El narcotráfico: la gran mentira del Siglo XX

El narcotráfico: la gran mentira del Siglo XX

El 17 de junio se cumplirán 45 años de la declaración de la guerra contra el narcotráfico. Estados Unidos venía de perder por paliza con Vietnam y el presidente Richard Nixon, acosado por la Guerra Fría contra la Unión Soviética y sus aliados y asustado por numerosos escándalos políticos internos, decidió inventar el nuevo enemigo número uno de los Estados Unidos: el narcotráfico.

Nixon pronunció ese día de junio por primera vez la famosa frase “Wars on drugs” (Guerra contra las drogas).

Un par de años más tarde Nixon retiraba las tropas de Vietnam mientras endurecía su discurso antidrogas: “Este gobierno le ha declarado la guerra global a la amenaza de las drogas”, y a la vez creaba, el 1 de julio de 1973, la DEA (Drug Enforcement Administration), la primera agencia internacional de lucha contra las drogas ilegales. Los estadounidenses debían olvidar cuanto antes a los comunistas que los habían derrotado y humillado y focalizar su ira y su energía en la nueva amenaza: los narcos.

Un año después, el 8 de agosto de 1974, Nixon se convertía en el único presidente norteamericano que debía renunciar, acorralado por el escándalo Watergate, denunciado por el diario The Washington Post.

Según una investigación del periodista Dan Baum, publicada en la revista norteamericana Harper, el cerebro detrás de Nixon en la invención de esta pantalla denominada narcotráfico fue uno de sus principales asesores, John Ehrlichman, quien luego también terminaría preso por el espionaje al partido Demócrata.

“La campaña de Nixon tenía dos enemigos: las personas de izquierda contra la guerra y los negros. Sabíamos que no podíamos convertirlos en ilegales, pero podíamos conseguir que la gente asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína. Podíamos detener a sus líderes, atacar sus hogares, romper sus pertenencias y vilipendiarlos noche tras noche en los noticieros”. Esta es una de las frases de Ehrlichman que cita Baum en su nota.

Tan antiguo como el hombre


El consumo y el control de las sustancias psicoactivas como herramienta política es tan antiguo como el hombre. Hay registros que datan del 2.700 AC donde el emperador Cheng-non le reconoce propiedades psicoactivas a la cannabis (marihuana), mientras que sus poderes estimulantes y euforizantes son elogiados en uno de los cuatro libros santos indo-arianos (1.300 AC).

Hay antecedentes sobre los beneficios de la masticación de la hoja de coca que se remontan a más de 5.000 años en los países andinos, ponderando el alivio al esfuerzo físico y mental provocado por el trabajo en altura.

En la gruta funeraria de Albuñol, cerca de Granada, España, se encontraron objetos para quemar opio y bolsas de cápsulas fechados en 4.200 AC. Al contrario de lo que se supone, habrían sido los griegos los que llevaron luego el opio hacia la India y Asia Central, donde se extendió el cultivo de la amapola, conocida como “planta de la alegría”.

También hay antecedentes milenarios del consumo de hongos y cactus entre los habitantes de América Central y con el alcohol podemos llegar, literalmente, hasta los monos.

Tal vez pocos saben que hasta el café estuvo prohibido por los musulmanes en Medio Oriente, en el Siglo XVI, y por los alemanes en el Siglo XVII. También los católicos condenaron su consumo por considerarlo “una amarga invención satánica”, hasta que el papa Clemente VIII quedó cautivado con su sabor y afirmó que era “una bebida excelente para los católicos”.

Entre las milenarias y sangrientas luchas por el control de las drogas, las más conocidas son las llamadas “guerras del opio”, que fueron dos, entre los imperios Chino y Británico.

Ocurrieron en el Siglo XIX y en ambas perdió China. El resultado fue que los orientales tuvieron que tolerar el comercio del opio que le impusieron los ingleses. Cuando Nixon le declaró la guerra a las drogas y creó la DEA, el narcotráfico, inexistente en ese entonces como organización internacional, representaba el negocio de unas cuantas decenas de millones de dólares. Una década más tarde, la cocaína traficada por los cárteles colombianos movía unos 5.000 millones de dólares anuales.

Hoy la venta de droga es el negocio ilegal más grande del mundo, con un movimiento de 320.000 millones de dólares anuales (Naciones Unidas, 2013). Le siguen la falsificación, con 250.000 millones, y el tráfico de personas, con 31 millones de dólares.

Ahora podemos entender, en perspectiva respecto de estos últimos 45 años, que inventaron el narcotráfico y lo convirtieron en un negocio fenomenal, controlado principalmente por los Estados Unidos, el principal consumidor de drogas ilegales del planeta.

Casi el 40% de la cocaína que producen Bolivia, Perú y Colombia -por cuestiones botánicas son los únicos que pueden elaborarla-, se exporta a norteamérica.

Quiere decir que 320 millones de estadounidenses (el 4% de la población mundial) aspiran cuatro de cada 10 kilos de cocaína que se fabrican.

Los otros seis kilos se reparten entre 7.500 millones de personas. Unos cuatro kilos van Europa y Asia, y los otros dos kilos al resto del mundo.

Una ecuación brillante

Sin la demanda norteamericana, los cárteles colombianos no hubieran sido más que pequeñas bandas delictivas locales. Si no estuviera al lado de los Estados Unidos, hoy México no sería lo que es: 15.000 asesinatos por año desde que le declararon la guerra al narcotráfico en 2006, por exigencia de la Casa Blanca.

Cada vez que un país “endurece” su lucha contra el narcotráfico, el primer resultado, además de aumentar la violencia, es que disminuye la oferta y por lo tanto aumenta el precio de la droga.

Es una ecuación brillante: trafican menos kilos, por lo tanto bajan los costos de producción, pero siguen ganando la misma cantidad de dinero, porque el consumo no cae nunca, por el contrario, siempre aumenta.

Desde la mítica “Scarface” protagonizada por Al Pacino, Hollywood ha producido cientos de películas y series sobre narcos, según varios informes muchas financiadas por la DEA y por la CIA, con el objetivo de instalar el estereotipo de que los narcos son asesinos violentos que destruyen el armonioso y familiar tejido social de la clase media mundial, sobre todo la estadounidense.

Con el mismo fin se publicaron cientos de libros y miles y miles de artículos periodísticos. Como si el Chapo Guzman fuera el dueño del negocio, cuando no es más que el responsable de un solo eslabón: venta y distribución.

Lo cierto es que “los Pablo Escobar” son sólo los pistoleros visibles de estas verdaderas multinacionales manejadas por bancos, financieras, gobiernos y grandes y prestigiosas empresas.

Según uno de los informes más completos sobre lavado, “Anti-Drugs Policies In Colombia: Successes, Failures And Wrong Turns”, publicado por el diario inglés The Guardian, entre las miles de empresas que se investigan aparecen American Express, Western Union, Citygroup, Bank of America y Wells Fargo. En 2012, el Senado estadounidense vinculó al banco HSBC con cuentas de narcotraficantes mexicanos.

Un gramo de cocaína cuesta hoy en Estados Unidos entre 120 y 150 dólares, en los Estados más cercanos a México, y puede llegar a valer 300 dólares o más en lugares como Nueva York. Si ese gramo de cocaína se vendiera en las farmacias costaría poco más de un dólar. Es decir, se acaba en un día el negocio multimillonario. Sería un ítem más en los vademécum farmacológicos, y bastante poco rentable. Además de la consiguiente mejora de la calidad de la droga, reducción de daños y menos muertes por sustancias adulteradas y cortadas.

Con la marihuana ni eso: una semilla en la maceta del patio y chau narcotráfico. Por esa razón desde hace unos años están expandiendo las drogas de diseño, contra el monopolio de la coca que tienen los países andinos, el autocultivo de marihuana cada vez más extendido y la facilidad de montar un laboratorio en cualquier parte. Además, controlan el precio que quieren, más allá del costo.

Desde el Observatorio Latinoamericano de Políticas de Drogas y Seguridad Humana opinan que fortalecer la idea de que existe una relación víctima-victimario con las drogas justifica la regulación del Estado en defensa de la víctima, pero que en definitiva es en defensa del negocio.

¿El mundo despierta?

En su 30° Sesión Especial sobre el Problema de las Drogas, Naciones Unidas emitió este martes un documento histórico, donde reconoció que la lucha contra el narcotráfico ha fracasado y abrió las puertas para que los países despenalicen y regulen el consumo de drogas en su legislaciones. “El esquema basado esencialmente en el prohibicionismo, la llamada guerra contra las drogas, que se inició en los años 70, no ha logrado inhibir la producción, el tráfico, ni el consumo de drogas en el mundo”, dijo el presidente de México, Enrique Peña Nieto, uno de los principales impulsores en cambiar de estrategia, junto al colombiano Juan Manuel Santos. Ambos saben de qué hablan.

También Barack Obama ha dado un vuelco trascendental en la política estadounidense al declarar que hay que dejar de destinar recursos a la militarización del problema, y que hay que sacar a la policía de la esfera de las drogas, para empezar a invertir esos recursos en prevención y en el cuidado de las víctimas.

En las farmacias hay decenas de sustancias más peligrosas que las drogas ilegales y nadie se mata por ellas, al margen de algunos incidentes aislados y de cierto mercado negro farmacéutico, pero ínfimo al lado del narcotráfico. ¿Por qué? Porque son ganancias reguladas, no siderales y desproporcionadas, que tributan, dan trabajo y más allá de algunas transgresiones, ejercen control sobre las víctimas, que además, están perfectamente identificadas.

Apoyar el prohibicionismo y el endurecimiento de la lucha, a la vista de lo que ya sabemos, es estar hoy directamente a favor de ese gran invento que es el narcotráfico, que sólo necesita más mano dura y más ilegalidad para aumentar sus ganancias y seguir creciendo.

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