El sutil imperio de Facebook

El sutil imperio de Facebook

La red social es una fuerza poderosa que impulsa a la fragmentación y al seguimiento de nichos.

28 Mayo 2016

Ross Douthar / The New York Times 

En una historia que se cuenta sobre los medios informativos, hemos pasado de una era de consolidación y autoridad a otra de fragmentación y diversidad. Alguna vez había tres grandes cadenas de televisión, y todo el mundo creía lo que Walter Cronkite le dijera como si fueran las tablas de la ley. Después llegaron la televisión por cable y el auge de los programas de entrevistas por radio. De pronto fue posible encontrar fuentes informativas con las que se congeniara ideológicamente y apagar a las viejas autoridades de la cultura de masas. Luego, Internet acabó con los monopolios informativos que quedaban, desperdigó a los lectores de noticias a los vientos en línea y abrió una era de consumo de noticias estrictamente personalizadas.

¿Es convincente esta historia? Depende de lo que veamos cuando entramos en Facebook.

Por un lado, Facebook es una fuerza poderosa que impulsa la fragmentación y el surgimiento de nichos. Les da a sus usuarios noticias de innumerables fuentes, adaptadas a su proclividad individual. Permite que, en cierto sentido, el mismo usuario sea el proveedor de noticias, jugando a ser Cronkite cada vez que comparte una noticia con sus amigos. Y le ofrece una plataforma a cualquiera, de cualquier antecedente o perspectiva, que trata de hacerse de un público partiendo de cero.

Pero visto bajo otra luz, Facebook representa una nueva era de consolidación de los medios, un regreso a la autoridad centralizada en la forma en que se reciben las noticias. Desde esta perspectiva, el imperio de Mark Zuckerberg se ha convertido en una poderosa empresa de medio por derecho propio, si bien con la modalidad de que subcontrata otras organizaciones (este periódico entre ellas) para que se encarguen de recabar las noticias. Y su potencial de influencia se amplifica por el hecho de que su papel de máximo oráculo está disfrazado en la definición que hace Facebook de sí misma como un simple centro social.

Cuestiones ideológicas

Esos dos conceptos rivales se han enfrentado en las últimas semanas a raíz de que se reveló que la lista de temas en la tendencia está a cargo de un grupo de periodistas. Es decir, que no es producto de un algoritmo impersonal. Y luego un ex trabajador de Facebook denunció que se habían suprimido noticias referidas al ala conservadora de la política.

La noticia indignó a algunos conservadores, pero otros simplemente se encogieron de hombros. Zuckerberg convocó a un grupo de expertos de derecha a su sala de juntas de Silicon Valley para que expusieran sus motivos de quejas. Uno de los participantes, Glen Beck, criticó a sus colegas conservadores por tratar a Facebook como si fuera un bastión monolítico de la izquierda, y no una plataforma que les ha servido muy bien a muchos conservadores, entre ellos él mismo.

A esto, Ben Domenech, autor de un popular boletín conservador llamado The Transom, replicó que Facebook obviamente no es solo una plataforma abierta, pero el hecho de que se seleccionen las noticias lo convierte automáticamente en un importante censor y, por tanto, aseguró que es un acto de tontería o de cobardía no tomar en cuenta las muestras de prejuicio.

¿Quién tiene razón? Bueno, Beck tiene razón al decir que Facebook es diferente en naturaleza de cualquier empresa informativa que hubiera habido antes, y que las críticas tradicionales de los prejuicios de los medios -desde la izquierda chomskiana hasta la derecha- no se aplican claramente a lo que está haciendo.

Entre el carácter algorítmico de su nueva diseminación (o buena parte de esta), el papel descentralizador de las decisiones del usuario y los imperativos comerciales de personalización, hay pocas posibilidades de que la experiencia en Facebook llegue a tener el sello ideológico que, por ejemplo, llevaba el imperio Time-Life en los buenos tiempos de Henry Luce.

Pero Domenech tiene razón en que el imperio de Zuckerberg necesita de organismos de control y críticos rigurosos. Es verdad que cualquier prejuicio de Facebook va a ser más que sutil. Pero ya que mucha gente vive efectivamente dentro de su arquitectura cuando está en línea, hay un poder en la sutileza de una red social que ningún periódico o noticiero de televisión podría aspirar a igualar.

Ejercicio de poder

En un periodo de crisis, ese poder sutil podría ejercerse de manera definitivamente inquietante. Consideremos, por ejemplo, el reporte de una conversación durante una reunión de Facebook, sobre si la compañía tendría la obligación de intervenir contra un personaje como Donald Trump. Esto es algo que, al menos teóricamente, podría llevarse a cabo ajustando el algoritmo de noticias o incluso el aviso del día de las elecciones.

Pero el ejercicio de poder de Facebook más viable (e inevitable) sería básicamente inconsciente, como sospecho que lo pudo haber sido también la supresión de noticias conservadoras.

Siendo la naturaleza humana lo que es, una red social manejada y mantenida por personas que tienden a tener en común una visión del mundo particular -libertaria de izquierda y espiritual pero no religiosa, a juzgar por los prejuicios de la derecha de Silicon Valley- tendrá la tendencia a adoctrinar a sus usuarios dentro de esa perspectiva.

Y, por supuesto, esto va más allá de la política. La forma en que está ajustado un algoritmo, por muy impersonal que se quiera, el tipo de noticias que presenta y que esconde es también una forma de adoctrinamiento, una forma de enseñarles a los demás lo que deben pensar acerca del mundo.

La arquitectura virtual narra historia al igual que la arquitectura real: como los vitrales en las catedrales medievales, incluso lo que parecen ser decisiones inconsecuentes -como el tema del Doodle de Google, por citar otra entidad de medios informativos- encaminan a la gente hacia íconos particulares, hacia ideales precisos.

Así que, aunque no nos importe la forma en que Facebook trata las fuentes informativas conservadoras, de todos modos nos conviene que su poder esté controlado continuamente, que sea criticado y observado, no solo por el bien de la política de sus usuarios sino por nuestro mismo ser.

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