“Hay en la literatura una parte de la que se tiene que hacer cargo el lector”

“Hay en la literatura una parte de la que se tiene que hacer cargo el lector”

La destacada escritora, ganadora del premio Konex de Platino por sus novelas publicadas en el último lustro, habla en esta entrevista sobre Del día y la noche, su último libro. “Creo mucho en el anticlímax lingüístico, no en la solemnidad”, afirma

ESCRITORA Y ENSAYISTA. Sylvia Iparraguirre fue cofundadora junto a Abelardo Castillo y Liliana Heker de la revista El Ornitorrinco (1977/1986). ESCRITORA Y ENSAYISTA. Sylvia Iparraguirre fue cofundadora junto a Abelardo Castillo y Liliana Heker de la revista El Ornitorrinco (1977/1986).
07 Febrero 2016

Por Verónica Boix - Para LA GACETA - Buenos Aires

Una constelación de historias hilvanan la experiencia íntima en los relatos que integran Del día y de la noche de Sylvia Iparraguirre que acaba de publicar Galerna. “Hay textos diurnos y otros nocturnos, la vida que llevamos todos, momentos de oscuridad y de luz, de humor y más profundos que tienen que ver con esa oscuridad, con la noche —dice Iparraguirre a LA GACETA—. Son pasajes por el yo más profundo, el paso del tiempo, cuestiones muy personales y privadas que aparecen por allí”. La ganadora del premio Konex de Platino 2014 por obras como El parque, La tierra del fuego y Encuentro con Munch, esta vez construye una trama de relatos de una libertad inusual en la literatura contemporánea. Tal vez por eso resulta hermoso ir descubriendo conexiones ocultas que, de algún modo, contienen la esencia de lo inconfesable.

-Cada historia Del día y de la noche parece haber encontrado su forma, no podría haberse contado de otra manera.

-Esa es la clave, es lo que sentía cuando los escribía. Cada texto tenía que encontrar el modo de decirse a sí mismo. Nacieron un verano en San Pedro hace 23 años de una manera espontánea, sin ninguna premeditación genérica. Empezaron a aparecer como imágenes, a partir de una frase o de una circunstancia humorística como en el caso del relato “Vecinos”. Otras simplemente por tratar de recuperar un sueño. En esa línea hay dos: “Berlín” y “Por ejemplo, un lunes”. Al final era como un juego de piedritas: los sacaba, los miraba, los corregía y los volvía a guardar. La marca de estos textos es la libertad que yo me tomé, no como un programa o propósito. Por ejemplo, en un momento pienso: “Ay, lo veo a Kafka en una ventana”, inmediatamente escribo el texto y pongo esa pareja extraña, siempre en él hay una pareja de estos tipos insólitos, inexplicables, que para mí lo cifran.

-Ese relato, al igual que los agrupados en Posición de los escritores, la segunda parte del libro, parece aludir a la pose, como una imagen, y al lugar que ocupan en tus lecturas.

-Me gustó ese juego, puede parecer una posición ideológica o política pero es la foto. Es decir cómo aparece de pronto condensada en una imagen la figura de un escritor que para mí ha sido capital. Como es el caso de Virginia Woolf. Su literatura es para mí una fuente inagotable, un disparador constante. Si te dijera dónde la veo, es en ese momento final, esa decisión que ella toma con la última lucidez que le queda de ese suicidio. Una inglesa que sortea lo victoriano a partir del uso del lenguaje, usa todo el lenguaje disponible. Creo que es inolvidable esa figura de ella alta, flaca desgarbada caminando hacía el Ouse con las piedras en los bolsillos. Bueno, se transformó para mí en una especie de leitmotiv mental.

-Esa amplitud es parte de su obra como si se pudiera convertir en literatura cualquier cosa de la vida cotidiana.

-Claro, creo mucho en el anticlímax lingüístico, no en la solemnidad que no tolero. Cuando te estás poniendo demasiado melancólico o demasiado solemne aparece una palabra que baja esas alturas, en donde para mí no anda la literatura. Esa es una gran lección de Virginia Woolf. Esa intuición está en mí desde el primer momento.

-En el libro vuelve a aparecer el humor delirante, absurdo de su novela El parque.

-Sí, hay una tendencia al delirio. Siempre digo que no se dejen llevar por una apariencia formal que he conservado porque debajo de esa apariencia hay un delirio importante. Felizmente tengo la literatura donde ponerlo. A mí el humor me gusta muchísimo. El absurdo está constantemente en la vida cotidiana, es lo que prevalece. En Caballeros antiguos, uno de los sectores del libro, el humor es más importante. Aparece la influencia de Borges y un cruce completo de mi biblioteca. Era para mí puro placer, una búsqueda de cosas raras. Esos relatos son hijos de la lectura.

-Uno de los temas que surge en varios relatos es la identidad sin límites de tiempo y espacio

-Sí, aparece el tema de la identidad cuando recuerdo con una plenitud total inexplicable e inesperada cómo fui en un momento muy anterior de mi vida. Eso está en un texto, “Bestiario”. Me subí a un caballo, estábamos con mi hermana y mis primos en el campo. Vi esos caballos que se me venían encima, fue una sensación de miedo en estado puro. No me di cuenta en ese momento, a los ocho años vivís zambullido en lo que te pasa. Ese estar atravesada por un segundo de lo que es ser, acá y ahora. Al pasar tanto tiempo sobre estos textos, he vuelto a ellos como un recreo.

-La trama de las historias lleva a descubrir un sentido más allá del aparente…

-Si eso ocurre con mis textos tal vez sea un reflejo de mi actitud como lectora. Lo único que intenté domesticar fue el lenguaje en que cada uno tenía que ser escrito, no traicionar la idea. Desde mi primer libro de cuentos creo que hay en la literatura una parte de la que se tiene que hacer cargo el lector. Colaboro muchísimo para que pase, te diría que soy una lectora ideal, el texto encuentra en mí un eco en la imaginación, me da mucho placer. Cuando tenía 12 o 13 años mi mamá me decía: “estás en Babia”, era eso que me provocaba un libro, estás en lo que el texto te propone. Sos puro ojos, reconstruyendo a partir de la vista, de la mirada y de la palabra, un mundo que está entre vos y el libro.

© LA GACETA

PERFIL

Sylvia Iparraguirre fue cofundadora, junto a su marido Abelardo Castillo, de la revista El Ornitorrinco, considerada la primera publicación de resistencia cultural durante la dictadura militar. El país del viento fue premiado como mejor “Libro de cuentos juvenil” por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina. Su novela La tierra del fuego fue traducida al alemán, italiano, portugués, inglés, francés, holandés y hebreo, y recibió el Premio de la Crítica en la XXV Feria del Libro de Buenos Aires (1999); el Premio Club de los 13, y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, en México.

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