La independencia jamás declarada
Durante el tobogán del reinado de Cristina Fernández, muy pocos administradores del dinero público se atrevieron a reconocer que habían dejado de recibir fondos de la Nación.

Agosto, septiembre y octubre de 2015 fueron meses en los que empezaron a encenderse algunas luces de alarma, color amarillo.

Algunas obras públicas comenzaban a paralizarse por falta de materiales, transporte o logística en general. La mayoría en manos de empresas privadas, contratistas, en los cientos de eslabones que conforman la cadena de la construcción.

Faltaba cemento, fallaban los fletes, las acerías no cumplían con las entregas, y hasta se suspendieron obligaciones básicas en toda gran obra pública, como alimentar a los obreros. Con catering, con vales de comida o hasta con unos pesos para el asadito de los viernes.

Cuando en una obra los obreros suspenden el asado de los viernes, algo anda mal. Esto lo saben desde el capataz hasta el gerente general.

Y llega el día en que una obra se paraliza de verdad, y es cuando los obreros dejan de ir.

Esta sequía financiera la padecían desde años anteriores provincias díscolas, como Córdoba o Santa Fe. La luz amarilla se encendió cuando comenzó a pasarle a provincias oficialistas, como Tucumán, Salta o, vaya qué sorpresa, Buenos Aires, gobernada por el candidato a presidente del mismo partido.

Cristina cerró todos los grifos -incluso los de su candidato a presidente- seis meses antes de irse. El plan era bueno: debían encolumnarse solo detrás de ella y asegurarle una salida victoriana. Luego, Daniel Scioli iba a heredar la poderosa lapicera unitaria, y volvería a abrir grifos, los que quisiera, incluso el suyo, cerrado por la corte dorada, y sonorizado con metrallas de humillaciones.

Ahora sabemos que el grifo a los gobernadores peronistas más fieles se cortó en julio de 2015. Se lo reconoció el propio gobernador Juan Manzur al secretario de Obras Públicas de la Nación, Daniel Chaín, durante las últimas dos reuniones que mantuvieron, el 20 de enero y el miércoles pasado.

Las provincias que no formaban parte del unicato cristinista venían denunciando desde hace mucho el manejo discrecional de los fondos coparticipables y la distribución caprichosa y hormonal de la obra pública. El socialista santafesino Antonio Bonffatti, el peronista disidente cordobés José Manuel de la Sota y el ahora presidente Mauricio Macri, como jefe de gobierno porteño, no se cansaron de repetirlo cada vez que pudieron. Pero eran ninguneados desde el atril iluminado y pisoteados por la mujer más buena y más inteligente de toda la historia argentina, según ella misma.

Todas las quejas eran mentiras miserables perpetradas por las corporaciones económicas internacionales, y también intergalácticas, que controlaban a la oposición como títeres de trapo, y que sólo buscaban detener el crecimiento fenomenal de la Argentina, ya por encima de Alemania, Canadá y Australia, sin pobreza y con una economía con más previsibilidad que la japonesa.

Pero como dijo Abraham Lincoln hace 150 años: “Se puede mentir a pocos mucho tiempo. Se puede mentir a muchos, poco tiempo. Pero no se puede mentir a todos, todo el tiempo”.

En privado, funcionarios nacionales y provinciales despotricaban contra el autoritarismo exacerbado de la presidenta y contra su sordera patológica, incluso ante las voces de su propio gabinete, casi dibujado en la última etapa. Todos sabían que atreverse a cuestionar públicamente el relato equivalía al destierro inmediato, con pena de traición a la patria, como ya le había pasado a decenas de importantes y valiosos cuadros kirchneristas.

Por eso sorprendió que en pleno año electoral, donde la discrecionalidad del dinero público alcanza sus niveles más escandalosos, el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, uno de los más mimados por la revolución del amor, rompiera corazones y se atreviera a afirmar, ¡oh que espanto!, que no estaba todo tan bien, que las estadísticas nacionales no se ajustaban a la realidad y que había muchas cosas para corregir. Incluso, se animó a revelar que Salta estaba siendo castigada desde hacía ocho años con el retaceo de fondos nacionales.

El ex gobernador José Alperovich no dijo públicamente nunca nada que no fuera “gracias Néstor, gracias Cristina”. Cien por ciento pragmático, como sus ideas económicas y como todo en su vida. En privado, Alperovich admitía que estaba cansado de los caprichos presidenciales, muy preocupado por las economías regionales y deseoso de que se produjera un cambio urgente hacia un gobierno más republicano y federal. Y ese cambio, según Alperovich, lo encarnaba Scioli. Pero en cuanto aparecía un micrófono sólo repetía: “gracias Néstor, gracias Cristina”. El ex gobernador fue leal hasta el último día de su mandato, aún cuando ya sabía que el plan maestro de Cristina había fallado (o no, según como se interprete) y que el próximo presidente sería Macri.

Alperovich conoce el negocio automotriz y sabe que los autos sin combustible no andan. Le enseñó a Manzur que lo único que iguala a un Audi con un Fiat Uno es la nafta.

Y el nuevo gobernador asumió con el tanque vacío. En poco más de tres meses de gobierno Manzur hizo casi nada, no porque no quiera -en caso de que así fuese-, sino porque no tiene con qué.

“En los últimos 12 años tuvimos el gobierno más unitario de la historia argentina”, espetó ayer en Tucumán, a LA GACETA, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio.

Como en una parábola geométrica, Manzur podría interpretar -y seguro le gustaría- que el gobierno nacional arranca con una impronta federal y republicana y que -lo que más importa- volverá el dinero para la obra pública de envergadura, suspendido hace ocho meses.

Pero la geometría es una ciencia dinámica y lo que ahora es una parábola, más tarde puede parecer una hipérbola y luego una elipse. Tanto Chaín como Frigerio le pusieron plazo a la normalización del envío de fondos: cinco meses.

El argumento que esgrimen los funcionarios nacionales es que no se puede en 45 días reordenar 12 años de una antojadiza dedocracia. ¿Será?

Si analizamos las primeras medidas de Macri es evidente que priorizó descoser lo que bordó Cristina, mientras va tejiendo el nuevo entramado de poder.

Un dirigente radical que tiene buen diálogo con miembros fundacionales del PRO especuló con que Macri no soltará un solo peso antes del 1 de marzo, cuando pronuncie su primer discurso en la apertura de sesiones del Congreso Nacional.

Es apenas una fecha simbólica, pero que marca el verdadero quid del asunto: las negociaciones más importantes con los gobernadores tendrán lugar en el palacio legislativo.

Y aquí es donde se desdibuja la parábola que le gustaría imaginar a Manzur, porque los “cinco meses” para reordenar el desaguisado cristinista que proyecta el gabinete de Cambiemos, más que administrativos parecen políticos.

“Hablando en cristiano”, como decían los jesuitas, ustedes quieren plata y nosotros queremos leyes y gobernabilidad, sin palos en la rueda.

De ser así, no parece que el nuevo gobierno pretenda guardar la caprichosa lapicera unitaria, sino más bien todo lo contrario. Tampoco sabemos si en Argentina existe otro modo de disciplinar a la indómita y resbaladiza patria peronista.

Es cierto que aún es pronto para fiscalizar a un gobierno que no lleva ni dos meses, además de que los manuales básicos de periodismo enseñan que, salvo catástrofes, toda administración tiene derecho a seis meses de gracia.

El problema es que, administrativos o políticos, los “cinco meses” que solicita la Nación es demasiado tiempo para Manzur, haciendo nada o muy poco, y ya 13 meses para Tucumán recibiendo fondos nacionales por goteo.

En el año en que se cumplen dos siglos de la declaración de la independencia extranjera, sería importante repensar la otra independencia jamás declarada, la de fronteras adentro. Porque más allá de lo simbólico, si el Bicentenario servirá de bastante poco, como hasta ahora todo parece indicar, que al menos sirva de inspiración.

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