Esos hombres que soplan castillos de naipes

Esos hombres que soplan castillos de naipes

“Nadie me eligió y ahora soy vicepresidente. Es evidente que la democracia está sobrevalorada”, se jactó Francis Underwood (Kevin Spacey), el personaje principal de la exitosa serie House of Cards (Castillo de Naipes), luego de acceder a ese poderoso cargo en la Casa Blanca.

Para quienes no conocen la historia, que en marzo estrenó su cuarta temporada, relata los oscuros entramados de la política estadounidense y, por consiguiente, también internacional. Perversión, avaricia, corrupción, traiciones y crímenes subyacen detrás o debajo de leyes, acuerdos y decisiones gubernamentales que a la vista de la opinión pública aparecen maquillados como intereses más nobles.

House of Cards es una adaptación estadounidense de una miniserie británica transmitida por la BBC en los 90, que tenía el mismo nombre, y que a su vez estaba basada en una novela de Michael Dobbs.

Es decir, este thriller político se exportó sin problemas desde el 10 de Downing Street (el equivalente inglés a la Casa Blanca, aunque mucho más discreta y menos ostentosa) y desde el Palacio de Westminster, sede del parlamento británico, directamente a Washington, casi sin cambiar una coma.

Si bien Dobbs es británico, estudió diplomacia en Estados Unidos, donde también ejerció el periodismo, especializado en temas políticos, en el diario The Boston Globe, un prestigioso periódico ganador de 23 premios Pulitzer por sus investigaciones.

Entre las más conocidas -ocurrida muchos años después de que se fue Dobbs-, está la que destapó el escándalo en el que la Iglesia Católica de Massachusetts ocultó un número importante de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes de Boston (Pulitzer 2003), caso que adquirió ahora mayor notoriedad con Spotlight (En Primera Plana), ganadora del Oscar a la mejor película semanas atrás.

Asesino a sueldo

Pero la historia de Dobbs no termina allí, sino todo lo contrario: recién comienza. Después de doctorarse en 1977 con un Master en defensa nuclear, regresó a Inglaterra donde construyó una exitosa carrera política, a la sombra de los gobiernos conservadores.

Fue “asesor especial” de varios primeros ministros y autor de decenas de sus discursos, algunos trascendentales, y llegó a ser vicepresidente del Partido Conservador. Está considerado uno de los operadores políticos más brillantes y magistrales de Londres y fue apodado “Westminster’s baby-faced hit man”, algo así como “asesino a sueldo con cara de niño de Westminster”.

Es por eso que para la prensa británica y estadounidense, las novelas de Dobbs lejos de ser ficción son autobiográficas. Además de House of Cards (1989) escribió otras tres: To Play the King (Jugar al Rey, 1992), The Final Cut (El Corte Final, 1994) y Winston’s War (La Guerra de Winston, 2004).

Varios años después, entre 2006 y 2008, estalló un escándalo sin precedentes en la política internacional, que dejaría a las turbias y retorcidas historias de Dobbs como capítulos de La Familia Ingalls. Se llamó Wikileaks. La mayor filtración de documentos secretos (más de 1,2 millón) que jamás se haya conocido, donde se revelaron comportamientos no éticos, espionajes y hechos de corrupción en decenas de gobiernos, pero también en religiones y empresas de todo el mundo.

Otra vez los papers

Hace 13 días, el 3 de abril, otra vez la realidad volvió a superar a la ficción por varios cuerpos. Exactamente por 2,6 terabytes de cuerpos o de información, que la prensa internacional denominó “Panama Papers” (Documentos de Panamá).

Se trata de una nueva filtración de documentos confidenciales, pero mucho más abultada que la de Wikileaks. Para dimensionar el volumen de información que representa, un terabyte equivale a un billón de bytes (un uno seguido de 12 ceros) y un byte son ocho bits, y cada bit está representado por un número uno o un cero (sistema binario).

En un terabyte se pueden almacenar, por ejemplo, unas 800 películas, es decir que los Panama Papers equivalen a unas 2.100 películas de memoria. Trasladado a documentos de texto, son millones de papeles.

En síntesis, una fuente anónima filtró documentos confidenciales del estudio de abogados panameño Mossack Fonseca y se los envió a dos periodistas alemanes del diario Süddeutsche Zeitung, el periódico de mayor tirada de la ciudad de Munich, y famoso por haber publicado varios escándalos políticos. Entre ellos, la financiación ilegal de los partidos políticos en la década del 80, el contrabando de plutonio entre Rusia y Alemania, sobornos en la compraventa de armamento, y la corrupción en Volkswagen.

Números escalofriantes

Esta filtración, que involucra hasta ahora a una veintena de jefes de Estado (ya le costó el cargo al primer ministro de Islandia, Sigmundur David Gunnlaugsson, y hay varios otros en la cuerda floja) se compone de 4,8 millones de correos electrónicos, tres millones de bases de datos, dos millones de archivos de PDF, un millón de imágenes y 330.000 documentos de texto, entre otras cosas.

La investigación secreta lleva más de un año y en ella vienen trabajando más de 400 periodistas de todo el mundo, incluso argentinos, y por eso se descubrió que en la lista también están el presidente Mauricio Macri y el entorno de los Kirchner.

Esta semana, el diario francés Le Monde vinculó directamente al matrimonio Kirchner con los Panama Papers a través de una maniobra con la Cruz Roja.

“Para mí la democracia es un abuso de la estadística”, disparó Jorge Luis Borges en la década del 70, durante una entrevista con Bernardo Neustadt. Levantó mucha polémica y críticas en ese entonces, sobre todo porque no es fácil estar a la altura de las sutiles y geniales ironías de Borges.

Secta de embaucadores

“¿Usted cree que para resolver un problema matemático o estético hay que consultar a la mayoría de la gente? Yo diría que no; entonces ¿por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política? La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos”, prosiguió el escritor en aquel reportaje.

Años después, en una conversación que tuvo con Facundo Cabral, este le preguntó por qué había dicho eso sobre la democracia, que sonaba medio derechista o fascista, a lo que Borges respondió: “para mí el mejor gobierno sería una dictadura, pero una dictadura que tenga como dictador a la persona más buena del mundo”.

No sabemos si Borges y Dobbs llegaron a conocerse, pero seguramente habrían coincidido, aún cuando uno decía no entender nada de política y el otro ser considerado una de las mentes más brillantes de la política.

A la luz de los hechos actuales, nos queda como consuelo a los argentinos, consuelo idiota, sin dudas, saber que no somos los primeros ni los peores, pero aceptar también, a la vez, que en este país, donde en cada cajón que se abre y en cada alfombra que se levanta sale olor a podrido, con jueces, fiscales y órganos de control que se acomodan para donde calienta el sol, investigan cuando les mandan investigar y callan cuando les mandan callar.

Es así que aquí, con supina ignorancia, lapidamos al mejor escritor de todos los tiempos, mientras que los ingleses premiaron a Dobbs, ambos por pensar y decir lo mismo: que la democracia está sobrevalorada.

A Borges hoy lo hubieran acribillado en las redes sociales, esos circos romanos donde la democracia mal entendida, ese exceso de la estadística, hace que se imponga la ignorancia, la violencia, la mentira, la difamación, por sobre la sabiduría, la sensatez y la verdad.

Valijas de la impunidad

La degradación a niveles de putrefacción del sistema político mundial, probada con millones de documentos, con más o menos anticuerpos, según el país, obliga a un profundo debate social, sin hipocresías ni demagogias, sobre cuál es el sistema político que de verdad queremos que nos gobierne. El actual, con valijas con millones de dólares yendo impunemente de un lado para el otro, seguro que no.

Dinero que es comida sacada de la boca de la gente, de millones de hambrientos: 13 millones de pobres sólo en este país, mientras la clase política y sus socios empresarios pesan los billetes porque ya ni contarlos pueden. En La Rosadita o en Ciccone, en los paraísos fiscales o en la Legislatura tucumana, todo es lo mismo, valijas forradas y nauseabundas que van y vienen.

Porque quizás, como dijo Borges y también le pegaron por eso, será que “con el tiempo mereceremos no tener gobiernos”.

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