Una vanguardia que incorporó el azar y el objeto cotidiano

Una vanguardia que incorporó el azar y el objeto cotidiano

No fueron pocos los que consideraban que se trataba de un movimiento “pour épater le bourgeois” (para espantar al burgués), lo que en otros términos venía a sostener que se trataba de un conjunto de gestos y ademanes insólitos y agresivos, pero con esas limitaciones. Y en parte, los dadaístas efectivamente deseaban espantar al burgués (que, en complicidad, pagaba para ser espantado). Pero además, tomaban muy en serio las propuestas. El dadaísmo fue la primera vanguardia modernista del siglo XX que cambió el modo de entender el arte: hay una ruptura epistemológica detrás de las provocaciones, del nihilismo, de la anarquía, del humor disparatado y del renombrado irracionalismo.

El azar y lo aleatorio se incorporan por vez primera en la creación artística. Y desde el nombre mismo: cuenta la leyenda que Tzara tomó el diccionario y buscando una extraña palabra abrió de casualidad una página, y se encontró con dadá (caballo de madera, en francés).

La improvisación y la inclusión de elementos y objetos casuales en la dramaturgia se volvieron comunes en las puestas teatrales y en las coreografías de la danza; el asombro y el dinamismo de las acciones tenían como fin la reacción activa del espectador ante el hecho escénico. En rigor, en estas expresiones debe encontrarse el origen de la performance y del café concert. A pesar de que no existía un interés especial entre los dadaístas en la búsqueda de una innovación formal, también se experimentó con otros recursos escénicos: en 1918 Sophie Taeuber-Arp produjo una obra de teatro con marionetas, obra de Carlos Gozzi titulada “Le Roicerf”.

Y en las artes visuales, los ready-made de Marcel Duchamp sorprendieron a todos (rueda de bicicleta, mingitorio, portabotellas, etcétera) o los objetos de desechos y collages de Kurt Schwitters. Los dadaístas fueron los primeros que crearon una poesía automática, una composición en que cada cual escribía automáticamente una frase, la cual era continuada por otro en forma independiente. Este poema colectivo era leído después en forma simultánea. Es innegable que el ejercicio reproducía el caos y la simultaneidad de la experiencia del hombre contemporáneo sumergido en un movimiento inarmónico.

El dadaísmo fue un movimiento revolucionario: porque modificó el concepto de arte pero además actuó sobre sus soportes, sobre sus lenguajes específicos.

En Argentina no se conoció el dadaísmo en su momento: cuando los artistas comenzaron su peregrinaje por Europa, regresaban influenciados ya por el surrealismo, que sucedió a dadá.

Su órgano de expresión fue la revista que llevaba el mismo nombre que el movimiento, “Dadá”, una publicación polémica y agresiva en la que colaboraron desde el principio firmas como Marinetti, Cendrars, Apollinaire, Paul Éluard, Breton, Huidobro y a la que Picasso, Modigliani y Picabia aportaban reproducciones de sus obras. En 1918 incluye en sus páginas el primero de los muchos manifiestos del dadaísmo, firmado por Tzara, que fija sus no-bases, empezando por la primera: “El dadaísmo no significa nada”.

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