Dos amigas y los riesgos del lenguaje

Dos amigas y los riesgos del lenguaje

El alcohol aparece como puente hacia la intimidad.

22 Mayo 2016

 NOVELA

PÉTRONILLE

AMÉLIE NOTHOMB

(Anagrama - Barcelona) 

Un espejo de burbujas refleja la relación de dos amigas. Amélie Nothomb es una escritora con éxito que está sola y busca una compañera de borrachera. La encuentra en una adolescente andrógina que la admira. En una primera impresión esa es la historia que cuenta Pétronille.

Bajo esa apariencia, la trama avanza en un juego de dobles. Amélie Nothomb vuelve a ser personaje de Amélie Nothomb, no solo bajo su nombre propio, sino también como Pétronille Fanto. El eco de la frase famosa de Rimbaud “Yo soy otro”, adquiere una cualidad espumante sobre la prosa mordaz de la autora de Estupor y temblores. Las dos protagonistas son escritoras y viven, cada una a su modo, los riesgos del lenguaje.

Una vez más, Nothomb pone el cuerpo como eje de la historias. El cuerpo como conductor de la experiencia de emborracharse y de relacionarse con otra. Las obsesiones se repiten, esta novela no es una excepción. En sus anteriores obras la escritora belga se vale del hambre para hablar de otra búsqueda: el cuerpo se llena y se vacía de alimentos para mostrar un estado de alerta constante.

Sin embargo, en esta historia es el otro personaje, Pétronille, quien “podría haber tenido como divisa: ‘lo que me alimenta me destruye’”. Es curioso, esta vez no es la comida, sino una bebida alcohólica la que hace material la amistad. El alcohol como elemento primordial parece abrir la posibilidad de la intimidad, relaja la distancia que pone el cuerpo.

Ida y vuelta

Se sabe que la autora escribió esta novela, como todas las anteriores, entre las cuatro y las ocho de la mañana, en ayunas y vestida con una especie de pijama antinuclear japonés. Y así se muestra en una de las escenas de la historia. Una de las cualidades de la escritura de Nothomb es ironizar hasta el punto de convertir lo real en ficción. Tiene la inteligencia y desfachatez para diseccionar su experiencia y crear personajes con cada una de las partes sobrevivientes.

En ese ida y vuelta rasante descubre: “desde los once años, los seres alados me obsesionaban hasta el punto de no retorno. He observado tanto a los pájaros que debo haberme contagiado de algo de ese reino… Se me podría objetar que a los once años es tarde. Sí, pero antes, me obsesionaron los huevos, y me siguen obsesionando. No se puede negar la coherencia de mis obsesiones. Los once años sin duda debieron coincidir con el tiempo de incubación. A los once años me convertí en un pájaro… Mis libros equivalen a mis puestas.”

© LA GACETA
VERÓNICA BOIX

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