Un Bicentenario para perderles el miedo a los cambios de fondo

Un Bicentenario para perderles el miedo a los cambios de fondo

De acuerdo con un relevamiento efectuado por la consultora Trespuntozero, el 42,2% de un universo de encuestados en todo el país no sabe qué pasó el 25 de mayo de 1810. ¿Por qué debería ser diferente si nos referimos al 9 de julio? Los chicos argentinos, de Ushuaia a La Quiaca, dibujan nuestra Casa Histórica en algún tramo de la escuela primaria. La “Casita de Tucumán” les sale -en muchísimos casos- amarilla y con puertas verdes. El símbolo, al igual que el Cabildo porteño, está internalizado en el imaginario nacional; lo que no está claro es su significado. “Algunos políticos creen que el Bicentenario es una obra pública”, dice Jorge Mendía en la entrevista disponible en LAGACETA.com. Mucha forma y poca sustancia, quiere decir Mendía. La sustancia es, por ejemplo, subirse a la ola del Bicentenario para que en cada aula surjan matrices de pensamiento crítico acerca de estos 200 años de historia y de los retos que nos aguardan.

Son desafíos que sacuden al sistema educativo, porque elevan la vara que día a día saltan los docentes interpelando sus motivaciones y capacidades. No es sencillo, la escuela está atada a infinidad de problemas, tan complejos que sería hasta irrespetuoso enconsertarlos en un párrafo. Si los chicos egresan del secundario absolutamente incapaces de comprender el texto que están leyendo va infinitamente más allá de discusiones que sólo hacen perder el tiempo (¿aplazos sí o aplazos no?, por ejemplo).

Los ejes temáticos y sus abordajes son los que dejan huella y el Bicentenario es un vehículo formidable en ese sentido. Pasarse todo un trimestre hablando del Bicentenario, en todas las materias, por caso. Esto implica, claro, salir de la rutina, y no hay zona de confort más apetecible para el que enseña y para el que aprende que la rutina. Se dirá que a esta altura del año, con todas las planificaciones cerradas, es una expresión de deseos. Más bien es cuestión de releer a Paulo Freire o, en el colmo de la comodidad, escuchar alguna conferencia de Ken Robinson en YouTube.

Mientras tanto, el guión museográfico de la Casa Histórica vuelve a cambiar. A las autoridades (digamos kirchneristas) anteriores no les gustaba el guión A y lo reemplazaron por el guión B. A las autoridades actuales (digamos macristas) no les gustó el guión B y en su lugar pondrán el guión C. Lo llamativo es que Américo Castilla aparece en ambas administraciones, o sea involucrado en la génesis de los guiones B y C. Nada impide que dentro de cuatro, ocho o 12 años nuevas autoridades lleguen con el guión D bajo el brazo. ¿Es grave? No. Ni la Casa ni la Historia tienen dueños y, por sobre todas las cosas, tanto la Casa como la Historia están vivas.

En el medio de los debates hay académicos, estudiosos, defensores apasionados de determinadas corrientes historiográficas, lectores voraces de Hernández Arregui y de Milcíades Peña y otros entusiastas de los hermanos Irazusta. Hay investigadores, museólogos e, inevitablemente, interesados en que el cuadro de algún antepasado conserve su lugarcito por más que tenga poco y nada que ver con 1816. También quienes rasguean la guitarra de oído y exigen que “a la Casa Histórica no se le toque ni una teja”, sin advertir que la construyeron en entre 1942 y 1943 y que lo único original es el salón de la jura,

La discusión de estos temas enriquece. Al concepto de cultura que se irradia del centro a los márgenes se lo devoró la certeza de que cultura es. básicamente, inclusión social y construcción de ciudadanía. Desde ese espacio generoso, en el que el uso de la palabra está democratizado, se puede disentir y construir a la vez.

Tiene razón Noemí Goldman -tucumana radicada en Buenos Aires, integrante del equipo que elabora el nuevo guión- cuando dice que la tarea del historiador no es separar héroes de villanos ni juzgar a los protagonistas, sino comprender los procesos y ponerlos en el contexto de su tiempo. El problema es que hay infinidad de sujetos invisibilizados por la historia que escribieron y escriben los ganadores. Es ahí donde el revisionismo mete la nariz. Pasó con los unitarios (ganadores) y Rosas (perdedor). No hay avenidas, calles, plazas ni ciudades que lleven el nombre de Rosas. Los gobernadores unitarios tucumanos (La Madrid, Marco Avellaneda, Marcos Paz, etc) siempre tuvieron mejor “prensa” que los federales (Alejandro Heredia, Celedonio Gutiérrez, etc).

El Bicentenario, que es mucho más que una lección de historia, que un logo como el presentado por el Gobierno nacional o que la lavada de cara de algunos edificios, está lejos de penetrar en el intrincado tejido social. (Pequeña disgresión: ya hay cuatro logos para el Bicentenario, el nacional, el provincial, el municipal y el de la UNT. ¿No podían ponerse de acuerdo y elegir uno?)

Volvemos. Debatir sobre nuestra identidad y sobre el Tucumán de los próximos 100 años propone un salto de calidad educativa y cultural que, como todo esfuerzo, implica llevar cuerpo y mente al límite. Sacar las ideas a la luz y exponerlas al análisis y el escrutinio ajenos es, también, un acto de valentía.

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