El ciudadano marca la cancha

El ciudadano marca la cancha

El Bicentenario pasó el 9 de Julio. Es la hora de hacer honor a los discursos. La seriedad del Presidente. El llanto de Alfaro y la sonrisa de Manzur. Las ausencias

Dentro de un rato la hoguera del Bicentenario empezará a devorarse sueños, proyectos, errores, puestas en escena, actos, protocolos, declamaciones. Nos quedará lo que queramos guardar.

El cumpleaños 200 de la Patria fue la contracara de aquel día de nacimiento. El 9 de Julio de 1816 un grupo de soñadores siguieron sus sueños y arremetieron contra viento y marea. Enfrentaron a los invasores, olvidaron la violencia interna y se sintieron –y fueron- libres. El pueblo los siguió e hicieron nación.

El viernes, en la víspera del Bicentenario, fueron los pobladores los que empezaron a caminar con el mismo destino, con la misma idea. Son las autoridades las que van a tener que seguir ese impulso.

Iba el jubilado con su esposa, la madre con su hijo recién nacido, el hombre y la mujer. El hincha de San Martín y el de Atlético, el de Boca y el de River; eran todos iguales y caminaban hacia el mismo lugar, con el mismo destino.

Era casi medianoche y las calles estaban atestadas de familias y amigos que sólo querían llegar exactamente al mismo sitio. Iban a la plaza a festejar. A todos los movilizaba la emoción. Era el combustible que los ponía en marcha. El pueblo, los ciudadanos, hicieron lo que los próceres. Saltaron la grieta, se convencieron de que no hay nada por qué matar ni por qué morir. Fervor popular, convicción para vivir el día a día. En la plaza se abrazaban los desconocidos, como si no hubiera divisiones.

Por la misma senda

La gente, como vulgarmente le llamamos a los ciudadanos, estaba dando el ejemplo. Estaba marcando el camino. Se congeló en la algarabía del gobernador Juan Manzur y en el llanto del intendente de Capital Germán Alfaro. A ellos han elegido los tucumanos para cumplir el mandato de unión, de respeto, de transparencia, de paz, de comprensión y de igualdad. Palabras que ellos mismos han congelado en sus discursos porque seguramente las consideraron claves.

El Bicentenario ha sido una utopía o una oportunidad que han compartido. Ha servido para tender un puente sobre la grieta. La conmemoración de estos 200 años ha sido un destino, un punto de llegada, el desafío será que quienes ejercen el Gobierno puedan convertirlo en un punto de partida.

Complicidad

En la construcción del país, la sociedad muchas veces se ha mostrado ajena a lo que sucedía. Apenas pasaba una elección, se desentendía hasta que las balas, el hambre o las cacerolas la despertaba. Ha terminado siendo cómplice del cercenamiento de libertades y de la corrupción. Por eso la trascendencia de este 9 de Julio, que detrás del fervor muestra la convicción de una construcción colectiva.

La oportunidad parece aprovechada por la sociedad. Hay materias pendientes que esperan atención y no figuran en la agenda. Así como la Justicia ha recibido el mensaje de que no puede ser una veleta que reacciona según como sopla el viento oficialista, el federalismo es una gran deuda.

Acto político

El Bicentenario ha echado sus raíces y dependerá de un trabajo conjunto el crecimiento y el desarrollo de un próximo milenio robusto. Pero el 9 de Julio no ha podido evitar el acto político. Como todos los años ha estado cargado de mensajes, de gestos y de preguntas sobre el juego político en este país. No pasó inadvertido el rostro adusto del Presidente de la Nación ni la escasez de sonrisas durante las horas que estuvo en esta Capital de la República interina.

Después de la plaza abrasadora -y abrazadora- del viernes a la noche, llamó la atención el extremo cuidado por esquivar al público. El discurso del Presidente siguió el derrotero que tomó aquel 1 de mayo en el que, después de muchas discusiones dentro del PRO, se optó por señalar detalladamente lo que recibió del gobierno anterior.

Como contrapartida, el discurso del gobernador de la provincia viene sufriendo mutaciones. Juan Manzur ha tenido un gran viraje al pasar de una exaltación kirchnerista a un respetuoso y amabilísimo macrismo. En su trabajo por construir una buena relación con la Nación (con un verdadero federalismo no debería necesitar tanta pleitesía) ha descuidado su equipo de trabajo. Por eso, sorprendió y alivió a más de un funcionario haber recibido la convocatoria para participar mañana de una reunión de gabinete. “Era hora”, fue la reflexión oficialista.

El último 9 de Julio de gran gala fue aquel de 1991. En aquella oportunidad Tucumán estaba intervenida y Carlos Menem se había puesto en campaña para que Antonio Bussi no llegase a ser gobernador. Vinieron a la avenida Mate de Luna, donde se montó el gran escenario cuatro presidentes de otros países. Ayer no hubo ninguno. Tampoco estuvo Menem ni Fernando de la Rúa ni Cristina Fernández, tres de los ex presidentes de la Nación democráticos que forjaron el país de los últimos 24 años. Desde el Estado no se debería profundizar la grieta.

La pregunta que dio vuelta por los palcos oficiales es qué pasó con la canciller Susana Malcorra, que sólo consiguió que un rey emérito asistiera al acontecimiento más importante del país. Ni el presidente de Paraguay dijo presente, pese a haber mantenido una relación fluida con Macri a través del fútbol. Es cierto que Brasil es un caldero y que Perú está en plena transición. Pero no fue una señal exitosa para la funcionaria estrella del Gobierno nacional, que además aspira a presidir la ONU. Quedó también el interrogante de qué pasa con Chile. Los que siempre ven –y buscan– conspiraciones sostienen que tanto Macri como Michelle Bachelet quisieran ser líderes regionales.

En la provincia, opositores y oficialistas han demostrado ser grandes anfitriones. No es una noticia que José Cano, Domingo Amaya y Alfaro han sido más que ácidos críticos de Manzur y del alperovichismo que le dio vida a esta gestión de gobierno. Sin embargo, han sabido estar a la altura de las circunstancias. El acontecimiento así lo exigía. Ahora viene lo más difícil para ellos: competir, disentir y hasta discutir sin que eso signifique matar o morir. Gran responsabilidad les espera después de que han construido un Tucumán de abrazo, alegría y unión.

A las autoridades nacionales les ha costado mucho más entrar en ese circuito. Inclusive se han esforzado y han gesticulado para demostrar que el costo de los festejos de 2010 ha sido notablemente mayor que el de 2016. Con ello se han mantenido fieles a sus discursos de crítica K. Sin embargo, lo que se espera es transparencia y que no haya corrupción; no que se presuma por reducir gastos. En verdad se trata de una inversión que ayuda –así lo han confirmado los festejos- al disfrute ciudadano.

Dentro de un rato, la hoguera del Bicentenario será un buen recuerdo. En estos años han quedado enseñanzas como esa que demuestra que cuando miramos a largo plazo todos estamos de acuerdo. En cambio, cuando la mirada es corta se trenzan los intereses. Por lo tanto parece que es hora de levantar la mirada hacia objetivos de todos.

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