La pobreza olímpica de siempre
La pobreza olímpica de siempre
De los 213 competidores que Argentina lleva a los Juegos Olímpicos sólo cuatro son tucumanos, cifra ínfima para una delegación que -en número- iguala a la que representó al país en Londres 1948. Con un detalle: uno de esos cuatro (el marchista Juan Manuel Cano) es santiagueño por adopción, porque fue en Las Termas de Río Hondo donde construyó el ABC de su vida en el atletismo. Quedan entonces el tenista Guillermo Durán, el yudoca Emmanuel Lucenti y el rugbista Javier Rojas como productos genuinos del semillero provincial del alto rendimiento. No había razones para suponer que esta constante histórica podía variar; a fin de cuentas, nunca un tucumano ganó una medalla -ni siquiera en pruebas de conjunto- al cabo de más de un siglo de participaciones olímpicas, en los que Argentina se alzó con 70 medallas (18 de oro, 24 de plata y 28 de bronce).

La cantidad (cuatro de 213) pudo haber contado con una mínima variación si el fútbol hubiera incluido, por ejemplo, a Matías Kranevitter y Joaquín Correa, originalmente preseleccionados. O si en Los Pumas, que jugarán la modalidad de siete hombres por equipo, hubiera quedado Joaquín Riera, marginado en el corte decisivo. Pero no son números significativos ni modifican el cuadro general.

El deporte federado nacional dio un par de saltos cualitativos desde la creación del Enard (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo). Hay más dinero para infraestructura y para la preparación de los atletas, lo que permite planificar a mediano y a largo plazo. En 2018 Buenos Aires albergará los Juegos Olímpicos de la Juventud y hay muchos esfuerzos enfocados en que todo salga más que bien. El Enard no es la panacea, de hecho hay mucho por corregir y sólo algún trasnochado puede imaginar una lluvia de medallas en Río de Janeiro. Todo lo contrario: no sería sorpresa si no se obtiene ningún podio. El del altísimo rendimiento es un universo al que Argentina sigue lejos de pertenecer.

De todos modos, la creación del Enard, cuyo presupuesto surge de un impuesto a la telefonía celular, le permitió al deporte nacional salir de un estado de precariedad permanente al que parecía condenado. Pero a provincias como Tucumán, donde el atraso en recursos es agobiante, el efecto derrame no llega. Nuestro deporte federado sobrevive con lo poco que tiene, lo que ya es mucho decir.

El problema -uno de ellos- es que esta clase de debate se instala, invariablemente, cuando los Juegos (Olímpicos o Panamericanos) están a la vuelta de la esquina. Antes y después no le interesan a nadie y seguirán los 10 canales deportivos de TV enfrascados en las declaraciones de “Chiqui” Tapia o Caruso Lombardi. Lo insólito es que hay quienes tienen el descaro de criticar a un nadador porque no se clasificó a una final o a un tirador prematuramente eliminado.

¿Qué pasa, mientras tanto, en la base de la pirámide? Una sociedad ajena a la cultura de la actividad física no puede aspirar a disfrutar de un deporte federado poderoso. Pero la cuestión de fondo es mucho más delicada, porque actividad física es sinónimo de calidad de vida, y en este rubro los indicadores están en rojo. Vale revisar los alarmantes niveles de sedentarismo, sobre todo entre los chicos, la alimentación, el cuidado del cuerpo, la prevención de enfermedades. El sistema educativo está en deuda, porque así como están planteadas, las clases de Educación Física no mueven la aguja. Es imposible que de este universo surjan recursos humanos en cantidad y en calidad. Los que llegan forman parte de la familia de las excepciones. Y punto.

Lo fácil, que es lo usual, es culpar al Estado, cuyos niveles de responsabilidad son altos, pero no excluyentes. El déficit dirigencial es serio en el país y mucho más en Tucumán. Eso permitió, por ejemplo, que numerosos políticos colonizaran clubes de barrio para convertirlos en pymes de punteros y unidades básicas. De esto se viene hablando desde hace ya demasiado tiempo. También faltan maestros de jerarquía. No es barato formarse como entrenador y más a 1.300 kilómetros del puerto. ¿Y qué pasa con el sector privado? ¿Cuántas empresas fungen de patrocinadoras de deportistas y/o instituciones? En cuanto a la infraestructura, salta a la vista que la mejor que ofrece Tucumán es la natural. Si para practicar mountain bike hiciera falta un velódromo hace rato que las bicicletas estarían fuera de combate. Lástima que el vuelo a velo no sea una disciplina olímpica, porque en ese caso los pilotos harían cola para entrenarse en Loma Bola, como hicieron remeros y canoístas en La Angostura.

La de Tucumán es la historia de nunca acabar. La del potencial dormido y las oportunidades perdidas. Desde la semana que viene, en Río de Janeiro, un puñadito de comprovincianos cumplirá su sueño olímpico. Bien por ellos y la mejor de las suertes. Eso sí: Lucenti habría viajado en mejores condiciones si al apoyo económico de la Secretaría de Deportes (que le pagan en tiempo y forma) se hubiera sumado el de la Caja Popular de Ahorros (que le deben desde el año pasado). Nada nuevo.

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