“Monteagudo combatió a una oligarquía que miraba con desprecio la idea de una monarquía incaica”

“Monteagudo combatió a una oligarquía que miraba con desprecio la idea de una monarquía incaica”

El dramaturgo y novelista tucumano habla aquí sobre Monteagudo. Anatomía de una revolución, su última novela. “Este transgresor era capaz de hacer que dos niñas arrojaran delante de él pétalos de rosas para caminar sobre ellas en la entrada a la catedral de Tucumán”, cuenta Rosenzvaig.

REVOLUCIONARIO CON MODALES DE CORTE. “A mi personaje lo llamaban con ironía el zambo Monteagudo por el color de su piel cuando aún quedaban resabios heredados de limpieza de sangre”, revela Rosenzvaig.  REVOLUCIONARIO CON MODALES DE CORTE. “A mi personaje lo llamaban con ironía el zambo Monteagudo por el color de su piel cuando aún quedaban resabios heredados de limpieza de sangre”, revela Rosenzvaig.
08 Mayo 2016

PERFIL

Marcos Rosenzvaig nació en Tucumán en 1954. Es profesor de Letras por la UNT y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Es actor, director y autor de numerosas obras de teatro y de varios ensayos, entre ellos Técnicas actorales contemporáneas y Copi: sexo y teatralidad. Como narrador, publicó Madres Fuck You!, Qué difícil es decir te quiero y Perder la cabeza. 

Por Marcelo Damiani y Marsolaire Quintana

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

- ¿Qué lo inspiró a escribir sobre el personaje de Monteagudo?

- A todos los que aún creemos y somos dueños de nuestras utopías en un mundo cada vez más injusto, con castas políticas corruptas y una banalidad egoísta que se respira amortiguada como desde un musak, nos resta la posibilidad de regresar la mirada a aquellos que fortalecen quimeras, nuestra sed de justicia y un anhelo de luchar por la igualdad de los hombres. Monteagudo fue uno de ellos: promovió la abolición de los tributos a los indígenas, la eliminación de la inquisición, la supresión de los títulos de nobleza y no le tembló el pulso para ejecutar contrarrevolucionarios o enviarlos al destierro. Siempre sentí empatía por los expulsados, mucho más cuando se trata de un tucumano. Así como trabajé sobre Monteagudo, hace 15 años hice lo mismo con Marco Avellaneda en Perder la cabeza. Las dos novelas fueron escritas desde las vísceras de Tucumán. Y desde allí, lo que hago es recorrer amores, pasiones secretas, misterios de la historia. A mi personaje lo llamaban con ironía el zambo Monteagudo por el color de su piel cuando aún quedaban resabios heredados de limpieza de sangre. Este transgresor era capaz de hacer que dos niñas arrojaran delante de él pétalos de rosas para caminar sobre ellas en la entrada a la catedral de Tucumán. Me inspira por ser revolucionario, tucumano, zambo con modales dignos de la Corte y alguien que combatió a una oligarquía que miraba con desprecio la idea de una monarquía incaica, obnubilada por lo europeo e imposibilitada de mirar lo autóctono.

- ¿Cuáles son las fuentes históricas que consultó para escribir la novela?

- Los historiadores José María Rosa, José Ignacio García Hamilton y Pacho O’Donnell, pero mi fuente esencial es la ficción. Saber de uno mismo resulta complejo, mucho más conocer la interioridad de un hombre que habitó hace 200 años. La historia liberal hizo de los patriotas un mazacote de cemento, destruir tanta piedra sin sentido es la tarea del novelista.

- ¿Cree que existe una diferencia, como parece sugerir en su texto, entre la muerte de un revolucionario como Monteagudo y la de un reaccionario como el Dr. Romero?

- Yo sé cómo comienzan los personajes que pasan dentro de mí pero no cómo terminan. Y lo interesante de la novela es ver la evolución o el derrotero de ellos. Una noche del perito forense Romero con los huesos de Monteagudo no será suficiente para hacer de él un revolucionario, pero sí para amar a una mujer y para mirar el pasado de una manera distinta. El cielo de los revolucionarios es el que me inspira escribir la novela, el cielo de los que actuaron en la semana trágica de Enero de 1919 (como el perito Romero) será aborrecido por las mayorías que aman la libertad. A infinitos kilómetros de distancia, ambos cielos persisten y continúan recibiendo almas. Monteagudo y el perito no se encontrarán, forman parte del desencuentro de los argentinos. Durante los tiempos de la colonia estuvo prohibida la permanencia de personas de fe judía en el Virreinato del Rio de la Plata; además aquellos católicos sospechosos de ser judaizantes eran perseguidos por la Inquisición, como se detalla en la historia del médico Francisco Maldonado da Silva, quemado vivo por dicho tribunal en Lima.

© LA GACETA


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