¿Estamos condenados a enrejar todos los parques y plazas?

¿Estamos condenados a enrejar todos los parques y plazas?

diario se denuncian situaciones que atentan contra la seguridad y el orden. Al parecer, los jóvenes ya rompieron los baños y las luminarias, robaron picos del riego, ensuciaron el lago y pintaron las placas de indicaciones. En consecuencia, un grupo de vecinos pidió que se coloquen rejas en el Parque Central. La información se publicó ayer en mdzol.com y revela que en Mendoza el vandalismo causa tantos estragos como en Tucumán, y que las soluciones apuntan en la misma dirección. Mal de muchos y sin consuelo. En Buenos Aires, los parques y plazas enrejados llegan casi al centenar, medida que -según las autoridades de la Ciudad- significó un ahorro significativo. Los municipios gastan fortunas reparando y reemplazando lo que rompen los enemigos de lo ajeno.

El Monumento del Bicentenario duró intacto un puñado de minutos. El daño al césped era previsible desde el momento que se permitió al público usarlo como tribuna para el ver el desfile del 9 de julio. Las champas estaban colocadas desde pocos días antes, se caía de maduro que no iban a aguantar el pisoteo. Otra cosa fue que hayan destrabado hierros para clavarlos en las cañerías. Eso no es cosa de desaprensivos ni de ladrones: remite, directamente, a conciudadanos a los que no les funciona bien la cabeza.

El municipio viene empeñado desde hace años en la recuperación de espacios públicos. Hasta se pusieron firmes y mudaron la feria de la plaza de Villa Luján, pedido masivo de los vecinos que fue escuchado al cabo de una monataña de años. Pero apenas se corta la cinta los funcionarios empiezan a temblar porque tienen la certeza de que en cuestión de días el vandalismo hará de las suyas.

Lo que se pide es un placero, figura añorada, símbolo de ese pasado idealizado que enamora. ¿Qué puede hacer un placero frente a un grupo de vándalos, más que arriesgarse a que lo muelan a golpes? Con esta lectura, lo que se necesita es presencia policial, pero los esquemas de distribución de efectivos son de los más extraños. Por lo general no están donde se los necesita. Un policía en un cuatriciclo, circulando por el parque Avellaneda, la Plaza de la Fundación y la plaza Gramajo Gutiérrez (la que está frente al Cementerio del Oeste) podría conformar un paisaje disuasivo, a prueba de malintencionados. Son ideas lanzadas al viento.

Cada espacio verde tiene su diagnóstico. No es lo mismo cuidar una plaza dentro de las cuatro avenidas que una de barrio: no es lo mismo el parque Guillermina que el 9 de Julio ni que Campo Norte, cuyo destino sigue siendo incierto porque hay muchas manos amasando ese pan. No es lo mismo el cuidado del césped, el arbolado y las flores que el del mobiliario o las luminarias. Hay vándalos de distintos tamaños e intencionalidades. No es lo mismo el chico que rompe los juegos mientras el padre mira para otro lado que el adolescente que arruina un banco de madera con alguna inscripción. Y podríamos seguir así.

Llegamos entonces al más común de los enunciados: “el problema es cultural”/”se perdieron los valores”/”ya no hay respeto” y una ristra de etcéteras. Dice el escritor inglés Nick Hornby: “considerar una basura los gustos de nuestros hijos es uno de los pocos placeres que nos quedan cuando nos hacemos mayores, redundantes y marginados culturalmente”. Será, entre otras cosas, porque hay una confusión entre lo que significan cultura y educación. Tal vez sirva convencer y convencernos de que cultura es sinónimo de inclusión social y construcción de ciudadanía, no un decálogo de reglas sobre lo que se debe y lo que no se debe hacer. Pero a no desviarse del tema.

Yerba Buena tiene un parque enrejado, el Percy Hill. El Monumento del Bicentenario parece marchar hacia el mismo destino, de acuerdo con lo anticipado por el municipio capitalino. Pocas cosas hay tan antipáticas y antiestéticas como una hilera de barrotes. La sensación de seguridad reservada para lo que queda del lado de adentro llama a engaño. Los que miran desde afuera un parque, una plaza o un monumento cerrado también son prisioneros, en este caso de su propia impotencia para hacer las cosas un poco mejor. Pero si las autoridades hacen lo posible por mejorar el espacio público y no reciben ayuda, ¿cuál es la salida? He aquí un gran tema de debate.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios