El científico asceta y su noche misteriosa

El científico asceta y su noche misteriosa

El gran matemático y pensador francés -considerado el hombre más brillante de su tiempo- lo dejó todo para recluirse en un convento luego de tener una experiencia mística que lo perturbó casi hasta la demencia.

EL PENSAMIENTO DE PASCAL

SENTIMIENTOS.- “El corazón tiene razones que la razón ignora. El hombre está dispuesto siempre a negar todo aquello que no comprende”.

LA EXISTENCIA DE DIOS.- “Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”.

EL HOMBRE VIRTUOSO.- “La virtud de un hombre no debe medirse por sus esfuerzos, sino por sus obras cotidianas”.

CONOCIMIENTO.- “Uno debe conocerse a sí mismo. Si no sirve para descubrir la verdad, al menos es una buena norma de vida. No poseemos la verdad y el bien nada más que en parte y mezclados con la falsedad y con el mal”.

SOBRE LA GUERRA.- “¿Puede haber algo más ridículo que la pretensión de que un hombre tenga derecho a matarme porque habita al otro lado del agua y porque su príncipe tenga una querella con el mío aunque yo no la tenga con él?”.


  

La noche del 23 de noviembre de 1654 fue inusualmente cálida en la campiña francesa. El otoño, esa suave fuga de árboles y abismos que, a decir de Paul Verlainelaceran el alma de congojas extrañas”, no había podido sin embargo torcer el alma de Blas Pascal. A los 31 años, el matemático, físico y pensador francés, considerado uno de los hombres más brillantes de su tiempo, lo tenía todo: fama, dinero y una excepcional capacidad para auscultar el mundo a través de la ciencia sin por eso dejar de lado su poderosa fe cristiana.

Pero esa noche memorable -memorable y olvidada, por eso conviene recordarla hoy-, Pascal tuvo un arrebato que lo perturbó casi hasta la demencia; una visión que lo llevó a dejar todo para convertirse en un asceta. ¿Que fue lo que vio en aquel arrebato místico? ¿Que cosa lo inquieto tanto que lo llevó a dejar de lado la ciencia que tanto amaba?

El talento precoz

Pascal había nacido en Clermont (en el centro de Francia) el 19 de junio de 1623. Desde muy pequeño recibió una educación hogareña impartida principalmente por su padre, quien jamás permitió que su hijo asistiera a la escuela porque desconfiaba del sistema educativo de su época. Válida o no, esa instrucción intuitiva dio sus frutos prematuramente: a los 12 años Pascal ya dominaba la geometría de Euclides y, a los 16, escribió un tratado de las secciones cónicas que dejó con la boca abierta al mismísimo Descartes. A los 18, ya totalmente atrapado por las matemáticas, el adolescente Pascal inventó una máquina de calcular, conocida como “la Pascalina”, que funcionaba a base de ruedas y engranajes. Hoy, esa herramienta es considerada la primera calculadora de la historia.

Y hay más: en 1654 junto con Pierre de Fermat, Pascal formuló la teoría matemática de la probabilidad, fundamental en estadísticas matemáticas y en los cálculos de la física teórica moderna. Además, dedujo el llamado “principio de Pascal” (que establece que los líquidos transmiten presiones con la misma intensidad en todas las direcciones) y antes de cumplir los 30 años ya había realizado contundentes investigaciones sobre las cantidades infinitesimales. Todo un hallazgo para la época.

La visión

Pero semejante brillantez -solo comparable en el siglo XX a la de Albert Eistein- se interrumpió de golpe aquel otoño de 1654. Esa enigmática noche, Pascal cenó temprano y se encerró en su estudio para terminar un trabajo sobre geometría que estaba preparando. No sabía, por supuesto, que su vida estaba a punto de cambiar radicalmente. Algunos historiadores aseguran que tuvo un arrebato místico que le produjo una profunda crisis religiosa. Otros sostienen que sufrió lo que hoy se conoce como brote psicótico. Lo cierto es que a partir de esa noche se negó a seguir investigando y se recluyó en un monasterio hasta su muerte, ocho años después.

Esta suerte de éxtasis -o como se lo quiera llamar- empezó más o menos a las 22.30 y culminó aproximadamente a la medianoche. El inventor de la máquina de calcular, el experimentador del Puy de Dome, el que siempre intento “destejer el arcoiris”, penetró esa noche, durante un par de horas, en un mundo nuevo. Y de su estancia en ese mundo volvió cambiado, aunque incapaz de hablar sobre semejante experiencia.

Él, que siempre tuvo a la palabra como aliada, de golpe enmudeció y se aisló del mundo para dejarse morir de a poco.

Esa visión que le provocó semejante cambio, fue fechada con precisión por el mismo Pascal, quien la escribió en un pergamino que luego cosió al forro de su levita para llevarlo siempre consigo, como si fuera un prodigioso talismán.

La certeza del corazón

Una vez muerto, un criado de Pascal encontró casualmente la estrecha tira de pergamino: estaba fechada con toda precisión “el año de gracia de 1654, lunes, 23 de noviembre”. Lo que se encuentra escrito ahí, no es la visión racional de un “científico admirable”, sino la experiencia de una nueva certeza, la certeza del corazón. El misterioso texto comienza con una palabra escrita en grandes letras: FUEGO; y hace referencia a la visión de Moisés en el pasaje bíblico de la zarza ardiente. En cierto momento aparece una alusión significativa cuando dice: “¡Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob! No el de los filósofos y los sabios”. Este texto, conocido hoy como el “Memorial de Pascal”, es una verdadera profesión de fe cristiana. Aquello que Pascal había vivido hasta ese momento; todas sus aspiraciones y expectativas no tenían ya importancia. Sólo ese presente de deslumbrante luz nocturna daba sentido y espesor a cada instante del resto de su vida. Y ponía todo en una perspectiva inconmensurablemente nueva. Podría decirse que aquella noche, Pascal encontró al Dios viviente, “no de los filósofos y de los sabios”.

Tal vez por eso, desde aquel momento, no quiso ocuparse más de la ciencia, sino sólo de Teología y Filosofía. Quizá de esta manera, creyó él, debía vivirse el “olvido del mundo y de todo salvo de Dios”. Guiado por este pensamiento, el 15 de junio de 1656 (hace hoy 360 años) publicó, con el seudónimo Louis de Montalte, sus célebres “Cartas provinciales”, un luminoso tratado sobre la moral y la política que sacudió a la sociedad parisina e hizo temblar al Vaticano.

El gran poeta T. S. Eliot describió a Pascal durante esta fase de su vida como “un hombre de mundo entre ascetas, y un asceta entre hombres de mundo.” En 1659, el gran matemático cayó gravemente enfermo. Y no hizo nada para reponerse. Es más, durante sus últimos años rechazó sistemáticamente las indicaciones de los médicos diciendo que “la enfermedad es el estado natural del cristiano”.

Murió en París el 18 de agosto de 1662, tras una dolorosa agonía. Tenía sólo 39 años. Él mismo redactó su epitafio que hoy puede leerse en su tumba, ubicada en la iglesia Saint-Étienne-du-Mont, en París: “Medí la inmensidad de los cielos / medí las sombras de la tierra. / Mi espiritu descendía de los dioses / y aquí reposan mis cenizas”.

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n Pascal dedicó los últimos años de su vida a los pobres y a recorrer las iglesias de París escuchando todos los servicios religiosos que podía. 
n Su último trabajo fue el cycloid (cicloide), la curva trazada por un punto en la circunferencia de un rollo circular.
 

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Curiosidades

Entre rezos y cicloides 

> Pascal dedicó los últimos años de su vida a los pobres y a recorrer las iglesias de París escuchando todos los servicios religiosos que podía. 
> Su último trabajo fue el cycloid (cicloide), la curva trazada por un punto en la circunferencia de un rollo circular. 

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