Alimentándonos o envenenándonos

Alimentándonos o envenenándonos

Esta semana ocurrieron dos hechos que impactaron en la vida pública y que al mismo tiempo reactivaron el fuerte impacto que causa el odio o la bronca en esta sociedad. El domingo pasado murió Alberto Kaleñuk, un polémico hombre público que tuvo denuncias en su contra y que conoció a fondo lo que pasaba detrás de bambalinas durante los 12 años del gobierno de José Alperovich. Las agresiones y los malos tratos que recibió en los comentarios de LA GACETA y en las redes sociales fueron cuando menos cobardes ya que nunca podrá enterarse de tanta maldad anónima en su contra.

Dos días después, el legislador Emiliano Vargas Aignasse volvió a protagonizar un escándalo. Terminó siendo detenido y aún peor: descubierto con droga y en la mentira. Ninguno de estos dos hechos (la droga y la mentira) dejan de ser repudiables cuando se trata de alguien que ha sido elegido por el pueblo. Es la sociedad la que delega y se apoya en su representante para desandar caminos que conduzcan al bien común. Es comprensible cierta desilusión por la conducta del legislador, sin embargo, desde las redes sociales, no fue blanco de críticas sino del odio acérrimo de seres humanos que descargaron su ira desde la desvergüenza del anonimato.

Hasta aquí ninguna sorpresa. Kaleñuk, seguramente, desde sus distintas acciones públicas pudo ganarse enemigos. Lo mismo, Emiliano Vargas Aignasse, quien más allá de si debe seguir o no en la Cámara, es posible que acuse algún problema de salud. Ninguna de estas cuestiones habilita el odio ciudadano. “Quien instaura el odio no son los odiados sino los que odian primero”, es una de las frases que suelen repetirse de Paulo Freire, aquel pedagogo brasileño que escribió el famoso libro “Pedagogía del oprimido”.

Como la siembra de la cizaña que le va ganando espacio a la hierba buena, los “ciberodiantes” van ganando espacio en las redes y callando a aquellos interesados en la discusión y el debate sano. No es un problema tucumano ni argentino. Recientemente, la Unesco ha desarrollado una serie de recomendaciones para enfrentar el odio en internet. Entre otras cuestiones propone fortalecer a los usuarios mediante educación y entrenamiento sobre el discurso del odio y de la libertad de expresión, que en realidad son dos “enemigos” y no dos “amigos”.

El valor de estos ciudadanos es incalculable. Son vitales para la democracia. La participación de los foristas y de cada uno de los participantes de las redes sociales contribuye a frenar abusos, a exigir conductas y a corregir rumbos. Con sus conocimientos han logrado dar curso a investigaciones, han esclarecido fallas y enderezado errores. Sin embargo los ciudadanos no escapan al vicio del anonimato que los lleva a la impunidad. En ese círculo vicioso descargan sus odios, venganzas, sus pasiones, sus amores.

El comportamiento es curioso. La mayor agresividad y violencia se condensan en los temas políticos. Es más, muchas veces en tópicos que nada tienen que ver con la política, le terminan encontrando el lado político para trenzarse en una discusión. Por lo general construyen una identidad nueva como si nos le alcanzara ya con la real. Con esa personalidad virtual “viven” esta realidad.

¿Hay algo que justifique sus odios? Seguramente no. Pero es posible que tampoco haya tanto odio. La mayoría obra por reacción como si algo les molestara. Es una reacción al poder. Y allí caen también los medios que no pueden escapar a la cuota de poder que ejercen en su rol, lo ejerzan bien o mal.

Desde hace tiempo el periodista trabaja en la utopía de acercarse a la verdad. Ese ideal ha contribuido a que por centurias trate de separar lo bueno de lo malo. El nuevo canal de comunicación que han encontrado los ciudadanos abre un nuevo paradigma que obligará a los periodistas a modificar sus posiciones. El deber ser debería alejarse cada vez más de sus crónicas para que el forista recupere confianza en él. El lector, muchas veces actúa por desconfianza. Entonces reacciona con sólo ver el título o el protagonista de la noticia. A veces ni leen las notas. Se lanzan dardos sin reflexionar, como cuando se nos sale la cadena por cualquier situación infantil o en una cancha de fútbol. De nuevo y como siempre, el periodismo termina reflejando lo que vive la sociedad. Así somos como nos vemos en estos foros o en esas noticias. La pregunta es si esa violencia y esas broncas, ¿nos alimentan o nos envenenan?

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