempre relacioné la lucha contra el miedo con la frase evangélica: ‘la verdad te hará libre’. Si uno, solo o con la ayuda de alguien, logra iluminar el fantasma, seguro desaparece”, explica Gabriel Fulgado, productor de espectáculos.

La joven periodista Florencia Bursaque afirma que le tiene miedo a la inseguridad, “a no poder volver a casa, a estar lejos de quienes me necesiten” y agrega que su mayor miedo, “por supuesto, relacionado a la inseguridad es que les pase algo malo a mis seres queridos”. Cree que no es mucho lo que se puede hacer para vencer el miedo, “solo prevenir situaciones de riesgo”.

“Le tengo miedo al miedo... y mucho”, dice la doctora en Letras, Elena Pedicone. “Y en un plano más preciso, como madre, tengo miedos relacionados con lo que les puede pasar a mis hijos, no tanto a lo personal”.

La escritora Honoria Zelaya de Nader se inspira en gran poema del vate florentino: “‘Tengo miedo a extraviar el camino. A abandonar la senda verdadera’”, como dice Dante en el Canto I de la Divina Comedia. Mi mayor miedo es el de la muerte de mis descendientes. Me aterra la alteración del ciclo temporal de las partidas. Primero, los mayores…” La autora de “Un niño como cualquier otro. El papa Francisco” sostiene que suele enfrentar los miedos. “Claro está que son parte constitutiva de los seres humanos. Quizás el más arraigado de nuestros sentimientos. Laten en nosotros desde nuestros días iniciales: miedo a la oscuridad, a los fenómenos atmosféricos, a algunos animales, a los desconocidos, al ridículo, a ser abandonado, en fin… El caso es que cuando hoy me llaman no vacilo en responder y tras abrirles la puerta, los miedos se han marchado”, sostiene.

Se los puede discriminar en generales y personales. “Entre los primeros, me da temor ver que en el país, la pobreza y la decadencia de toda la sociedad sigue in crescendo, saber que el neoliberalismo no es la solución. Para combatirlos, hay que trabajar en la educación de la ciudadanía en materia política y cultura ciudadana. Entre los segundos, le temo a la enfermedad y a la decrepitud, a no respirar. Se debe ser consciente de los problemas de salud y actuar positivamente en la recuperación”, dice Silvia Helman, profesora de Francés.

La periodista alemana Katrin König, que vivió en Tucumán la década del ‘90, le teme a las enfermedades, a los accidentes de tránsito, al terrorismo creciente y a un desastre ambiental. “Me parece que hay que aceptarlos porque me parecen normales y necesarios, pero no debemos dejar que dominen nuestro día a día. Yo hablo de ellos con mi familia y mis amigos, y eso me ayuda a no exagerarlos”, asevera.

A no creer en nadie

La arquitecta y catedrática mendocina Nurit Schmulevich responde: “¡tengo miedo a contestar y a no contestar también!”, dice con humor ante la requisitoria y agrega: “tengo miedo a no respetarme, a no respetar a mis hijas. Tengo miedo a guiarlas mal, tengo miedo a todo básicamente. También tengo miedo de que mis hijas tengan miedo… entonces no le digo a nadie que tengo miedo. Tengo miedo a salir a la calle. Tengo miedo a no creer en nadie más. Tengo miedo que nada cambie, a ser solo testigo y no poder hacer nada”.

Una mirada dramática, pero no menos real tenía sobre este asunto el escritor británico Aldous Huxley (1894-1963): “el amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”. ¿Será así?

PUNTO DE VISTA

Miedo al humor y humor al miedo

Por Donato Alberto Calliera, humorista. 

Silbar bajito cuando uno pasa de noche cerca de un cementerio o contar chistes en voz baja fingiendo pena en una sala velatoria. Estos son dos ejemplos clásicos de la utilización del humor como una defensa infantil ante el temor a la cercanía de la muerte. De la muerte ajena, claro. También existe un miedo al humor. Se instala en personas que se toman demasiado en serio y creen que una broma o alguna una simple ironía hacia ellos, constituye una ofensa, una inmerecida degradación. Y reaccionan con enojo y a veces agresivamente.

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Esta especie de patología se manifiesta en ciertos “personajes” de cortes autoritarios, dictatoriales, siempre solemnes y acartonados, que se imaginan en un alto pedestal. Pedestal que la historia les levantará en su honor cuando hayan “partido”. Aunque si es antes, mucho mejor. En la mayoría de estos casos el humor deberá hacerse con sumo cuidado para evitar severas respuestas, amenazas judiciales o algo peor.

Un escritor español que había osado hacer un chiste acerca del dictador Franco, tuvo que comparecer ante un tribunal militar. Y se expresó de esta forma: “Señores de este honorable jurado. Vosotros podréis arrebatarme la vida, la libertad o todos mis bienes. Lo que jamás podréis quitarme es… ¡es el tremendo cagazo que tengo en este momento!”. Los severos rostros de los militares no pudieron esconder las sonrisas que despertaron estas palabras y fue dejado en libertad.

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 Otro caso interesante es el de Molière, famoso comediógrafo francés, que no simpatizaba mucho con el gremio de los galenos. Estaba postrado en su lecho aquejado por una grave enfermedad. Su ama de llaves le avisó que algunos médicos habían ido a verlo. - Dígales, por favor, que estoy enfermo y no los puedo atender. Que vengan en otro momento.

Conclusión: El humor no le evitará sentir miedo, pero al menos puede lograr que lo disimule con cierta dignidad.

OPINIONES

Atravesar la angustia

Por Rosana Aldonante, escritora-psicoanalista

El miedo es un fenómeno que surge cuando nos enfrentamos a algo percibido como un peligro y origen de una amenaza, que puede provenir del mundo exterior o del interior de nosotros mismos. Miedos tales como el temor a salir solo, a los espacios cerrados o abiertos, constituyen prototipos de lo que llamamos fobias. Algunas de estas fobias, como el miedo a animales o a la oscuridad, son típicas de la infancia y generalmente expiran a su término. Tanto las fobias infantiles como aquellas que pueden instalarse en otros momentos de la vida, luego de situaciones traumáticas o de pérdidas significativas, como temor a salir solos, a cruzar la calle etcétera, concentran el temor del sujeto y lo limitan en sus acciones. Si bien estos miedos se desencadenan en presencia de ciertos objetos o situaciones del mundo exterior, se los considera patológicos porque tienen conexión con causas íntimas e ignoradas por quienes los padecen. 

Otro fenómeno, el hoy extendido “ataque de pánico”, se caracteriza por una invasión de angustia con manifestación somática, como sudoración, taquicardia, etcétera, y un temor desmedido a volverse loco o a morir, sin que el sujeto pueda ubicar una causa.

Los miedos pueden, por un lado, protegernos ante los peligros reales externos llevándonos a huir de ellos. Mientras que los miedos neuróticos tan solo sirven para aplazar o inhibir la realización de nuestros deseos y de nuestros actos. En tales casos, es recomendable acudir a un psicoanalista y en esa experiencia de palabra tratar esos miedos fundamentales que nos habitan. De ese modo, se podrán levantar las inhibiciones o atravesar la angustia que está en la antesala de nuestros deseos más esenciales y así darles satisfacción.

Si me hablas, ya no tengo miedo

Por José Azar, psicoanalista

Reacción propia de la naturaleza, imprescindible para sobrevivir, los animales la viven, la sufren y como reacción defensiva atacan o huyen.  La palabra, la cultura, transforma lo natural reacción en la búsqueda de “la palabra”, reminiscencia de aquella original y cobijante que acompaña a enfrentar los peligros reales o imaginarios que acechan al hombre en el desconocido y atemorizante desierto que a veces la vida nos enfrenta.

Es el Dios de la palabra el que instaura el monoteísmo, palabra que acompaña a cruzar el desierto. Es la palabra del Otro, del Otro primordial llamado madre el que posibilita que el pequeño calme sus “miedos” ante el desconocido mundo que se le presenta y es la del padre que ordena lugares, por lo tanto caminos seguros para transitar por la vida. Es en su búsqueda cuando invadidos por el miedo, real o imaginario, murmuramos o gritamos: “Diosito querido, ayúdame”, “mamita mía” o “papáaa”.

Son las “fallas” en estas funciones protectoras las que exacerban los temores, las que agigantan los miedos, y en el caso extremo de las fobias es el buscar sustitutos, curiosamente es el animal temido el que genera lugares seguros, se transita por donde no se encuentre el  caballo, perro o cucaracha que generan miedo.

En síntesis, el camino de la vida está lleno de incertidumbre, obstáculos, peligros que sin el protector miedo no podríamos adecuadamente enfrentar. Su  agigantamiento es en gran medida, producto de la falla en las confiables palabras originales que no alcanzan a crear la fortaleza para enfrentar los avatares de la vida e incentiva los peligros, generando un miedo que paraliza y no da chance de “prender la luz para ver de qué se tratan las sombras”.                                                                                                         

Pero sustitutos de los padres son los pares, son los que animan y acompañan en los duelos, en los miedos. Valga esto por la cercanía del día del amigo, no duden en hablar con ellos de sus miedos, y si esto no alcanza consulten a un psicoanalista, que para eso estamos.

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