Vidas inventadas

Vidas inventadas

Las historias de Jean-Claude Romand, quien mató a toda su familia, y de Enric Marco Batlle, falso sobreviviente de un campo de concentración, son extraordinarios ejemplos de vidas construidas sobre mentiras para, finalmente, ser magistralmente retratadas en libros, como los de Emmanuel Carrère y Javier Cercas.

TODAVÍA EN PIE. En enero de 1993, Jean-Claude Romand mató a su mujer, sus hijos, sus padres, su perro e intentó suicidarse prendiendo fuego a esta casa con él adentro. Sobrevivió, y fue condenado a cadena perpetua. TODAVÍA EN PIE. En enero de 1993, Jean-Claude Romand mató a su mujer, sus hijos, sus padres, su perro e intentó suicidarse prendiendo fuego a esta casa con él adentro. Sobrevivió, y fue condenado a cadena perpetua.
03 Julio 2016

Por Hernán Carbonel 

PARA LA GACETA - SALTO (PCIA. DE BUENOS AIRES)

La mentira, como la ficción narrativa, puede funcionar -como bien lo ha expresado el filósofo contemporáneo Homero J. Simpson- en muchos niveles. Pero está claro que la noción de ficción en la literatura no siempre se asemeja a la noción de ficción en la vida. Lo expresó -cuándo no él- Borges: “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible.”

Sin embargo, hay quienes parecen haber creado sus vidas a partir de lo que bien podría ser un argumento novelesco, que de hecho en eso se han convertido, cosa que no ha de confundirse con uno de los objetivos de la literatura, que es vivir todas las vidas que nunca viviremos.

Por lo pronto, de grandes ejemplos de mitómanos ha sabido el mundo. Por caso, Jean-Claude Romand.

En enero de 1993, Romand mató a su mujer, sus hijos, sus padres, su perro e intentó suicidarse prendiendo fuego a su casa con él adentro. Sobrevivió, y fue condenado. Su vida entera se había construido sobre una falacia de las insostenibles, las que llegan demasiado lejos. Hizo creer a su familia que era médico y que tenía un cargo en la Organización Mundial de la Salud, cuando en verdad no había llegado a aprobar el tercer año de la carrera. Vivía a través de pequeñas estafas a propios y extraños. Antes que ser descubierto, prefirió eliminar a quienes lo hubiesen desenmascarado, ya que “no aceptarían la verdad”.

A esta patología suele llamársela pseudología fantástica: tendencia a mentir compulsivamente, imaginar una vida que no es tal y no sólo creérsela, también volverla relato, comunicarla.

Romand llevó a Emmanuel Carrère a escribir El adversario, libro a partir del cual -como en un juego de espejos- el autor francés abandonó la ficción para dedicarse a la no-ficción. Tanto hasta ser comparado con Truman Capote.

Caso similar al de Enric Marco Batlle, que Javier Cercas retrató en su libro El impostor, de 2014. Enric Marco falseó su biografía y se hizo pasar por antifranquista y antifascista y sobreviviente de los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial; fue Secretario General de la CNT en el periodo de la Transición y dirigente de asociaciones de padres de alumnos. Recibió honores, dio charlas públicas, se codeó con el poder. Hasta que un historiador español desenmascaró su farsa.

Si hay algo que a estos genios del disfraz les debemos es, al menos, haber inspirado buena literatura.

Textos refractarios

Del otro lado del espejo se halla la ficcionalización de una biografía, la copia falsificada de una verdad. Tenemos, como ejemplos, a Schwob y a Borges.

En los cuentos de Vidas imaginarias aparecen piratas, poetas, asesinos, un enjambre de personajes variopintos de la historia antigua. Escribió Enrique Vila-Matas: “utilizaba personajes reales de la historia para componer unas biografías alucinantes, mezcla de erudición y anécdotas de tipo extraordinario. Borges las tomó como modelo para su Historia universal de la infamia.”

Escribió Borges sobre el libro de Schwob: “Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de esta obra está en ese vaivén”.

Joyce tuvo lo suyo también a la hora de componer su Dublineses: sus editores se negaban a publicarlo (incluso se llegaron a destruir los pliegos ya impresos) por ser material autobiográfico, ya que muchos de los personajes, e incluso los domicilios, eran reconocibles en la Irlanda de los primeros años del siglo XX.

Según José María Martínez Selva, profesor de Psicología de la Universidad de Murcia, hay dos clases de mentirosos: “El primer tipo es el de los mentirosos crónicos, que tienen muchas dificultades para controlar su conducta y están más cerca de la psicopatología. El segundo corresponde a personas que utilizan la mentira como un instrumento para conseguir fama y dinero”.

Y también están los escritores.

© LA GACETA
Hernán Carbonel -
Periodista y escritor.

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