Atrapados por la psicosis de las redes sociales

Atrapados por la psicosis de las redes sociales

Un hombre estaba parado en una esquina, a metros de la puerta de un colegio de niños, junto a un vehículo que tenía la puerta abierta. Una mujer lo fotografió con su celular y envió la imagen a varios grupos de WhatsApp y de Facebook advirtiendo que se trataba de un peligroso pedófilo que secuestraba chicos en las escuelas. La foto rápidamente se propagó por toda la ciudad y horas más tarde el hombre fue detenido.

Este hecho ocurrió el año pasado en San Juan. El hombre se llama Orlando Heredia, tiene cinco hijos y es albañil. Tras la investigación, la Policía determinó que Heredia estaba apoyado en la camioneta de su hermano, con quien esperaba a su madre; que no era ningún pedófilo y que en realidad fue víctima de la paranoia de la mujer que lo fotografió, una peluquera llamada Andrea Femia.

Una familia arruinada

El hecho causó tanto impacto en la provincia que hizo que Heredia y su familia vivieran un verdadero infierno durante semanas. Sus chicos no podían ir al colegio, ni siquiera salir a la calle. Y él recibió una catarata de amenazas.

El albañil decidió realizar una denuncia contra la mujer en la comisaría 23 de la capital sanjuanina y Femia terminó detenida por este escrache virtual.

No es la primera persona que acaba presa por realizar denuncias falsas en las redes sociales.

Sin embargo, la mayoría de los casos quedan en la nada, porque son demasiados, porque no siempre es fácil rastrear su origen, o porque se deben destinar demasiados recursos y tiempo para cada hecho.

Pandémico

Este problema no es exclusivo de Argentina y ya se ha convertido en una verdadera pandemia.

Es motivo de preocupación de los poderes judiciales, los gobiernos y las fuerzas de seguridad en numerosos países, como por ejemplo España, Brasil y los Estados Unidos, donde más avanzados están -aún sin resultados claros- para encontrarles un marco regulatorio a las mentiras, los escraches, las difamaciones y las falsas alarmas en las redes sociales.

Tucumán estuvo al borde de una guerra civil en diciembre de 2013 a causa de las mentiras y los agites, las exageraciones y la consiguiente paranoia que se disparó en las redes sociales en medio de la ausencia policial por una protesta salarial, agravada por algunos saqueos.

Mensajes como “ahí vienen, ahí vienen” o “están entrando a tal o cual lugar” se repitieron incansablemente por Twitter, Facebook y WhatsApp, mientras se escuchaban disparos por todas partes y se elevaban decenas de columnas de humo en el cielo de la ciudad, producto de las fogatas que hacían los vecinos atrincherados.

De lo virtual a lo real

Lo que ocurría en el mundo virtual nada tenía que ver con lo que estaba pasando en la vida real, pero el efecto no tardó en trasladarse a las calles. Cadenas de mails y mensajes que advertían sobre decenas de muertos, casas y barrios enteros saqueados se reenviaron sin el mínimo chequeo o revisión, porque cuando la psicosis social se dispara es muy difícil detenerla. Así murió gente inocente, como un motociclista en avenida Juan B. Justo que cometió el error de pasar a alta velocidad frente a un piquete de gente armada y exaltada, que lo fusiló sin mediar palabra pensando que era un saqueador.

El examen más caro

Hace dos semanas, una adolescente que denunció un falso secuestro para evitar rendir un examen provocó la movilización de más de 50 patrulleros, 52 motos y más de 300 hombres.

Además de causarle al Estado un gasto de $30.000, dejó desprotegidos a amplios sectores de la ciudad por varias horas.

Hace poco más de una semana, vecinos de San Andrés difundieron que un violador había quedado en libertad. Cortaron la ruta por horas, lo escracharon por Facebook y luego le incendiaron la casa, dejando sin techo a la esposa y a sus hijos, que nada tienen que ver con el abuso. El hombre nunca había sido liberado.

Luego del fallecimiento de Paula Calleri por hantavirus, un texto se viralizó por WhatsApp, en el que se advertía que la joven se había contagiado en Yerba Buena y que la ciudad estaba infectada por el virus, mientras las autoridades intentaban ocultar este desastre epidemiológico. La falsa información generó pánico entre los vecinos de la ciudad, caos en las guardias y en los consultorios y le alteró la vida a mucha gente.

Hace unos días propagaron audios y textos donde se aseguraba que el agua de la capital tucumana estaba contaminada y que por esa razón cientos de niños intoxicados estaban atiborrando las hospitales y los consultorios. Esta mentira causó alarma y temor en miles de familias y provocó derroche de tiempo y recursos al Gobierno, a los hospitales y a los médicos.

Máxima tensión

La idea del fraude en las últimas elecciones también se instaló desde las redes sociales, más allá de las irregularidades que efectivamente ocurrieron, pero que se amplificaron hasta la enajenación gracias a cientos de denuncias falsas que se difundieron.

Culpa de esto Tucumán y los tucumanos vivieron semanas de máxima tensión y enfrentamientos que podrían haber culminado con varias muertes.

En un reciente asalto a una panadería de Yerba Buena, los supuestos autores fueron encontrados más tarde en la casa de un country de San Pablo.

Los policías fotografiaron con sus teléfonos a los detenidos y viralizaron las imágenes. Pocas horas después una de las detenidas fue escrachada en las redes sociales donde, claro está, todo lo que circula es cosa juzgada. A raíz de esto, la abogada de la acusada demandó a los policías.

No es la primera vez que los uniformados fotografían o filman situaciones que no deberían difundirse y mucho menos antes de que exista una sentencia. Detenciones, “fiestas” en lugares y momentos indebidos, escenas de sexo y hasta torturas fueron traficadas por las fuerzas de seguridad transgrediendo todos los debidos procesos.

Intoxicados

Estos son sólo algunos de los embustes más resonantes que se retransmiten a la velocidad de la luz por los celulares y las computadoras, pero que totalizan decenas por semana, que intoxican la paz de la ciudadanía y ponen en verdadero riesgo a las instituciones y a la vida de las personas.

El 911 de la Policía recibe entre 3.000 y 5.000 llamadas por día. El 70% son denuncias falsas, bromas o gente que llama y corta. Representa un despilfarro fenomenal en un área por demás sensible, que no puede darse el lujo de dilapidar tanto tiempo, dinero, móviles y efectivos dando pasos en falso. Somos, como sociedad, los principales enemigos del 911; nos autoboicoteamos nuestro propio sistema de seguridad. De locos.

Paren las rotativas

Los medios de comunicación también son víctimas de esta enajenación y soportan por estos días una enorme presión. Las mentiras circulan a una velocidad difícil de alcanzar para el periodismo profesional, que debe chequear y confirmar cada dato antes de publicarse. El apremio de las redes es tan intenso que ha llevado a muchos medios, por no decir a todos, a caer en la trampa de apurarse y cometer errores. Y cuando no se han dejado coaccionar por la ansiedad y la paranoia colectiva, reciben inmediatos, implacables y masivos ataques del orden de “dejen de ocultar la verdad, cómplices”, por ejemplo.

Cabe sobre los autores de estas estafas que ocasionan muertes y pérdidas millonarias la máxima responsabilidad, pero sin la complicidad del resto de la sociedad que las difunde no alcanzarían su objetivo ni causarían tanto daño.

Analfabetos tecnológicos

Somos contemporáneos a la revolución tecnológica y de las comunicaciones más colosal de todos los tiempos. Somos todos, a la vez, aún los jóvenes más naturalizados con estas nuevas ciencias, analfabetos en cuanto a las causas y consecuencias que provocan estos cambios. Aún son inmensurables completamente los efectos que producen nuestras acciones virtuales.

Es necesario calmarnos un poco, sobre todo cuando están en juego el honor y la integridad de las personas o incluso la vida.

Pensar cinco veces antes de responder, reenviar o compartir una información. Buscar las fuentes más confiables y esperar, sobre todo saber esperar, porque siempre será preferible una verdad que tarda en llegar, pero que sana, ayuda y tranquiliza, a una mentira rápida que causa daños irreparables.

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