Una forma de felicidad

Una forma de felicidad

El próximo sábado, fecha en la que convencionalmente se recuerda la muerte de Shakespeare y Cervantes, se celebrará el Día del Libro, fecha instituida en homenaje a estos dos genios. La ocasión es propicia para reflexionar sobre un objeto que ocupó un lugar central en el desarrollo cultural de la humanidad pero cuyo protagonismo, en su formato tradicional, hoy parece estar amenazado por la revolución digital. ¿Qué celebramos el 23 de abril?.

17 Abril 2016
Más allá del papel

Por César Di Primio  
PARA LA GACETA - TUCUMÁN

A 400 años de las muertes de Miguel de Cervantes Saavedra y de William Shakespeare, el libro, concebido como objeto intelectual, aunque se muestre pasible de ser “soportado” en diferentes dispositivos digitales, tiene plena vigencia.

Aunque románticos fatalistas anuncien el fin de la era Gutenberg, que es solo una forma donde vivió ese objeto conceptual, de ese objeto ideal y acaso metafísico que es el libro, el mejor invento de la humanidad.

La evolución de la Historia de la Literatura ha sido la evolución de algunas ideas convertidas en experiencias literarias, en lo que un bibliófilo simplemente llama ‘lectura’ y que es una forma de felicidad y también de abismo, un modo de vida desde y en el lenguaje, esencial en la experiencia humana, un continuo movimiento del espíritu incitado por la curiosidad, y fundado -en el sentido de contrario que para siempre declaró Heráclito de Éfeso- en la ignorancia.

Aunque la forma de esa experiencia de lectura ha cambiado en los últimos 15 o 20 años, aunque el soporte material del libro sea distinto conforme pasan los años: desde los CD de la Enciclopedia Encarta hasta el E-book o la tablet, o incluso en el guión de una serie de HBO, un documental en Youtube, la esencia literaria del libro se conserva intacta, y quizás escondida tras la aparentemente diferente estructura material que lo soporta.

Es vano clamar por la salvación del soporte en papel, igualmente inútil discutir sobre la tecnología en que se presente ese objeto ideal, ese invisible arquetipo que comparte experiencias y magias, que es el libro.

Ya en los papiros que crecen en las orillas del Nilo, ya en las pieles que luego fueron pergaminos y luego palimpsestos, ya en las tintas lúdicas o rigurosas de los copistas, ya en los encuadernados cosidos con lomos de cuero, ya en los arcanos bytes guardados en un diminuto Pen-Drive, el libro, ese objeto ideal, sigue vigente y su experiencia, su existencia, sigue verificándose en el tiempo de la lectura, cuando mueve algo en la mente del lector y al mismo tiempo es modificado por ella; y no, como paradójicamente supone su ocasional soporte material, en el silencio triste de su ligero reposo en la biblioteca o en el dispositivo digital en stand-by.

© LA GACETA
César Di Primio - Periodista y escritor.


Función y destino

Por Jorge Estrella 
PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Para quien se ha formado en Humanidades, el libro es una herramienta múltiple: comunica información, promueve la discusión de ideas, contribuye a dar unidad y coherencia al enfoque personal de la realidad. Pero más allá de esta condición de herramienta, el libro se revela como la gran ocasión del goce espiritual. Leer un poema de Borges, un argumento de Hume o una obra de Dostoievsky no es asunto de recibir información: es adentrarse en el vasto territorio del alma estremecida por la belleza.

El crecimiento interior está asociado a nuestras lecturas. Quien no lee (como ocurrió a los hombres antes de Gutenberg, cuando el acceso a manuscritos estaba reservado para unos pocos) está privado de un poderoso estímulo al autoconocimiento y a la visión del mundo en su complejidad.

Pero hay libros y libros, ciertamente. En 2010 Google rastreó en bibliotecas y museos hasta obtener esta cifra de títulos existentes en el mundo: 129.864.880. No me parece tanto, en verdad. Pero es fácil sospechar que la mayoría de esos libros tiene significación escasa. En todo caso ese número apunta, más que al enriquecimiento individual, a la significación colectiva de la enorme circulación de información en las sociedades humanas.

¿Sobrevivirá el libro impreso y encuadernado a su lectura virtual en internet? La Unesco ha presentado recientemente, en forma oficial en su sede de París, La Biblioteca Digital Mundial. Está disponible en internet con acceso gratuito: http://www.wdl.org/. El lector puede buscar once millones de documentos en línea por época, zonas geográficas, tipo de documento e institución.

Difícil competencia para nuestro libro clásico. Cuya vitalidad, sin embargo, no parece decaer: sólo en España se editan por año 70.000 títulos. Y si no sobrevive, lo hará al menos por un tiempo en la memoria de quienes lo hemos frecuentado.

© LA GACETA

Jorge Estrella - Escritor, ex profesor de Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Chile.


Objetos amados

Por Hernán Carbonel
SALTO (PCIA. DE BUENOS AIRES)

A pesar de que, seguramente, ya habían pasado otros por mis manos y mis ojos, el primer objeto complejo, cargado de sentido, extraño y a la vez atractivo, fue una edición del Facundo del Centro Editor de América Latina, de 1967. Estaba abandonado en un viejo mueble de mi casa paterna, si es que no me traicionan esos huecos que la memoria se empeña en completar con inexactitudes.

¿Qué tenía de particular ese Sarmiento? Un don inigualable: el misterio. ¿Qué había ahí adentro, qué contenía aquel rectángulo de tapa blanca y celeste y páginas amarillentas? Así funciona la belleza: ella elige sus formas, y es a nosotros a quienes arrastra y aprisiona hasta dejarnos prendados.

Quizá, pienso hoy, más de 30 años después, de allí provenga la necesidad de acumulación, el acopio compulsivo de volúmenes bajo el lema “algún día los voy a leer”, aunque subyaga la firme sospecha de que eso nunca sucederá, pues, bien dice Cortázar en Instrucciones para dar cuerda al reloj, allá en el fondo está la muerte. Y también hay la eterna búsqueda de revelación de aquel misterio que -intuimos pero esquivamos: engaño con gusto- nunca habrá de revelarse.

Cuando en la biblioteca en la que trabajo se compran nuevas estanterías, mi faceta fetichista se relame: sé que habrá que quitarlos de a cientos, moverlos de un anaquel a otro y reordenarlos, quitarles el polvo, resguardar su fragilidad.

Y mientras los manipulo, como quien se adueña por un rato de la señorita más bella del baile, me sigo preguntando cómo se puede amar tanto a un objeto tan inanimado como es ese rectángulo de papel blando con tapas duras o semiduras y páginas en blanco llenas de caracteres en negro. Es como tener la sabiduría del mundo entero en los dedos sin que pueda llegar a ser nuestra. Para un pescador, atrapar peces con su deseo. Para un astrónomo, jugar a las canicas con los planetas.

Escribo esto a la diestra de mi propia biblioteca. Ver que ellos están ahí, a escasos centímetros, es como saberse continuamente custodiado. Ir a una batalla sin moverse apenas, siempre bajo la protección de ese algo que ya se ha convertido en un alguien y que, fuera de la visión de un mundo terrenal, físico, tangible, pasa a ser un tesoro que no se mide en precio de venta al público.

En fin: no he leído casi a Shakespeare; no he leído casi a Cervantes. Pero, a la sombra de esta inmoral confesión, aquí a mi lado están mis compinches, mis guerreros protectores. Incluso el viejo Facundo, de quién he renegado en sucesivas lecturas. Firmes, hasta que las instrucciones se vuelvan por fin del todo inútiles y ya no haya que darle más cuerda al reloj.

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Hernán Carbonel - Periodista, escritor, bibliotecario.


Una forma de felicidad

Por Fabián Soberón 
PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Un libro no es un libro. Es una máquina del tiempo, un horizonte, una forma de recuperar el mundo. Un libro traslada múltiples pasados, capas de memoria. Ese cúmulo díscolo de hojas numeradas –ese microcosmos de bits– nos indica el paso del tiempo. No hay nada mejor que recuperar la lectura pasada y confrontarla con la lectura presente. Si repasamos nuestra relación con la ficción o con el ensayo leído, nos damos cuenta de quiénes hemos sido y quiénes somos ahora. El libro nos permite pensar nuestra móvil identidad, las formas proteicas de un yo.

No importa la forma que adquiera el libro. Podrá ser un objeto electrónico, ordenado de manera inversa, o podrá dejar de existir el papel. Eso no es capital. Lo que nos conmueve es que haya un recipiente portátil de nuestras emociones y que exista una cosa inerte que nos recuerde que somos mortales. Antes que un objeto, el libro es un transporte, la manera que tenemos de escuchar la voz de los muertos, el recuerdo imperecedero de que puede existir la poesía. Sin el libro, nuestra memoria sería más pobre y el mundo sería un lugar más atroz. Las piezas de Shakespeare nos dicen cómo es el orbe de las pasiones. Shakespeare es menos un autor que el descubrimiento de que las pasiones comandan la vida. Sin el libro, el desierto de lo real no tendría la posibilidad de la felicidad. Sin el libro, no escucharíamos la voz umbrosa de Virgilio junto a Dante y no tendríamos la sonrisa de Beatriz mientras huye, cristalina y segura, frente a los ojos trémulos del poeta. No tendríamos la elegía penumbrosa de Yorick frente a la tumba de cenizas ni veríamos la figura delgada de un caballero abrazado por los fantasmas de su imaginación.

¿Qué es una biblioteca sino una representación del paraíso? Cervantes ha creado la metáfora más inventiva: un hombre vive otra vida gracias a la embriaguez de la lectura. La ficción nos permite ser otros. ¿Hay algo más saludable que el ejercicio del descanso de ser uno mismo? Los libros nos entregan la protección de lo diverso, la ilusión momentánea de la otredad: crean la “noche infinita” por la que recuperamos la vida y el futuro. Eso que otros han sido, eso que seremos alguna vez, eso que nunca podremos ser: el fruto de la invención y la huella de lo imposible. Un libro es menos un objeto que un soplo de futuro, un cofre de expectativas. Lo que celebramos no es la permanencia de un soporte –una cosa entre las cosas– sino la posibilidad de que ese cúmulo de papel pueda mutar y pueda ser un espejo en el cual perdernos o encontrarnos. Celebramos la lectura como un modo de la alegría, como la forma instantánea de la felicidad.

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Fabián Soberón - Escritor, crítico, docente.

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