Mujer Muerta, un pueblo al que intentaron cambiarle el nombre, pero no pudieron

Mujer Muerta, un pueblo al que intentaron cambiarle el nombre, pero no pudieron

Los pobladores tienen distintas versiones sobre el origen del nombre. Viven unas 70 familias y se sienten olvidadas por las autoridades.

SERENO. El tanque nivelador de agua es el punto de referencia del paraje, donde no hay plaza ni escuela ni iglesia, pero sobran gallinas y cerdos. LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI.- SERENO. El tanque nivelador de agua es el punto de referencia del paraje, donde no hay plaza ni escuela ni iglesia, pero sobran gallinas y cerdos. LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI.-
26 Julio 2016
Esta es la historia de un pueblo que quiso cambiar su nombre, pero no pudo. Está tan lejos que los propios vecinos venden combustible para que los ocasionales viajeros no se queden a mitad de camino. Al costado de la ruta empedrada pueden verse los carteles rústicos, escritos a mano: “Se Vende Nafta”, “Vendo Chancho”.

A media mañana, una estela de polvo seco se levanta detrás del auto. El vehículo avanza despacio por los caminos de tierra, esquivando las piedras grandes, en un territorio que está casi al borde del límite con Santiago del Estero. Hacia atrás no se puede ver nada, porque la tierra queda suspendida en el aire hasta que, al cabo de un rato, se aplaca.

En Mujer Muerta no hay calles con pavimento, ni señal de telefonía celular ni escuela ni iglesia ni cementerio. Los chicos en edad escolar van a la escuela 209, ubicada en un paraje vecino llamado Rinconada. Cuando alguien se muere no lo sepultan en Mujer Muerta, sino que lo llevan al cementerio del pueblo vecino llamado Quimil (como el cactus que abunda en la zona). Cuando alguien quiere oír una misa tiene que ir a Viclos, donde está la iglesia católica más cercana.

Si hay algo que abunda en Mujer Muerta son las gallinas, los chanchos y los pájaros. Antes del mediodía, un hilo de humo se eleva por un hueco de la cocina de la mayoría de las casas. Aquí, los pobladores empiezan a trabajar desde que ponen un pie fuera de la cama. Hay que hacer el fuego, dar maíz a las gallinas, cargar con leña el horno de barro y repartir las sobras en el corral fangoso de los cerdos, que chillan desesperados por comida.

Mujer Muerta está enclavado en el este tucumano. Pertenece a la comuna de El Mojón, que administra Jorge “Pila” Anís. En ese pequeño territorio viven apenas unas 70 familias, según los cálculos rápidos de sus propios pobladores. Todavía hay algunos vecinos que se incomodan por el nombre del pueblo.

Héctor Juárez tiene 66 años y aprovecha su tiempo libre de jubilado para ocuparse de los animales y después sentarse en la entrada de su casa a ver el tiempo pasar.

Cuando era joven, Juárez viajaba mucho por su trabajo de obrero golondrina. Estuvo en las cosechas de manzanas en la patagonia; también viajó por la región de Cuyo con la cosecha de uvas. “Me daba vergüenza decir que yo venía de Mujer Muerta -recuerda Juárez-, porque todos se reían y me preguntaban ¿por qué se llama así? y esas cosas. A mí me daba vergüenza, por eso trataba de no entrar en detalle”, explica.

Pero hay otros vecinos que aceptan ese bautismo con resignación y con cierto orgullo. Leonardo Ávila tiene 30 años. Es empleado de la Sociedad Aguas del Tucumán (SAT) y se ocupa de cargar cloro en el tanque de agua de la zona. “Lo acepto porque es el nombre del pueblo; qué le vamos a hacer”, asegura mientras cierra la llave del agua potable.

Una encuesta

Hubo un tiempo en que estaba muy dividida la opinión de los pobladores. Incluso, los chicos llevaban los comentarios hasta la escuela. La polémica creció tanto que a una maestra de la escuela 209 (ubicada en Quimil) se le ocurrió la idea de cambiarle el nombre al pueblo. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo con esa propuesta.

La mejor solución era hacer una encuesta para terminar el debate. Ganó el no por muy poco margen. Así es que hoy en día sigue siendo Mujer Muerta. “Yo no quería cambiarle -dice Leonardo Ávila, mientras recarga el cloro en el tanque-, es mi pueblo; aparte cuánto llevaría hacer los trámites para cambiar todos los papeles en la Anses, y el DNI también dice Mujer Muerta”, agrega.

“Por ejemplo si yo mando una carta y quiero recibir una respuesta escribo: Leonardo Ávila, Calle Principal, Mujer Muerta, Leales, Frente al tanque de agua y con esos datos el cartero ya sabe cómo ubicarme”, detalla.

Sin plaza, ni juegos

Los vecinos se sienten olvidados por las autoridades. Dicen que ya ni recuerdan cuándo fue la última vez que se hizo un acto de inauguración de una obra pública. “Mire -dice Juárez-, aquí el único que hizo algo y marcó los caminos fue Alberto Herrera”, asegura en referencia al ex legislador provincial y diputado nacional por el Partido Justicialista, fallecido en marzo pasado a los 88 años.

En Mujer Muerta no hay ni una sola plaza con juegos para los niños. Si alguien tiene un problema de salud debe ir al CAPS del paraje vecino de Quimil, al lado de la escuela.

Un médico clínico visita el pueblo una vez por semana. Los pobladores hacen correr la voz en los días previos para que todos estén advertidos. “Aquí se hace una larga fila cuando viene el médico -dice Ávila-. Por eso necesitamos que venga más seguido y también otros más, como un dentista; sería bueno eso”, insiste.

En los alrededores de Mujer Muerta abundan las fincas con plantaciones de trigo y de soja, según la época del año.

Como gigantescos campos de fútbol, el verde del trigo crece en las fincas “Santa Elisa”, “Sol María”, y “La Cañada”. Mario Juárez, nacido y criado en Mujer Muerta, resalta que si tuviera que pedir algo al Gobierno sería más iluminación. “El camino tiene unos cuantos focos, pero hacen falta más y cuando llueve ya no se puede andar de tanto barro, porque los camiones que pasan al campo dejan todo hundido”, comenta.

Al no haber una plaza, el tanque de agua potable es el punto de referencia del pueblo. Ese servicio es una bendición no sólo para los habitantes de Mujer Muerta. Los vecinos santiagueños de Bajo Pozo llegan todos los días en carros tirados a caballo para cargar agua y llevársela a su casa en un recorrido de 15 kilómetros entre ida y vuelta.

Para trasladarse a la capital, los pobladores de Mujer Muerta cuentan con un solo medio de transporte, que es la empresa de ómnibus “Agua Dulce”. El micro pasa a las 8 y regresa a la 16 ($ 44 el boleto interurbano). Esas son las únicas opciones para ir y volver en el día.

El origen del nombre del pueblo tiene tantas versiones diferentes como habitantes hay en el lugar. Cada uno tiene la razón que más prefiere o que más le gusta desde que escuchó a sus parientes mayores.

La versión que más circula entre los pobladores es que al llegar al lugar, los primeros habitantes se toparon con una mujer muerta que colgaba de un árbol a la vista de todos. Tenía el cabello negro y largo, vestía una túnica blanca, y estaba con los pies descalzos. El viento -según relatan los vecinos- movía el cuerpo a la intemperie. Esa imagen los había impresionado tanto que para referirse al paraje le decían “ahí... donde estaba la mujer muerta”. Así, con el paso del tiempo, sin que nadie se lo pensara y casi sin querer, quedó bautizado.

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