El Bicentenario y el desafío de un desarrollo económico federal

El Bicentenario y el desafío de un desarrollo económico federal

José Urtubey, dirigente industrial.

29 Julio 2016
Hoy, en el marco de los festejos en Tucumán del Bicentenario de nuestra patria, encuentro un ámbito adecuado para reflexionar sobre los distintos motivos que tenemos tanto para celebrar, como para seguir preocupándonos y ocupándonos.

En lo político, el reciente reconocimiento a Martín Miguel de Güemes significó una reivindicación del aporte de nuestra región a la gesta patriótica. Pero lo simbólico, si bien es importante, no resulta suficiente. Hoy es tiempo de avanzar en una reparación igual de relevante: la del esfuerzo económico que hizo nuestro interior para que la Argentina exista tal como la conocemos desde hace 200 años.

Resulta imprescindible que se escuchen nuestras voces a la hora de revisar la forma en que debe integrarse nuestra realidad en el espacio económico nacional y regional. Nuestra historia nos indica que hasta ahora no hemos sido capaces de potenciar el desarrollo equitativo y equilibrado de la Nación.

Mientras debatimos sobre el futuro del Mercosur o sobre la incorporación del país a la Alianza del Pacífico, se nos presenta una excelente oportunidad para volver a pensar las decisiones estratégicas que fundaron nuestra Nación y para rediseñar, si fuera necesario, el modo en que podemos vincularnos con el mundo.

¿Qué pasaba hace 200 años? Nuestro noroeste estaba fuertemente integrado al centro económico y político de Alto Perú. Era productor de bienes con valor agregado, y bisagra del comercio regional. Formaba parte de una cadena de valor “global” a la vez que abastecía al mercado interno. Hay muchos registros históricos de esta matriz económica en la que el “interior” era “rico” y más desarrollado que el puerto.

En “Recuerdos del Buenos Aires Virreinal”, Mariquita Sánchez de Thompson nos hacía notar que “En las provincias había industrias”, a la vez que mencionaba muchos ejemplos de productos elaborados que llegaban a Buenos Aires desde el interior: alfombras y frutas secas de Mendoza, barriles de vino de San Juan, dulces de Córdoba, pañuelos bordados desde el norte, entre otros. Mi provincia Salta, por caso, era el centro regional para la cría y la venta de mulas para la explotación minera de Potosí y la fabricación de carretas (el sector “automotriz” de la época) para el transporte de personas y mercaderías, así como también de productos textiles para el Perú y el Alto Perú.

Por el contrario, la organización institucional y económica nacional se centró en la aduana de Buenos Aires. Ese modelo nunca encontró un equilibrio que pudiera compensar, a través de la coparticipación de ingresos federales, las asimetrías regionales que generó. El federalismo quedó consagrado en el papel de nuestra Constitución, pero terminó relegado en la realidad de nuestro territorio. Tanto fue así, que algunos declararon que gran parte de nuestro país era “inviable” económicamente. No era esa la idea de nuestros padres fundadores. No era lo que pensaban San Martín y Belgrano en la posta de Yatasto de 1812, ni por lo que peleaban.

Hoy, que se discute si mirar hacia el Atlántico o al Pacífico, resulta clave aprender de las experiencias del pasado, ya que las opciones no son excluyentes sino complementarias. San Martín no cruzó Los Andes ni liberó Perú para que nuestros países y economías quedaran divididos por fronteras naturales o políticas, o para que no se desarrollen en conjunto.

Es por ello que insistimos en que el Plan Belgrano, que el gobierno nacional elaboró como uno de sus principales postulados de campaña, tiene que llevarse adelante rápidamente, a fin de convertir a nuestro norte en un nudo estratégico: un corredor bioceánico que una a nuestro país en una región económica con Brasil, Paraguay, Bolivia y Chile. Eso soñaban nuestros próceres en aquel entonces; y es justamente lo que tenemos que perseguir hoy.

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