“Escribir los aleja de las drogas, los acerca a la libertad”

“Escribir los aleja de las drogas, los acerca a la libertad”

Un grupo de adictos en recuperación publica una revista con historias de vida, poesías y reflexiones.

MANOS A LA OBRA. El Servicio de Prevención de las Adicciones del hospital Avellaneda reúne a los jóvenes en recuperación y a los terapeutas. LA GACETA / FRANCO VERA MANOS A LA OBRA. El Servicio de Prevención de las Adicciones del hospital Avellaneda reúne a los jóvenes en recuperación y a los terapeutas. LA GACETA / FRANCO VERA
La sala de espera es como una fría caja de cemento con paredes blancas y rostros jóvenes con ojos extraviados. Estamos en el Servicio de Prevención de las Adicciones del hospital Avellaneda. Cada tanto se oyen voces y risas. Provienen del primer piso. Específicamente de un salón que tiene un escenario y una mesa grande. En esta mañana helada de jueves las sillas están ocupadas por cinco pacientes en rehabilitación y cuatro terapeutas. El psicólogo Ezequiel Naigeboren les pide que recuerden algún momento importante de sus vidas y que lo vuelquen en una hoja. Los “alumnos” piensan. Están concentrados y a la vez bromean. Poco a poco, los papeles comienzan a llenarse de palabras. En algunos casos, las manos tienen un trazo veloz como un torrente que no puede parar la redacción. En otros, la escritura parece tentativa, casi como evaluando cada sílaba antes de imprimirla.
¿Quién quiere leer lo que escribió?, pregunta el licenciado. Gloria M. se apresura a pedir la palabra. “Me acuerdo cuando fui a la cancha con mi papá. Fuimos a la Chile, adonde estaba la barra Inimitable. Ese día estaba de fiesta El Monumental, todo vestido de celeste blanco...”, arranca la joven de 17 años. Ella es una de las más nuevas en el taller de escritura, un espacio en el que -definen los jóvenes en recuperación- pueden reescribir su historia, reinventarse, volver a creer en ellos mismos. Sumarse es leer, es expresarse, es hacer volar la imaginación, aclaran los otros terapeutas Judith Quessa, Federico Díaz Marinjo y Florencia Mazzeo.
“Entendí, de a poco, que no hacía falta ser un poeta para escribir, en una hoja en blanco, en algunas frases, lo que somos, lo que nos pasa....”, describe Carla R. en una de las seis publicaciones que ya se hicieron desde que comenzó el taller, en 2013. “Relatos”, la revista de los chicos del Avellaneda, ya se presentó por tercer año consecutivo en el Mayo de las Letras. Reúne los textos más destacados de los pacientes en rehabilitación: poesías, cuentos, anécdotas y reflexiones.
Gloria muestra con orgullo su participación en el último número de la revista. Su texto apareció en la sección “Resistiendo al olvido”. “Ni siquiera me imaginaba que podía escribir”, dice la joven que hasta hace muy poquito solía decir que no tenía ganas de vivier. Hurgar en su pasado aún latente no le incomoda. Sabe que es necesario hacerlo para entender el camino que transitó. “Llegué a estar muy perdida por la droga. Empecé a los 11. Vivía en la calle. Un día terminé inconsciente, internada en un hospital”, describe. Su mamá le pidió que intentara recuperarse. Y así llegó al Avellaneda, a fines del año pasado. Con silencios, por momentos prolongados, reconstruye los matices que tiñeron una infancia y una adolescencia marcadas por la soledad. “Vivía una pesadilla. No quiero volver a eso; quiero estar mejor”, dice la joven que ahora sueña con terminar la secundaria y ser enfermera.
Otro de los que tocó fondo y está tratando de salir a flote es Walter Juárez, de 38 años. Sus letras empapan las revistas desde el primer número. Le encanta leer de todo y pasa el día escribiendo. Antes de que la droga entrara a su vida estudiaba para ser profesor de historia. Ahora, aprendió a encuadernar y a armar libros. Tiene una biblioteca en su casa de Villa Amalia a la que concurren todos sus vecinos. “Estuve muy mal. A causa de mi adicción padecí una enfermedad que me dejó al borde de la muerte”, detalla. Después de ese episodio buscó ayuda y hoy no consume ninguna sustancia. “Las drogas son una cárcel móvil. Y eso era una contradicción para mi filosofía de vida: soy de los que siempre están luchando para construir espacios de libertad. Escribir me genera eso, libertad”, cuenta.
A veces, cuando compone un texto, Walter recuerda esas noches en que no podía dormir si no consumía marihuana. Se enoja con el discurso de que esta sustancia es inocua. “Me causó mucho daño, problemas motrices y psicológicos”, puntualiza.
Murallones
Para Mario Acosta, de 41 años,  las palabras se convirtieron en murallas en las que su adicción al juego rebota. Es padre de tres mujeres, esposo y taxista. Hasta hace seis meses no podía pasar un día de su vida sin entrar a una casa de juegos. Pasó por muchas terapias sin éxito. Tenía insomnio, problemas familiares y trastornos en la personalidad. “El hospital Avellaneda era para mí el último vagón”, confiesa. En la primera consulta le propusieron que asistiera al taller de escritura. Pensó que era algo aburridísimo. Pero se animó a probar. Y -por esas cosas de la vida- descubrió que adentro suyo tenía un verdadero escritor dormido.
“No se si fueron las ganas de recuperarme o qué, pero aquí estoy fascinado con la escritura. Escribo de todo, a toda hora. Si se me ocurre algo, paro el taxi y le doy forma de texto. Tengo desde poesías eróticas hasta cuentos para chicos. Y nunca más volví a una casa de juegos”, celebra, y anuncia que piensa publicar un libro en breve.
Pese a su corta edad, Guillermo -tiene sólo 23 años- lleva a cuestas la experiencia de haber entrado al universo de la droga y de haber estado preso por robo. Justamente el hecho de haber terminado tras las rejas fue la culminación de la aventura peligrosa en la que se sumía todos los días.
“No quería curarme. Mi mamá me engañó que esta era la única forma de salir de la comisaría. Con el tiempo, abrí los ojos. Me di cuenta que había perdido muchas cosas, principalmente la confianza de la gente que me quiere”, resalta el muchacho, que empezó a consumir a los 13 años y a los 15 abandonó la escuela. Ese mismo camino que siguieron muchos de sus amigos.
“Si no estaría acá, en este taller, tal vez estaría en la calle, drogándome”, señala, quizás para justificar su presencia esta mañana. Todavía no se animó a escribir nada, pero no descarta hacerlo en los próximos días.
Raúl Córdoba ya no es el mismo. Aquel joven muchacho que en la primera revista de 2013 escribió “Carta del mundo de los muertos” hoy tiene 32 años y está en otra frecuencia. Quiere recuperarse como sea de su adicción a la cocaína. Porque tiene un objetivo claro: rearmar su banda de música, “Ángel de Fuego”, grabar un disco y abrir un bar temático, en el que se pueda escuchar “rock del viejo”, dice. En el taller descubrió que tiene talento para escribir letras de canciones. Cuando se engancha y compone, todo lo malo se aleja.
Dolores y felicidades
Gloria, Walter, Mario, Guillermo y Raúl encontraron en las letras la salida que buscaban para purgarse de aquellos fantasmas que prefieren olvidar. Las palabras se convirtieron en un puente para la libertad. 
“La adicción es estar preso, no será como estar tras las rejas, pero de verdad la droga no te deja hacer nada de lo que querés, llega un momento en que ya no podés decidir, no sos vos”, dice Walter.
“Ojalá esta revista, cada cosa que escribimos, pueda ayudar a a mostrar lo que está pasando, lo que están sufriendo los chicos adictos, la impunidad que tienen los vendedores de droga”, insiste Walter. Le ayuda, al igual que a sus compañeros, observar desde lejos y poder escribir sobre su propio rescate. Recordar lo que eran y rápidamente estrellar eso contra el piso, como si fuera una vieja estatua. Tal cual como puede verse en este resumen de Valeria G. en la revista de noviembre del año pasado, cuando escribió “La Balanza de mi vida”:
El dolor de haber perdido a mi mamá a los siete años, la felicidad de ser mamá a los 21.
El dolor de haber sufrido violencia de género, la felicidad de vivir.
El dolor de consumir, la felicidad de saber que existe una salida.
El dolor de caer, la felicidad de levantarme.

La sala de espera es como una fría caja de cemento con paredes blancas y rostros jóvenes con ojos extraviados. Estamos en el Servicio de Prevención de las Adicciones del hospital Avellaneda. Cada tanto se oyen voces y risas. Provienen del primer piso. Específicamente de un salón que tiene un escenario y una mesa grande.

En esta mañana helada de jueves las sillas están ocupadas por cinco pacientes en rehabilitación y cuatro terapeutas. El psicólogo Ezequiel Naigeboren les pide que recuerden algún momento importante de sus vidas y que lo vuelquen en una hoja. Los “alumnos” piensan. Están concentrados y a la vez bromean. Poco a poco, los papeles comienzan a llenarse de palabras. En algunos casos, las manos tienen un trazo veloz como un torrente que no puede parar la redacción. En otros, la escritura parece tentativa, casi como evaluando cada sílaba antes de imprimirla.

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¿Quién quiere leer lo que escribió?, pregunta el licenciado. Gloria M. se apresura a pedir la palabra. “Me acuerdo cuando fui a la cancha con mi papá. Fuimos a la Chile, adonde estaba la barra Inimitable. Ese día estaba de fiesta El Monumental, todo vestido de celeste blanco...”, arranca la joven de 17 años.

Ella es una de las más nuevas en el taller de escritura, un espacio en el que -definen los jóvenes en recuperación- pueden reescribir su historia, reinventarse, volver a creer en ellos mismos. Sumarse es leer, es expresarse, es hacer volar la imaginación, aclaran los otros terapeutas Judith Quessa, Federico Díaz Marinjo y Florencia Mazzeo.

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“Entendí, de a poco, que no hacía falta ser un poeta para escribir, en una hoja en blanco, en algunas frases, lo que somos, lo que nos pasa....”, describe Carla R. en una de las seis publicaciones que ya se hicieron desde que comenzó el taller, en 2013. “Relatos”, la revista de los chicos del Avellaneda, ya se presentó por tercer año consecutivo en el Mayo de las Letras. Reúne los textos más destacados de los pacientes en rehabilitación: poesías, cuentos, anécdotas y reflexiones.

Gloria muestra con orgullo su participación en el último número de la revista. Su texto apareció en la sección “Resistiendo al olvido”. “Ni siquiera me imaginaba que podía escribir”, dice la joven que hasta hace muy poquito solía decir que no tenía ganas de vivier. Hurgar en su pasado aún latente no le incomoda. Sabe que es necesario hacerlo para entender el camino que transitó.

“Llegué a estar muy perdida por la droga. Empecé a los 11. Vivía en la calle. Un día terminé inconsciente, internada en un hospital”, describe. Su mamá le pidió que intentara recuperarse. Y así llegó al Avellaneda, a fines del año pasado. Con silencios, por momentos prolongados, reconstruye los matices que tiñeron una infancia y una adolescencia marcadas por la soledad. “Vivía una pesadilla. No quiero volver a eso; quiero estar mejor”, dice la joven que ahora sueña con terminar la secundaria y ser enfermera.

Otro de los que tocó fondo y está tratando de salir a flote es Walter Juárez, de 38 años. Sus letras empapan las revistas desde el primer número. Le encanta leer de todo y pasa el día escribiendo. Antes de que la droga entrara a su vida estudiaba para ser profesor de historia. Ahora aprendió a encuadernar y a armar libros. Tiene una biblioteca en su casa de Villa Amalia a la que concurren todos sus vecinos. “Estuve muy mal. A causa de mi adicción padecí una enfermedad que me dejó al borde de la muerte”, detalla.

Después de ese episodio buscó ayuda y hoy no consume ninguna sustancia. “Las drogas son una cárcel móvil. Y eso era una contradicción para mi filosofía de vida: soy de los que siempre están luchando para construir espacios de libertad. Escribir me genera eso, libertad”, cuenta.

A veces, cuando compone un texto, Walter recuerda esas noches en que no podía dormir si no consumía marihuana. Se enoja con el discurso de que esta sustancia es inocua. “Me causó mucho daño, problemas motrices y psicológicos”, puntualiza.



Murallones

Para Mario Acosta, de 41 años,  las palabras se convirtieron en murallas en las que su adicción al juego rebota. Es padre de tres mujeres, esposo y taxista. Hasta hace seis meses no podía pasar un día de su vida sin entrar a una casa de juegos. Pasó por muchas terapias sin éxito. Tenía insomnio, problemas familiares y trastornos en la personalidad. “El hospital Avellaneda era para mí el último vagón”, confiesa. En la primera consulta le propusieron que asistiera al taller de escritura. Pensó que era algo aburridísimo. Pero se animó a probar. Y -por esas cosas de la vida- descubrió que adentro suyo tenía un verdadero escritor dormido.

“No se si fueron las ganas de recuperarme o qué, pero aquí estoy fascinado con la escritura. Escribo de todo, a toda hora. Si se me ocurre algo, paro el taxi y le doy forma de texto. Tengo desde poesías eróticas hasta cuentos para chicos. Y nunca más volví a una casa de juegos”, celebra, y anuncia que piensa publicar un libro en breve.
Pese a su corta edad, Guillermo -tiene sólo 23 años- lleva a cuestas la experiencia de haber entrado al universo de la droga y de haber estado preso por robo. Justamente el hecho de haber terminado tras las rejas fue la culminación de la aventura peligrosa en la que se sumía todos los días.

“No quería curarme. Mi mamá me engañó que esta era la única forma de salir de la comisaría. Con el tiempo, abrí los ojos. Me di cuenta que había perdido muchas cosas, principalmente la confianza de la gente que me quiere”, resalta el muchacho, que empezó a consumir a los 13 años y a los 15 abandonó la escuela. Ese mismo camino que siguieron muchos de sus amigos.

“Si no estaría acá, en este taller, tal vez estaría en la calle, drogándome”, señala, quizás para justificar su presencia esta mañana. Todavía no se animó a escribir nada, pero no descarta hacerlo en los próximos días.
Raúl Córdoba ya no es el mismo. Aquel joven muchacho que en la primera revista de 2013 escribió “Carta del mundo de los muertos” hoy tiene 32 años y está en otra frecuencia.

Quiere recuperarse como sea de su adicción a la cocaína. Porque tiene un objetivo claro: rearmar su banda de música, “Ángel de Fuego”, grabar un disco y abrir un bar temático, en el que se pueda escuchar “rock del viejo”, dice. En el taller descubrió que tiene talento para escribir letras de canciones. Cuando se engancha y compone, todo lo malo se aleja.

Dolores y felicidades

Gloria, Walter, Mario, Guillermo y Raúl encontraron en las letras la salida que buscaban para purgarse de aquellos fantasmas que prefieren olvidar. Las palabras se convirtieron en un puente para la libertad. 

“La adicción es estar preso, no será como estar tras las rejas, pero de verdad la droga no te deja hacer nada de lo que querés, llega un momento en que ya no podés decidir, no sos vos”, dice Walter.

“Ojalá esta revista, cada cosa que escribimos, pueda ayudar a a mostrar lo que está pasando, lo que están sufriendo los chicos adictos, la impunidad que tienen los vendedores de droga”, insiste Walter. Le ayuda, al igual que a sus compañeros, observar desde lejos y poder escribir sobre su propio rescate. Recordar lo que eran y rápidamente estrellar eso contra el piso, como si fuera una vieja estatua.

Tal cual como puede verse en este resumen de Valeria G. en la revista de noviembre del año pasado, cuando escribió “La Balanza de mi vida”:

El dolor de haber perdido a mi mamá a los siete años, la felicidad de ser mamá a los 21.
El dolor de haber sufrido violencia de género, la felicidad de vivir.
El dolor de consumir, la felicidad de saber que existe una salida.
El dolor de caer, la felicidad de levantarme.

Punto de vista

Preparen, apunten, ¡cobren!

Por Walter Juarez, adicto en recuperación (Publicado en la revista “Relatos”, de mayo de 2016)

Nadie es un hecho aislado. Mucho menos nosotros, los y las del discurso careta de la sociedad, las y los números de la barbarie encuestadora de lo social; nosotros los usuarios de los servicios de salud pública del ámbito de la salud mental y la prevención de las adicciones no somos hechos aislados, ni ovejas negras, como diría algún xenófobo no declarado. Ese perverso plan de encarcelar en libertad a través de la implementación de un mercado de oferta de sustancias tampoco es un hecho aislado, es la ejecución de una maniobra destinada a no permitir ninguna reacción ante el terror de la desigualdad y sus repercusiones. Milimétricamente diagramado, montan bocas de expendio en todos los barrios, donde la maquinaria criminal atenta contra todo el territorio. Van despertando la sed en quienes no encuentran respuestas a los reclamos de trabajo genuino, quienes optan por trabajar de soldados de la droga, y van armados de desesperación acatando las órdenes de los amos del terror. En la otra vereda de la misma calle estamos los demás, los que usan la sustancia; y los que padecen el uso de manera directa en el ámbito familiar e indirecta en el riesgo ante la búsqueda del consumo. No es casualidad que en épocas de saqueo orgánico de nuestro país se haya orquestado el entramado necesario para los cimientos de la corruptela impune que maneja la tanqueta del abandono. Han disparado a matar a nuestro pueblo, a nuestro barrio, a nuestros hermanos, a nosotros mismos. Las sustancias como jaulas invisibles permiten al consumidor no moverse de ese uso, quedando entre rejas, sin siquiera salir a mirar qué pasa por las  calles del lugar.

Empobrecen un país, eligen específicamente los lugares y operan; es decir se preparan, apuntan y disparan. 

Las políticas de exclusión hacen el arado para que la desesperación y el caos sean la mira del “revolver mercado”, que una vez funcionando deja al libre albedrío el uso del gatillo; la pobreza es el resultado de acciones destinadas a favorecer la desigualdad y los mercados ilegales son el sostén de la impunidad, donde todo tiene precio y el caos cotiza en bolsa.

La proliferación del uso excesivo o no de sustancias en barrios humildes es el disparo que realizan los corruptos para poder permanecer impunes, el uso y difusión de herramientas de prevención de las sustancias es un lugar de referencia para nuestros barrios, ante el abandono total por parte de quienes deben promover el buen vivir y condenar los crímenes.

Que ninguna sustancia nos robe la libertad.

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