La mancha de don Quijote
17 Abril 2016
Por Rogelio Ramos Signes
PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Un nombre sinónimo

Seco de carnes, enjuto de rostro, guardián de una mancha de cuyo lugar no solemos acordarnos, cúpole a un hidalgo llamado Quejana (no Quijada ni Quesada) la extraña suerte de ser un símbolo universal, la loca gloria de acompañar a la palabra “soñador” en los diccionarios de sinónimos.

Bautismo animal

Cuatro días estuvo el futuro hidalgo pensando en el nombre que le pondría a su caballo, que tenía más tachas que el jamelgo de Gonela. Cuatro días de indecisión por el recuerdo de los mejores corceles de la historia, desde Babieca hasta Bucéfalo. Tiempo excesivo, si se quiere, para un pobre penco que se definía por si mismo. Bastaba mirar el triste estado de alguien que antes fuera rocín; y que en silencio le decía a gritos: “Te estoy dando la pista, caballero. Descríbeme, antes que bautizarme, que ya no estoy para estos trotes.”

Donde, una vez más, el ingenioso hidalgo incordia y ataca

Y así fue que diciéndoles en voces altas “Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete” don Quijote cargó contra los gigantes con brazos de casi dos leguas de largo, imaginando que eran molinos de viento.

Un guerrero independiente a espaldas del autor

A las 3 de la madrugada, consumida ya la última vela sobre la palmatoria, Miguel de Cervantes reposa su agobiada cabeza sobre la almohada, y finalmente duerme. Don Quijote, a expensas de sus delirios y sin que nada le ponga freno, sigue desfaciendo entuertos bajo las estrellas, hasta que la luz del sol los convierta en palabras.

© LA GACETA
Rogelio Ramos Signes - Escritor, autor de La mancha del Quijote, libro de próxima aparición.

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