Patriota de dimensión continental

Patriota de dimensión continental

La breve y fecunda vida de Bernardo de Monteagudo, lo inscribe en la historia grande de América.

CALLE 9 DE JULIO. En esta foto de fines del siglo XIX, sobre la derecha, se divisan edificios antiguos. Acaso en uno de ellos nació Monteagudo. LA GACETA / FOTOS DE ARCHIVO CALLE 9 DE JULIO. En esta foto de fines del siglo XIX, sobre la derecha, se divisan edificios antiguos. Acaso en uno de ellos nació Monteagudo. LA GACETA / FOTOS DE ARCHIVO
El tucumano Bernardo de Monteagudo, cuyos restos recibirán hoy digna sepultura en su ciudad natal, es una figura mayor en la historia grande de la revolución independentista americana. Actuó en todas sus alternativas con indomable fervor. Las Provincias Unidas, Chile, el Alto y el Bajo Perú, el Ecuador, fueron los escenarios de su fecunda acción de abogado, de periodista, de militar, de hombre de gobierno. Como pensador y como político, tuvo una talla muy superior a la de todos los dirigentes de su época. Sus ideas se movían en un terreno continental. Quería borrar hasta el último rastro de la época realista y abrir paso a naciones autónomas, pero unidas y organizadas hacia un destino común.

Enérgico e implacable, calumniado y perseguido, gozó del aprecio de los dos libertadores, José de San Martín y Simón Bolívar. Mucho podía esperarse todavía del doctor Monteagudo, cuando el puñal de un asesino canceló su vida a los 36 años, en una oscura calle de Lima.

Tres doctorados

Nació en San Miguel de Tucumán en 1789, probablemente el 20 de agosto -según su biógrafo Estratón J. Lizondo- en la casa de sus padres, el español Miguel de Monteagudo y la jujeña Catalina Cáceres, ubicada a comienzos de la primera cuadra de la hoy calle 9 de Julio, sobre la vereda del naciente. El prócer era el único sobreviviente de los 11 hijos que tuvo el matrimonio, según consta en el testamento de su madre, fechado en Charcas en 1812. Ella declaraba que sus bienes y los de don Miguel, se habían “insumido” para “fomentar y sostener los gastos hechos en la carrera literaria y grado de Doctor de nuestro hijo”.

En efecto, luego de cursar las primeras letras en Tucumán con el padre José Antonio Medina, pasó a la Universidad de Chuquisaca. Se doctoró en Teología en 1805, en Cánones en 1806 y en Derecho en 1808, con la tesis “El origen de la sociedad y sus medios de mantenimiento”. Poco después, era designado abogado de la Real Audiencia y Defensor de Pobres en lo Civil.

Virus revolucionario

Rápido prendió en su alma el virus revolucionario que empezaba a recorrer el Alto Perú. Redactó el panfleto subversivo “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII”, que fue muy leído a pesar de que circulaba manuscrito. Participó en la revolución de los oidores de Chuquisaca (mayo de 1809). Se dirigía en misión a Tupiza, cuando fue detenido en una posta por orden del gobernador de Potosí, Francisco de Paula Sanz. Pudo zafarse, pero lo arrestaron nuevamente al llegar a su destino. Ni bien liberado, pasó a La Paz, para participar en el otro movimiento contra los realistas que estalló en junio. Por esa causa fue puesto en prisión, desde febrero hasta noviembre de 1810.

Enterado de la Revolución de Mayo y de la marcha de expedición patriota al Alto Perú, pudo fugarse días antes de la victoria de Suipacha. El vocal Juan José Castelli quien, con Antonio González Balcarce, estaba al frente del ejército vencedor, lo nombró secretario y Auditor de Guerra. Y después del desastre de Huaqui, lo arrastró la deposición y prisión de aquellos jefes.

Fogoso periodista

Fue apresado en Jujuy y llevado a Tucumán, pero cuando se creó el Triunvirato, sus miembros dispusieron que fuera liberado e indemnizado. Entonces, Monteagudo se puso en marcha rumbo a Buenos Aires. Conoció entonces la capital de las Provincias Unidas. Allí adquirió pronto un gran prestigio, junto con notables vinculaciones políticas y sociales.

En esos tiempos, “La Gazeta de Buenos Ayres” estaba dirigida por Vicente Pazos Silva, y aparecía los martes. El gobierno encomendó a Monteagudo la dirección de la que se editaba los viernes. El tucumano entró pronto en polémica con Pazos Silva: defendía a Castelli y a Moreno, y denostaba a Saavedra y al Deán Funes. La puja motivó que la publicación terminase suspendida, por disposición de Bernardino Rivadavia. Entonces, Monteagudo editó el fogoso periódico “Mártir o Libre”.

Esto ocurría en 1812. A principios de año, se había fundado la Sociedad Patriótica, que se inauguró con un enérgico discurso de Monteagudo.

En la Asamblea

Además, fundó el periódico del organismo, “El Grito del Sud”, entusiasta sostenedor del morenismo. Fue uno de los fiscales comisionados por el Triunvirato para procesar a los conspiradores que acaudillaba Martín de Álzaga, y que fueron ejecutados. Luego la Sociedad lo nombró presidente y, junto con otros miembros, confeccionó, por encargo del gobierno, un proyecto de Constitución. Ya era miembro conspicuo de la Logia Lautaro.

Activo participante en la revolución cívico-militar de octubre de 1812, que hizo caer al Primer Triunvirato, al reunirse la Asamblea de 1813, Monteagudo la integró como diputado por Mendoza. Tuvo a su cargo el periódico “El Redactor de la Asamblea”. Asumió igualmente la dirección de “La Gazeta Ministerial”. Alineado entre los partidarios de Carlos de Alvear, la caída de este Director Supremo le deparó prisión, embargo de sus bienes y destierro.

Pudo fugarse a Montevideo, desde donde viajó a Londres.

Con San Martín

Allí entró en vinculación con Rivadavia, quien estaba realizando gestiones diplomáticas acompañadas, hasta poco tiempo atrás, por Manuel Belgrano. Sería Rivadavia su guía en la capital británica –de cuyas instituciones Monteagudo se interiorizó a fondo- y también en París. Escaso ya de dinero, pasó a vivir con la familia de Juan Larrea, en Burdeos. Gracias a la ayuda de Rivadavia, volvió a Buenos Aires, con intenciones de pasar a Chile.

Pero el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón tenía verdadera aversión hacia Monteagudo, por razones personales. Por eso cuando llegó, en noviembre de 1817, lo mandó arrestar y luego lo confinó en Mendoza.

Sin pedir permiso al Director, el tucumano cruzó los Andes y se presentó al general José de San Martín, flamante vencedor de Chacabuco. Rápidamente el Libertador lo valoró y le tomó gran estima, designándolo Auditor de Guerra del Ejército de los Andes. Se sostiene que Monteagudo fue el redactor del Acta de Independencia de Chile, firmada por Bernardo O´Higgins. Estuvo en la sorpresa de Cancha Rayada Volvió a cruzar los Andes para encargarse del proceso a los hermanos Juan José y Luis Carrera, y firmó las respectivas sentencias de muerte.

La campaña del Perú

Regresó a Chile, donde O´Higgins le restituyó la Auditoría. Pero sus desinteligencias con el general Tomás Guido, representante de Pueyrredón, y con la rama chilena de la Logia Lautaro, lo forzaron a repasar la cordillera, destinado a San Luis. Participaría entonces en el implacable enjuiciamiento de los cabecillas de la rebelión contra el gobernador Vicente Dupuy.

Cuando San Martín volvió de Chile, fue a buscar a Monteagudo a San Luis. Juntos pasaron a Mendoza y, en 1820, ambos regresaron a Chile. Durante unos meses, publicó en Santiago el periódico “El Censor de la Revolución”. A esa altura, Monteagudo había modificado sus juicios juveniles, y era partidario de una monarquía constitucional como solución para las naciones americanas.

Después se embarcó, siempre junto a San Martín, rumbo al Perú, para continuar la campaña continental. Tenía el cargo de secretario de Guerra y Marina, con grado de teniente coronel. Estuvo al lado del Libertador en la triunfal entrada a Lima, el 9 de julio de 1821. Además de sus tareas, editó allí el “Boletín del Ejército” y escribió en “El Pacificador del Perú”.

Ascenso y caída

Monteagudo actuó destacadamente en la redacción del Estatuto Provisorio del Perú y, cuando se estructuró el nuevo Estado, con San Martín como “Protector” a su frente, asumió la cartera de Guerra y Marina, y luego la de Gobierno y de Relaciones Exteriores.

Al alejarse San Martín, reemplazado por el marqués de Torre Tagle, quedó en el ministerio. Se inició entonces esa última etapa de su vida, que hemos narrado en detalle en las ediciones de LA GACETA de ayer y anteayer.

Recordaremos que, en julio de 1822, fue forzado a renunciar al ministerio, lo deportaron a Panamá y lo declararon proscripto por ley. Pasó entonces a Quito, donde redactó una “Memoria” para responder a las imputaciones de sus enemigos, y conoció a Simón Bolívar, quien rápidamente le otorgó toda su confianza. Lo comisionó a Guatemala, pero lo hizo regresar cuando su ejército iniciaba la etapa final de la ofensiva antirrealista, con las victorias sucesivas de Junín y de Ayacucho.

Entró a Lima con Bolívar, en octubre de 1824. Es seguro que este planeaba nombrarlo representante a ese futuro Congreso de Panamá en que cifró tantas esperanzas luego frustradas. Para guía del mismo, el tucumano había redactado aquel “Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispanoamericanos y plan de su realización”. No podía sospechar Monteagudo que sus enemigos planeaban asesinarlo, cosa que ocurrió la noche del 28 de enero de 1825, en una calle de la capital peruana.

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