Los goles que no llegan
Los goles que no llegan
Por naturaleza, los argentinos somos resultadistas. Lo demuestra nuestra historia: desde la posición social, pasando por las competencias deportivas hasta llegar a las medidas económicas. Una gestión se mide por los resultados que obtengan a lo largo del campeonato. El kirchnerismo aprovechó un torneo largo, de 12 años, luego de que se hiciera cargo de una Argentina que venía en descenso. A Néstor Kirchner no le quedaba otro camino que ascender. El país había tocado fondo, por seguir las recetas promovidas por el Fondo para capear la crisis, sin medir las consecuencias sociales. La sociedad se empobreció; se llenó de papeles pintados y luego resurgió con severos cambios de conducta de consumo. Mentalmente, el consumidor ya estaba preparado para afrontar los sofocones que, periódicamente, pasa la economía nacional. Cristina Fernández heredó aquel país que ya no era tan de vacas gordas, pero que -con una crisis global mediante- decidió pelearse con los sectores que alimentaban la actividad económica. Fue una batalla frontal, a puro cepo, y con cuellos de botella que se quedaron debajo de la alfombra roja del poder.

Devaluación e inflación fueron los acordes de la música de los últimos años. El dólar fue apreciándose; el Estado apeló a la maquinita de emitir billetes ante la imposibilidad de endeudarse en el exterior y, al final del ciclo anterior, se financió internamente, en base a los préstamos que le otorgaban las instituciones oficiales como la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses) o el Banco Central. Artificial, artificiosamente o con convicción, el kirchnerismo mantuvo expectante a la tribuna que festejaba los goles sin tomar en cuenta si se convertían con impactos directos a las finanzas, con la mano o de la cabeza de algún funcionario que no preveía una derrota electoral en las elecciones del año pasado.

La Argentina de Mauricio Macri es otra. Como era la estrategia de don Carlos Timoteo Griguol, el presidente de la Nación se aferra al cero a cero. Y, si puede, está dispuesto a ganar por medio gol. Macri no ha podido festejar todavía. El primer semestre ha sido de los más duros que recuerden los argentinos desde que el país cayó en una severa crisis socioeconómica, a fines de 2001. No es el mismo clima social que hace 15 años, pero la sociedad reclama a los gobernantes una en favor de ellos. Y la lista de planteos es larga.

Que la inflación se frene no tan sólo en las estadísticas, sino también en las góndolas.

Que el salario mejore su poder adquisitivo con menos presión impositiva que, en la década pasada, ha crecido en casi 10 puntos.

Que las tarifas tengan la claridad de la luz consumida, que no impliquen que el ingreso se vaya como el agua o se esfume como el gas.

Que agosto no llegue con reajustes en el precio de los combustibles.

Que alimentos y otras mercaderías, como el aceite, no escaseen en las góndolas de los supermercados, o sus valores se disparen a la velocidad de la luz.

Que el Gobierno nacional adopte medidas que tiendan a dar más certeza sobre el rumbo que se adoptará, en materia económica, durante el segundo semestre y en los años sucesivos.

Que las reformas impositivas, para bajar la carga tributaria, no se queden en los anuncios y que avancen para que el año fiscal 2017 arranque con otro ánimo entre los contribuyentes.

Que el blanqueo, la medida de fondo que aguarda la gestión Macri, implique verdaderamente una inyección de capitales que incremente la productividad de la economía y, a su vez, genere más puestos de trabajo y se acabe el escenario de suspensiones y de despidos en distintas actividades.

Que la discusión Nación-provincias se realice sobre la base no sólo del reparto equitativo del dinero de los argentinos, sino también que se pongan metas para un sano comportamiento fiscal para todas las administraciones, tanto la nacional, como las provinciales, las municipales y hasta las comunales.

Que, en algún momento de este año, el sector público y la actividad privada encuentren puntos de contacto y dejen de jugar con cartas marcadas para la conformación de un Consejo Económico y Social que debata las soluciones que necesita el país para que la economía salga del estancamiento.

No se ha jugado siquiera el primer partido y la hinchada sigue, con atención, el minuto a minuto. Sigue esperanzado de que, en algún momento, puede llegar a gritar algún gol, con acciones más populares que sectoriales. La Argentina se juega un partido importante. Ni los jugadores ni los espectadores quieren seguir con esa sensación de vivir colgados al travesaño, esperando que pase la ofensiva de una economía recesiva.

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