Siempre un palo en la rueda

Siempre un palo en la rueda

Como sucedió en Brasil 2014 y Chile 2015, Argentina fue superior a su rival, pero perdió

DURA BATALLA. Otamendi, de muy buena tarea durante todo el torneo, se anticipa a la intención de Vidal de quedarse con el balón. Biglia, en el fondo, intenta regresar y darle una mano a su compañero. reuters DURA BATALLA. Otamendi, de muy buena tarea durante todo el torneo, se anticipa a la intención de Vidal de quedarse con el balón. Biglia, en el fondo, intenta regresar y darle una mano a su compañero. reuters
27 Junio 2016

Leo Noli - LG Deportiva

La secuencia es la misma de hace un año, la misma de hace dos. Argentina yace en el suelo vencida buscando una explicación al por qué de volver a perder una final. Es un karma, una maldición lo que sufre la Selección, lo que le pasó a Lionel Messi, al equipo.

Fue una figurita repetida la definición de anoche con Chile. Fue el calco de la disputada en Santiago. La Selección propuso y dispuso pero no mandó a guardar la pelota dentro del arco de Claudio Bravo y llegó a una instancia que volvió a crucificarla.

Las lágrimas de Messi hablan por sí solas. Vivió rodeado, acorralado. De hecho, el exilio le dio lugar para liberar a sus compañeros, pero sus compañeros no hicieron lo que mejor saber hacer Leo, que son goles. Los pifiaron, los regalaron, los perdieron.

Gonzalo Higuaín cargará con la cruz más pesada. Desaprovechó el gol de su vida en el Mundial de Brasil 2014; desaprovechó el segundo gol de su vida en la Copa América 2015, y desaprovechó el tercer gol de su vida en esta Centenario de 2016.

Y otra vez las lesiones nublaron al equipo. Gerardo Martino intentó darle aire a Ángel Di María, desaparecido en acción, quien finalmente jugó en una pierna. No gravitó. Fue un lastre para el equipo. Lo mismo Ever Banega, que invirtió en despliegue, no así en magia. Se lo extrañó horrores.

Y antes, durante y después se vio el mamarracho del árbitro Heber Lopes. En una, buscó compensar la expulsión de Marcelo Díaz (dos faltas a Messi) con una roja directa a Marcos Rojo, por falta a Vidal (fue pelota limpia). En fin...

El show de Lopes apagó al show verdadero, porque Argentina había empezado siendo dominadora absoluta 11 contra 11.

A los 16 segundos de partido Banega casi moja. Luego llegó un robo de Higuaín, el instante en que encaró mano a mano a Claudio Bravo; el momento en que pensó de más, y la consecuencia: despilfarrar el 1-0. Hubo más chances albicelestes, todas antes de los 30 minutos. Otamendi cabeceó un lindo tiro libre de Messi afuera.

El argumento del partido estaba escrito por y para la Selección, que presionaba tan arriba que obligaba a Chile a apurarse, a rifar o a perder el balón.

Vaya a saber por qué, la expulsión de Rojo le cambió el semblante a la Argentina. Se perdió totalmente y quedó a merced de que Messi resolviera él solito la catástrofe de no lograr el título.

Romero salvó un cabezazo de Claudio Vargas, y después Sergio Agüero se apuró como un amateur y regaló dos oportunidades clarísima. Leo buscó el gol de toda la cancha, pero llegó cansado. Y cuando moría el partido, Funes Mori hizo la épica y cortó un pase atrás con destino de festejo.

Llegó el alargue y la tensión. Argentina siempre fue superior, con y sin el balón. Y surgió la imagen de Bravo, el hombre del partido, el dueño de la mejor atajada de la copa, por sacarle un cabezazo en altura al “Kun”. Era gol, golazo.

Y el karma tomó vida. Llegaron los penales. Las desgracias. Atajó Romero. Falló Messi, por arriba. Chile despertó, Bravo se erigió en figura. Anuló a Biglia y Silva cerró la serie (4-2). La maldición continúa. ¿Hasta cuándo?

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