Fútbol en tiempo de guerra

Fútbol en tiempo de guerra

Jorge Burruchaga, Héctor Enrique, Sergio Batista, Oscar Ruggeri, Carlos Tapia y Néstor Clausen. Seis jugadores. Casi medio equipo. Cuatro de ellos titulares en el momento decisivo. Son los futbolistas clase 1962 que fueron miembros de la Selección argentina campeona en México 86. De no haber sacado número bajo o sido jugadores conocidos, podrían haber estado cuatro años antes combatiendo en Malvinas. “Podrían haber sido”, por ejemplo, Héctor Rebasti, el arquero de la Quinta división de San Lorenzo que le atajó un penal a Oscar Ruggeri contra Boca. Que enfrentó muchas veces al River del “Chino” Tapia y también al Argentinos Juniors del “Checho” Batista. Y que se entrenaba con el plantel profesional de Huracán cuando en abril de 1982 se convirtió en uno de los 12 futbolistas que fueron a combatir a Malvinas.

“Me sacaron la pelota -me dijo Rebasti el viernes en una charla radial- y me dieron un fusil para defender a la patria”. Encontré su historia en el flamante y gran libro del colega Andrés Burgo “El Partido” (Tusquets 2016). El partido, claro, a 30 años de su disputa, es el choque Argentina 2, Inglaterra 1 en el Azteca, cuartos de final de México 86. El de los goles de Diego. El primer gran choque Argentina-Inglaterra pos Malvinas. La guerra de la que se cumplieron 34 años.

Rebasti combatió hasta el final en la caída de Puerto Argentino. “Con otros compañeros seguimos peleando. Dos de ellos murieron por no querer rendirnos, una derrota que me afectó mucho, me sentí culpable”, dice. Podrá sonar desproporcionado. Pero él cuenta que lloró dos horas tras el triunfo ante Inglaterra de México 86. Y que con el llanto sacaba parte de esa culpa. “Cuando Diego hizo el gol con la mano contra los ingleses sentí que recuperaba la patria. Y cuando hizo el segundo, ya no pude parar de abrazar a mis viejos y mis hermanos. Al fin respiraba aire puro. El partido fue mi descarga. Me puso en eje. Me tranquilizó. Sentí paz, ganas de abrazar. A los jugadores les debo mucho. Me sacaron un peso de encima”. Esa victoria -le dijo Rebasti a Burgo- fue también “el triunfo de la clase 62”.

El “Checho” Batista se salvó de la colimba por número bajo (256). Enrique, que en ese momento jugaba en Primera C, en Lanús, está convencido de que si no él hubiese sacado también número bajo (221) hubiese ido a Malvinas. A Burruchaga lo salvó el fútbol. Estaba en la B, en Arsenal. Le cortaron el pelo. Lo mandaron a Campo de Mayo. Salió a las tres semanas, pero con la condición de volver todas las mañanas. Cuando llegó la guerra ya había pasado a Independiente. Un viernes de partido contra Unión, su hermano llegó con el telegrama. Mañana tempranito en el Regimiento de Patricios. “Fue el cagazo más grande de mi vida”. Camiones, pibes, padres llorando. Le volvieron a cortar el pelo y tuvo que volver todos los días para firmar que estaba a disposición. Así varias semanas. Temblando ante la posibilidad de tener que ir la guerra. Lo salvó que ya era conocido. “Después de la guerra -le contó a Burgo-, seguí yendo tres semanas al Regimiento, hasta que nos dieron la baja, y en ese tiempo nos preguntábamos con los otros conscriptos: ‘¿te acordás de fulano?, murió’. ‘¿Y te acordás del otro? También murió’”.

Clausen ya había debutado en 1980 en Independiente. El club lo salvó de la colimba. Tapia cumplía servicio militar en Ramos Mejía cuando estalló la guerra. Ya jugaba en Primera y River logró que permaneciera en oficinas, sin subirse a los camiones de los que iban a Malvinas. No tuvieron esa suerte Javier Dolard (delantero, había jugado con Ruggeri en la Cuarta de Boca), Juan Colombo (delantero de Estudiantes de La Plata), Gustavo De Luca (había jugado con Tapia en las inferiores de River), Héctor Cuceli (mediocampista de la Tercera de San Lorenzo), Sergio Pantano (goleador en Talleres de Remedios de Escalada), Raúl Correa (defensor en Corrientes), Luis Escobedo (defensor en Los Andes), Julio Vázquez (jugaba en la D con Centro Español), Claudio Petruzzi (arquero en las juveniles de Rosario Central) y Edgardo Esteban (había jugado en las inferiores de San Lorenzo y de Argentinos). El más conocido de todos, Omar De Felippe, es hoy DT de prestigio. Vivió en pozos llenos de agua helada, comió galletitas que tenían caca de rata, vio morir compañeros a dos metros en batallas cuerpo a cuerpo, esperó la muerte. ¿Cómo recuperarse de algo así? De Felippe no tiene dudas: “a mí -dijo una vez- me salvó el fútbol”.

De la cancha a las islas

Escobedo, años después jugador de Vélez, había jugado para Los Andes contra San Lorenzo el sábado 10 de abril, Tercera división, y al día siguiente se enteró leyendo el diario que debía presentarse a la Décima Brigada de Palermo. Al otro sábado estaba en Malvinas. También el sábado 10, Julio Vázquez jugó para Centro Español contra Central Ballester (Primera D) y a los pocos días estaba en Malvinas. De Luca creyó que zafaría como Tapia, compañero suyo en la Reserva de River, igual que Sergio Goycochea y Néstor Gorosito, entre otros. River lo había acomodado en el Regimiento de La Tablada en 1981 y volvió al club en el 82 con el sueño de llegar a Primera. Pero al mes comenzó la guerra. Un teniente, al que De Luca le conseguía entradas para el Monumental, le dijo que no podía hacer nada. Subió a un avión creyendo que iban a Comodoro Rivadavia. Aterrizó en Malvinas. Vivió dentro de un pozo, con frío y hambre, en medio del fango. Robó azúcar, sal y frazadas en casas de Puerto Argentino. Vio volar en pedazos a un compañero que se tiró a una cama que tenía una trampa cazabobo. Mató una vaca que aseguró ocho días de comida. Se peleó con superiores para liberar a un compañero que había sido estaqueado. De Luca voló con las esquirlas de una bomba. Sobrevivió y volvió a las canchas.

La Selección de Menotti, que venía de ganar el Mundial 78, debutó en España 82 con derrota 0-1 contra Bélgica en Barcelona, el domingo 13 de junio, cuando en Malvinas arreciaba la última gran ofensiva inglesa. Correa, el defensor de Mandiyú, escuchó por radio el partido en plena trinchera y cuando explotaba una bomba. Sintió el estallido y apagó el trasmisor para que el satélite no los delatara. También Escobedo tenía al lado a un compañero que escuchaba el debut argentino a través de una Spika. Recuerdo el relato de otro colimba, hoy periodista, obligado por su superior a sostener la antena de una radio, debajo de una mesa, para que los oficiales pudieran escuchar el partido. Los jugadores habían recibido instrucciones sobre qué responder si la prensa preguntaba sobre Malvinas. “Nada más importante que lo que diga su conciencia”, tranquilizó Menotti a Jorge Valdano. “La noticia del hundimiento del crucero General Belgrano llegó primero a España que a Argentina”, contó Julio Olarticoechea a Burgo. Nery Pumpido le dijo que leían los diarios españoles sin la censura de los argentinos, y que llamaban a la familia. “Miren que acá dicen que estamos perdiendo la guerra”. La derrota, sabemos, fue doble. El notable libro de Burgo, lo dijimos, trata en realidad sobre el histórico triunfo de cuatro años después en México. Ricardo Giusti le admite que se jugó en el Azteca pensando en los pibes de Malvinas. “Lo que es una exageración -le dice Olarticoechea- es que nos hayan dicho ‘héroes’. Yo tengo amigos de Saladillo que combatieron y desde el lugar de ellos pensaría: ‘estos tipos jugaban a la pelota mientras a nosotros nos cagaban a tiros’”.

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