Educación y trabajo dignos para una sociedad más justa

Educación y trabajo dignos para una sociedad más justa

Es una de las fechas más importantes del calendario que evoca un episodio trágico. A fines de abril de 1886, un grupo de obreros anarquistas inició en Chicago una campaña para lograr la jornada de trabajo de ocho horas; esta se podía extender hasta 18 horas diarias. Convocaron a una gran protesta el 1º de mayo. Fueron reprimidos por la policía y murieron dos obreros. Hubo una nueva marcha en contra de la represión en la Haymarket Square de Chicago; durante su realización explotó una bomba que mató a varios policías. Pese a que no se conoció el culpable, detuvieron y ejecutaron a cuatro líderes anarquistas. En recuerdo de ese episodio infausto, en 1889, la Segunda Internacional instituyó el 1° de mayo como el Día Internacional del Trabajador.

En los últimos años, el mundo se halla jaqueado por las crisis políticas y económicas que han contribuido a profundizar la injusta distribución de la riqueza. Millones de personas, huyendo de las guerras han intentado refugiarse en los países europeos. En enero pasado la Organización Internacional del Trabajo pronosticó en un informe que el número de desempleados a nivel mundial se incrementaría en 2,3 millones en 2016 y en 1,1 millón en 2017. En 2015, la desocupación mundial afectaba a 197,1 millones de individuos, cerca de un millón más que en el año anterior y 27 millones más que en los años anteriores a la crisis de 2008.

En 2013, en su alocución en la plaza de San Pedro, el papa Francisco afirmó que “la dignidad no es la que da el poder, el dinero, la cultura, no. La dignidad nos la da el trabajo y un trabajo digno... hay sistemas sociales, políticos y económicos que han hecho que ese trabajo signifique aprovecharse de la persona”. El Pontífice instó que en la medida de sus responsabilidades, quienes conducen el mundo “se esfuercen por crear puestos de trabajo y creen esperanzas en los trabajadores”. Agregó que cuando la sociedad está organizada de forma que “no todos tienen la posibilidad de trabajar, esa sociedad no es justa”. “Pienso en cuántos están desocupados, muchas veces a causa de una concepción economicista de la sociedad que busca el beneficio egoísta más allá de los parámetros de la justicia social... Los invito a la solidaridad y por tanto, a no perder la esperanza... el trabajo es fundamental para la dignidad de las personas, nos unge de dignidad, nos hace semejantes a Dios que ha trabajado, trabaja y actúa siempre”, dijo.

La clase gobernante, por cierto, tiene un papel fundamental en la organización del trabajo, creando fuentes de ocupación. Se suele criticar a menudo -y no sin razón- la cantidad de empleados que engrosan la administración pública. Pero al mismo tiempo, cabe preguntarse qué posibilidad de trabajo digno tienen las personas que viven en pequeñas localidades -muchas de ellas vivían gracias a la actividad del ferrocarril o de los ingenios-, donde no existen precisamente las famosas inversiones privadas. Las villas de emergencia son el reflejo de la falta de respuestas de la clase dirigente para dotar a estas barriadas no solamente de ocupaciones dignas, sino también de educación y salud. Es difícil conseguir trabajo sin educación. En contrapartida, muchos jóvenes que se gradúan en las universidades tampoco encuentran una ocupación digna ni siquiera en su propia profesión. La existencia de miles de planes sociales, a los que acceden los ciudadanos sin recursos y desempleados, también refleja la incapacidad de los gobiernos para avanzar hacia una sociedad más justa.

“Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos”, sostiene el papa Francisco.

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