Las dos caras de la moneda

Las dos caras de la moneda

Los clásicos son útiles para los equipos y los clubes, pero la violencia obliga a replantear todo

NADA QUE HACER. Los ánimos estaban muy caldeados. INÉS QUINTEROS ORIO / LA GACETA NADA QUE HACER. Los ánimos estaban muy caldeados. INÉS QUINTEROS ORIO / LA GACETA
25 Enero 2016
La mano vino torcida desde, podría decirse, el minuto cero de duelo entre San Martín y Atlético. Tanta algarabía flotando en las tribunas de La Ciudadela terminó empapando de inconsciencia a algunos hinchas. Las provocaciones, independientemente del típico canto en contra del rival, encendieron la mecha de la bomba.

Hubo demasiada pirotécnica, además; también proyectiles. La violencia, pura en sí, fue creciendo cual bola de nieve. Y lo que suponía ser un clásico intenso se transformó en un incendio total.

Ya en el inicio del partido, cayeron demasiados petardos sobre el campo visitante y, claro, las quejas hacia el árbitro Pedro Argañaraz, no se hicieron esperar. Todos querían jugar el clásico, pero bajo una paz completa y no atada con alambre. Se intentó.

El gol de Sergio Viturro fue un remanso. El empate de Luis Rodríguez, una patada al hígado que rápidamente Ramón Lentini calmó con una pirueta devenida en el 2-1. En sí, la calma pendía de un hilo. Hasta que Alexis Ferrero taló a Cristian Menéndez y la ola cambió a tsunami. Del tumulto y los insultos se pasó a empujones, a la invasión del campo de colaboradores y jugadores no citados, caso Franco Sbuttoni, de Atlético, que entró a golpear y no a separar. Lo mismo hizo Iván Agudiak, de San Martín. Mal, muy mal.

Pedro Argañaraz quiso cortar por lo sano. Expulsó a quienes habían detonado el escándalo: Agustín Briones, del “santo”, y Emanuel Molina, del “decano”.

Y si la mano ya estaba torcida, sobre el cierre del primer tiempo se quebró. Un petardo aturdió a Nicolás Romat y Argañaraz paró la pelota. Avisó que si pasaba algo más suspendía el partido.

El entretiempo no colaboró para que las aguas se calmaran. Cristian Lucchetti intentó llegar a su arco, el que da a calle Bolívar pero no pudo. Entre la lluvia de serpentina y una que otra botella, el arquero dijo basta. “Laucha” se cansó, renegó, se sacó sus guantes e invitó a sus compañeros a irse del campo. Así no se podía seguir.

“Vivimos en un sociedad que no entiende que esto es una fiesta. Fue una decisión acertada la del árbitro de suspender el partido, porque esto no podía seguir así”, sostuvo el arquero tras una salida del vestuario visitante bastante traumática.

Desde Atlético se quejaron de que hinchas agredieron a uno de sus ómnibus. “Rompieron una ventanilla”, denunciaron.

A su turno, Argañaraz explicó los motivos que lo llevaron a terminar el encuentro antes del arranque del complemento.

“No podía hacer otra cosa porque no se podía contener lo que estaba pasando en las tribunas”, argumentó el juez de esta fallida Copa Bicentenario. Luego, agregó: “estaba todo desbordado. Hubo buena voluntad de los dos equipos, pero lamentablemente no entendemos (como sociedad) que esto no le hace bien a la provincia”.

Una vez más, un factor externo a lo deportivo obligó a suspender un clásico tucumano.

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