“Si trabajás pendiente del reconocimiento, te volvés artificioso”

“Si trabajás pendiente del reconocimiento, te volvés artificioso”

La noche de la Usina es el libro más leído del momento y la novela ganadora del Premio Alfaguara 2016, una de las distinciones más relevantes de habla hispana. El autor de La pregunta de sus ojos, la inspiradora del film con que Campanella ganó el Oscar, tiene mucho para contar. Sobre su más reciente título y sus alrededores. Y también acerca de su obra en general. Por eso optamos por dos entrevistas en lugar de una.

31 Julio 2016

Por Dolores Caviglia

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES


Esta vez Eduardo decidió no decir nada. Estaba convencido de que el silencio era la mejor opción. De esa manera, no importaba lo que pasara: nadie iba a estar pendiente de la situación, incentivando sus nervios ni dispuesto a consolarlo. Por eso, esa madrugada, cuando sonó el teléfono, su esposa se despertó, atendió pero no entendió. Era de España, era para él, era el ganador.

La tercera fue su vencida. Tras dos participaciones fallidas, Eduardo Sacheri recibió este año el Premio Alfaguara 2016.

Sacheri sabe lo que es ganar premios importantes. Es dueño de una parte nada menor del Oscar de El secreto de sus ojos, la película basada en su cuarto libro.

- ¿Por qué no le contaste a tu esposa que habías participado del premio?

- Fue por esa cuestión que ocurre cuando uno se entusiasma con una posibilidad. Después, desentusiasmarte y desentusiasmar a los otros es un trabajo. Por eso es preferible a veces manejarlo en soledad. En la suposición que de nuevo iba a quedar en nada, no es lo mismo decirle: “Che, me había presentado y no gané” a estar en la previa hablando del tema. Solo la primera vez le comenté que iba a participar.

- ¿Y entonces cómo reaccionaron cuando sonó el teléfono?

- Tenía internado a mi hermano porque había tenido un ACV en ese momento. Por eso lo primero que pensé fue en la clínica de mi hermano. Atendió mi mujer y cuando la escucho tener una conversación muy cordial y sin entender mucho, ahí me di cuenta. La verdad es que el premio había pasado a segundo plano y regresaba del mejor modo. Yo anhelaba mucho que pasara. Este libro me abre puertas en el mundo de los libros, que es el que siento más mío. Tengo la cabeza formateada para los libros, cuando pienso una historia nueva la pienso como libro, no como película. Seis años después del Oscar tengo claro qué significa: trabajo. Y está buenísimo que así sea. Siento que el premio Alfaguara a lo mejor significa lo mismo. Un premio así incrementa las chances de que alguien en otro país diga “a ver, ¿qué tal será este que se ganó el premio?”

- ¿Qué tiene que tener la historia para que vos digas: “ésta la mando”?

- Las tres veces que me presenté fue por una cuestión de calendario. Tenés que mandar un libro inédito. Como yo siempre encontré interés en ser publicado, me presenté las veces que tenía un libro terminado y sin publicar. Estaba terminándolo en los últimos meses de 2015 y la fecha de cierre es diciembre. Entonces me puse a trabajar.

- ¿Tenés un plan previo a la hora de sentarte a escribir un libro?

- Demoro mucho en avanzar con la escritura. Hago una parte exploratoria muy grande. Me cuesta mucho abrir esa zanja. En este caso, estuve más de un año en esa etapa de exploración antes de escribir. Los puntos esenciales de la trama los tengo que tener de principio a fin para sentarme a escribir. Yo sé cómo va a terminar la historia cuando arranco.

- ¿Es difícil escribir?

- Todos los trabajos son difíciles. Pero como todo trabajo creativo, tiene el problema de que no hay demasiadas técnicas en las que ampararse. Hay un largo instante en que te asomás a un espacio vacío y no hay una serie de pasos que te garanticen cómo va a terminar eso. Si bien hay técnicas, hay un espacio informe, indeterminado, que lo complica. Pero hasta que no armás una serie de andamios, no lo cruzás.

- ¿Los premios presionan? ¿Te paran de otro manera o en otro lugar cuando tenés que enfrentarte a la hoja en blanco?

- Yo intento desde lo consciente entender que los premios son en buena medida un feliz azar. Y que así como en alguna ocasión te puede tocar, en un montón de ocasiones te puede no tocar. Es una forma de dar libertad. Si no, el riesgo es intentar repetir un gran éxito y no hay manera. Tenés que tener en claro para qué hacés lo que hacés. Uno tiene que hacer lo que le gusta de la mejor manera que pueda. Cómo le va depende de muchas cosas, que no remiten solo a la calidad. Si empezás a trabajar pendiente de un reconocimiento, te volvés artificioso, perdés naturalidad.

- ¿Por qué escribir ahora sobre el 2001?

- A mí, hasta que no transcurre un tiempo de las cosas, me cuesta hablar de ellas. Ni se me ocurriría ahora escribir una novela cuyo trasfondo histórico fuera el 2015. Tiene que ver con mi formación como historiador. Siento la necesidad de tomar distancia de las cosas para entenderlas, para poder hablar de ellas. Sino uno comete el pecado de la precipitación. Lo mismo me pasa con una opinión. Cuando me preguntan por ejemplo del cambio de gobierno, no puedo decir nada aún.

- ¿Son héroes los protagonistas de La noche de la Usina?

- No. Creo que son buena gente. No tienen el altruismo de un héroe. Son tipos que defienden ciertos valores. Tienen ciertos códigos de conducta que intentan respetar. Estos tipos para mí lo que hacen es tomar revancha. No es una venganza, lo que los tipos quieren es volver a sacar la cabeza del agua. Ellos no son como sus rivales.

- ¿Cómo fue el armado de los ocho personajes?

- Fue un lío. Los vas descubriendo de a poco, a medida que escribís. Hay cosas que vas probando. Que uno sea un anarquista alfonsinista, lo probás, lo pensás, sentís que va por ahí. Al principio no se distinguen mucho uno de otros pero después es como si uno fuera testigo de algo que pasa por fuera. Uno no arma la reunión, es una especie de escribano de esa reunión. Yo creo que el narrador no tiene que desnudarlos tanto porque las personas no nos exhibimos tanto. Cuando un autor me cuenta muchísimo sobre un personaje, me genera cierto desencanto. Osvaldo Soriano lo hacía estupendamente. En sus libros no encontrás largas descripciones de los personajes ni historias previas, vos los escuchás hablar y se construyen.

- Ahora, ¿cómo sigue tu vida?

- Estoy escribiendo un guión con Campanella y es un quilombo. Es mucho más tentativo, exploratorio. De idas y vueltas. Es más difícil. Cuando hay que escribir un guión de un libro, la columna está. Ahora hay que armar toda la estructura: los personajes, la trama. Y hay que hacerlo de a dos. Tiene una doble complejidad. Además, estoy trabajando en una serie basada en la novela Inés del alma mía, de Isabel Allende. Eso va muy bien, pero hay una novela que te da anclajes más seguros.

© LA GACETA

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Fragmento de La noche de la usina *
Por Eduardo Sacheri
A veces habla la gente, en el pueblo, de la noche de la Usina. Pero siempre de manera parcial, confusa e inconexa. En general se refieren a dónde estaba cada quién, a qué hicieron durante el apagón y la tormenta, a lo que pensaron cuando se enteraron de que había sido un sabotaje, a lo que sospecharon después con respecto a los culpables. Pero nadie puede contar la historia completa. A intentar abarcarla, con sus pormenores, sus antecedentes y sus consecuencias. Son demasiados hilos enredados. Se supo de un periodista de Buenos Aires que viajó hasta O´Connor con la idea de indagar en el asunto. Se quedó varias semanas pero terminó volviéndose con las manos vacías. No fue falta de voluntad de los testigos. Más de uno se sentó largamente con el forastero a contarle lo que sabía. Pero ese es el problema. Aunque junten a todos, aunque eslabonen con cuidado obsesivo todas sus palabras, sus recuerdos y sus sospechas hay cosas que quedan sin saber, sin explicar y sin entender. 
No es porque sí que sucede esto. Es porque los que saben la historia son apenas unos pocos, un puñado de personas. Y son los que estuvieron. Los que la pensaron, la prepararon y la llevaron a cabo. Y aunque están entre nosotros, y son parte de nosotros, fingen saber lo mismo que el resto. Es extraño. Uno podría pensar que en un pueblo chico como O´Connor no hay modo de guardar un secreto. Y sin embargo la noche de la usina es un secreto. Un secreto a medias, es verdad. Un secreto hecho de cosas sabidas y confundidas a propósito, o por azar, o por las dos cosas.
*Alfaguara
Fragmento de La noche de la usina *

Por Eduardo Sacheri

A veces habla la gente, en el pueblo, de la noche de la Usina. Pero siempre de manera parcial, confusa e inconexa. En general se refieren a dónde estaba cada quién, a qué hicieron durante el apagón y la tormenta, a lo que pensaron cuando se enteraron de que había sido un sabotaje, a lo que sospecharon después con respecto a los culpables. Pero nadie puede contar la historia completa. A intentar abarcarla, con sus pormenores, sus antecedentes y sus consecuencias. Son demasiados hilos enredados. Se supo de un periodista de Buenos Aires que viajó hasta O´Connor con la idea de indagar en el asunto. Se quedó varias semanas pero terminó volviéndose con las manos vacías. No fue falta de voluntad de los testigos. Más de uno se sentó largamente con el forastero a contarle lo que sabía. Pero ese es el problema. Aunque junten a todos, aunque eslabonen con cuidado obsesivo todas sus palabras, sus recuerdos y sus sospechas hay cosas que quedan sin saber, sin explicar y sin entender. 
No es porque sí que sucede esto. Es porque los que saben la historia son apenas unos pocos, un puñado de personas. Y son los que estuvieron. Los que la pensaron, la prepararon y la llevaron a cabo. Y aunque están entre nosotros, y son parte de nosotros, fingen saber lo mismo que el resto. Es extraño. Uno podría pensar que en un pueblo chico como O´Connor no hay modo de guardar un secreto. Y sin embargo la noche de la usina es un secreto. Un secreto a medias, es verdad. Un secreto hecho de cosas sabidas y confundidas a propósito, o por azar, o por las dos cosas.


*Alfaguara

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