Un deporte, un país

Un deporte, un país

La final del Super Bowl genera fanatismo, pero oculta miserias y muertes.

En el mundo, así lo muestra al menos la TV globalizada, el centro este fin de semana deportivo es la disputa del Super Bowl. El fenómeno, es cierto, es bien yanki, pero su lectura acaso nos ayude a entender qué significa hoy el show del deporte en el gran escenario del mundo. El deporte que nos ayuda a comprender en parte un país. 

La revista Forbes que habla del evento deportivo más cotizado del mundo, ignorando los Mundiales de la FIFA. La prensa que nos informa hasta la cantidad de papas fritas que consumirán los aficionados mientras Estados Unidos queda paralizado porque Denver Broncos y Carolina Panthers juegan hoy en Santa Clara, San Francisco, la final del football americano. El show, por supuesto, omite lo que sucede detrás de los cortinados. 

Escribí días pasados un artículo sobre ese lado B del Super Bowl y recibí críticas porque, según esas quejas, algunas descripciones eran “exageradas”. Horas después de que publiqué ese artículo, sin embargo, se conoció el dictamen oficial de que otra gloria del football americano, Ken Stabler, muerto en julio pasado de un cáncer de colon, a los 69 años, también sufría CTE (encefalopatía traumática crónica), la degeneración progresiva del cerebro provocada por los golpes que recibió en la cabeza jugando football. Carismático “mariscal de campo” (quarterback), Stabler fue mejor jugador de la NFL en 1974 y campeón del Super Bowl en 1976. Donó su cerebro para que fuera examinado tras su muerte. Era consciente de que en los últimos tiempos había cambiado su eterno buen humor por una irritabilidad constante. Alzheimer, depresión y alguna forma de demencia avisan que algo malo está sucediendo. Stabler se alarmó en 2002 cuando un viejo compañero de equipo murió estrellando su auto contra un árbol. Y en 2011 con la noticia de que Johan Mackey, Salón de la Fama muerto en 2011, sufría CTE. Igual que Junior Seau, que en 2012 se mató de un balazo en el pecho y también dejó su cerebro intacto para que fuera examinado. El anuncio reciente de que Stabler sufría CTE se produjo una semana después del de Tyler Sash, campeón del Super Bowl 2011, muerto en setiembre pasado. Un día antes, también se descubrió CTE en el cerebro de Earl Morray, otro quarterback de la NFL, muerto en 2014.

Números sangrientos 

Ya hay más cien jugadores de football americano muertos cuyos cerebros fueron examinados y tenían CTE. Al menos siete de ellos son miembros del Salón de la Fama. La Universidad de Boston informó que también encontró CTE en 90 de 94 cerebros que examinó de jugadores fallecidos. Increíble, el único de los grandes diarios que, en plena euforia de Super Bowl, dedicó espacio importante al tema e insiste en preguntarse qué está sucediendo con los golpes de la NFL es The New York Times. Es el mismo diario que denunció presiones de la NFL para que Sony atenuara el guión de “Concusión”, la película estrenada hace menos de dos meses en casi tres mil salas de Estados Unidos y que cuenta las presiones que sufrió Bennet Omalu, el médico de origen nigeriano que descubrió el CTE, producto de las conmociones que sufren los jugadores cuando chocan en el campo. Lejos de lo que Sony esperaba, porque Will Smith, que hace de Omalu, suele ser sinónimo de taquilla, “Concusión” sobrevive hoy sin pena ni gloria en la cartelera. 

La NFL, que ya debió acordar indemnizaciones millonarias a jugadores dañados, sonríe tranquila porque siente haber derrotado a Hollywood. Apenas pueden leerse en estos días cartas de lectores en The New York Times que afirman que no verán el Super Bowl. Son una minoría. Los aficionados norteamericanos, siente la NFL, aman su football americano. Su estrategia y su atletismo. Y, ante todo, como escribió un crítico, aman “su celebración de la violencia”. 

Mejor entonces volver a tópicos de polémicas ya conocidas y menos complejas que la salud de los jugadores. Por ejemplo: si el mejor ataque de la NFL (Carolina Panthers) vencerá a la mejor defensa del campeonato (Denver Broncos). O, si precisáramos algo de tinte social: si Peyton Manning, ídolo en el ocaso, quarterback de Broncos, se retirará diciéndole a Cam Newton (quarterback negro y en ascenso de los Panthers) si el puesto clave de mariscal de campo debe seguir siendo de los blancos. Los blancos piensan más. Los negros corren y chocan. Manning y Newton evitaron las simplificaciones y no dieron pasto al juego infantil. Décadas atrás, el football americano, teatro de patrones conservadores, poderosos votantes republicanos, era acusado de fuerte racismo. Tiempos, por ejemplo, en los que en las canchas brillaba un tal O.J. Simpson. Siempre se recuerda una  anécdota que él mismo Simpson contó en una fiesta social, sobre el día que, según dijo, sintió que había dejado de ser negro. “Estaba bebiendo con otra gente y escuché que alguien dijo: ‘eh, mira, allí está O.J. Simpson con dos negros”. La mención de Simpson hoy en este texto no es caprichosa. Porque la cadena de TV FX estrenó el último miércoles, apenas cinco días antes del Super Bowl de hoy, su primer capítulo de “American Crime Store”, una serie de casos policiales polémicos. Y el tema elegido fue O.J. Simpson.

Después de ver (por DVD, porque “Concusión” aún no fue estrenada en Argentina) a Will Smith haciendo de médico odiado por la NFL, ahora vi al formidable Cuba Gooding haciendo de Simpson. El jugador ya era una celebridad en Estados Unidos. Modelo de tarjetas de crédito, actor de Hollywood y aceptado por la élite blanca. Pero se hizo famoso en el mundo primero por la persecución policial tras el asesinato a cuchillazos de su ex pareja, la modelo blanca Nicole Brown, y de un acompañante. Y luego porque un jurado de doce personas, nueve de las cuales negros, lo declaró inocente pese a las numerosas evidencias que había en su contra. John Travolta hace en la serie del abogado malo, que jugó a fondo la carta racial para afirmar que Simpson era inocente y que estaba siendo víctima de una trampa de la policía que odia a los negros. Fue el juicio más publicitado en la historia de Estados Unidos, 18 meses y 150 millones de personas ante la TV. Aunque fue sobreseído, Simpson cayó en desgracia tras el juicio. Perdió un millonario juicio civil, cometió otros delitos y lleva varios años en una cárcel de Nevada. El tema, en rigor, ya no es Simpson, sino el racismo en Estados Unidos.

Un triunfo   

La serie de FX comenzó el miércoles con imágenes de una célebres revueltas raciales de la población negra de Los Angeles, en 1994, furiosos por el sobreseimiento a unos policías que habían provocado una paliza brutal a un ciudadano negro. El guión fue escrito en los dos últimos años, justo cuando se sucedieron las muertes de jóvenes negros a manos de policías racistas. En los foros, ciudadanos negros recuerdan en estos días que la mayor parte de la población negra más pobre de Estados Unidos celebró como un triunfo propio el sobreseimiento de Simpson. “Al menos uno de los nuestros que derrotó al sistema”, dicen, aún admitiendo que Simpson posiblemente cometió los asesinatos. Simpson como símbolo de revancha a tanta injusticia. Si en la NBA el 45 por ciento de la audiencia es negra, en el football americano ese porcentaje baja al 15 por ciento. Buena parte del 85 por ciento de esa audiencia blanca expresa desde hace meses su desagrado por las celebraciones y bailes que hace Cam Newton después de anotar, impropias de un quarterback, de un líder de equipo. Por eso quieren que ganen los Broncos del más “ubicado” Peyton Manning. Y, de paso, no tener que hablar del CTE. 

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