El perro familiar
En octubre fueron perros de la calle. Atacaron al motociclista Héctor Ricardo Toledo en el barrio Ibatín de Monteros y lo mataron. Hace una semana fue en Huasa Pampa, también Monteros. Era un perro familiar. Mordió a María Juliana Manzur, de 67 años, madre del dueño del animal. No se entiende la razón del ataque: era un pittbull, chico de tamaño pero de mandíbula poderosa. Le causó la muerte. Los familiares del motociclista Toledo dicen que los cimarrones del barrio Ibatín tenían dueño y acusan al propietario de una cortada de ladrillos. Pero el fiscal Jorge Carrasco ni siquiera ha podido identificar a los animales agresores, y mucho menos determinar si hay una persona a la cual aplicarle el nuevo Código Civil, que establece la responsabilidad de los dueños de perros cuando estos causan daños o muertes. No se hallaron culpables de la tragedia de Toledo. Tampoco en la de la señora Manzur.

Pero no son incidentes menores ni asislados. Son dos vidas sesgadas, dentro de una realidad confusa en la que de vez en cuando aparecen datos que no parecen rozar la epidermis de la sociedad. Porque nadie se asusta cuando en el hospital Avellaneda informan que por día se reciben unos 15 casos de ataques de perros -por lo general son adultos agredidos en las piernas y brazos- y no tiemblan de impresión cuando en el hospital de Niños se informa que hay entre 10 y 50 casos por semana. En la mayoría de los ataques, los niños reciben las agresiones en la cara o en el cuello, según explicó la doctora Stella Maris Sánchez. Estos datos se dan a conocer cuando suceden las tragedias como las de Monteros y muestran una situación desbordada. El veterinario Luis de Chazal, que trabaja en la división Zoonosis del hospital Avellaneda, dice que no entiende la falta de preocupación social por este tema: “tenemos más gente que se muere por mordeduras que por dengue”, sentencia. Y la explicación por el desinterés está en que la sociedad no considera que el mejor amigo del hombre sea un peligro, sino una compañía, un guardián, un peluche para los chicos, un entretenimiento en general y hasta una terapia para friolentos, solitarios y ancianos. ¿Quién se imagina que una mascota puede atacar a su amo o al vecino? Nadie. Ni siquera cuando ocurren los ataques se lo acepta: los mascoteros debaten sobre la culpa del hombre en el comportamiento del animal y los veterinarios y expertos salen a advertir que la gente no debe tratar a los animales como personas, porque no lo son, y tiene que saber que tener un animal es una cosa seria: “Las personas maleducan y malforman a estos animales”, explicó el veterinario Fernando Malmierca. “Recomendamos no dejar a los niños solos, colocar a los perros en un lugar apartado y no dejar que suban a las camas ni que coman en el mismo lugar que la familia, es decir, no humanizar al animal”, dijo la doctora Cristina García Mena de Alabarse, subdirectora del Hospital de Niños.

Pero estas razones no bastan ante las tragedias y ante las decenas de personas heridas -sobre todo niños- cada mes. Hay un caos del que nadie se hace cargo de modo integral. Hay programas de vacunación, castración y tenencia responsable que vienen de la Nación; la provincia tiene áreas destinadas a cubrir estos problemas y la Municipalidad tiene un sector para recibir perros de la calle. El director de Urbanidad e Higiene municipal, Jorge Pérez Musacchia, dice que en los barrios es incontable la cantidad de perros sueltos. En realidad el problema es más grave. No se sabe cuántos animales hay. La última vez que se hizo algo parecido a un censo fue en 1994, detalla De Chazal. Entonces se hicieron vacunaciones masivas contra la rabia. Se vacunó a 200.000 perros y se estimaba que eran el 70% de los animales existentes en la provincia. Eso fue hace 22 años. Nunca más se hicieron censos de población canina.

Algunas normas, apenas, han dado cuenta de cierta preocupación pero no de decisiones sobre los problemas derivados de la proliferación de perros, ya sea que se trate de tenencia de canes peligrosos; de que se deje animales sueltos en las calles; de que se los pasee sin levantar sus deposiciones o de que estos puedan transmitir enfermedades como rabia, leptospirosis o toxocara canis. Por eso desde 2008 hay una ordenanza municipal no reglamentada en la Capital y hay una ley de perros peligrosos que fue promulgada y luego parcialmente vetada por el ex gobernador José Alperovich. La ley no sirve porque no hay quién la aplique.

De Chazal agrega que no entiende por qué no se trató en la Legislatura, en 2009, un programa integral de control de poblaciones caninas y felinas. Acaso sea por el mismo desinterés político con que se vetó la ley de 2008 o acaso porque no se concibe la existencia sin el mejor amigo del hombre. Aunque en muchos casos se parezca al animal salvaje del mito del perro familiar.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios