Juan E. González y la búsqueda de la palabra

Juan E. González y la búsqueda de la palabra

Poemas del escritor tucumano recientemente fallecido parecen vislumbrar el trágico destino de su hijo desaparecido. Sus libros Tribulaciones de la lengua y Cartas de Andrea de Azcuénaga vencenal silencio y la oscuridad que encubrieron al horror.

17 Enero 2016

“Mi abuela, Norma Judith Soria, murió sin cumplir su mayor deseo: encontrar a su hijo. El nuestro, como familia, es el de volver a reunirlos en una tierra noble, perfumada de hierbas y lluvias, cálida y maternal, lejos de ese horrible Pozo”, escribió en un mail Carolina Meloni, nieta del escritor tucumano Juan E. González y docente de la Universidad de Madrid. Junto a Nacho Sacaluga y Fernando Ávila, Carolina dirigió el documental La noche del mundo, realizado en el denominado Pozo Vargas, durante enero de 2015, en Tucumán. El trabajo pretende colaborar con el fundamental propósito de reconstrucción histórica de los hechos acaecidos durante la última dictadura cívico militar instalada en Argentina en el año 1976, confiriendo a la vez reconocimiento y voz a los familiares. Del mismo modo el poeta tucumano Alejandro Gil realizó el cortometraje Juan González, poeta. ‘Siempre escribo sobre la muerte, indirectamente’.

De alimentar los esfuerzos del cine, del arte, del lenguaje humano para la recuperación de la palabra y la historia -escrita a contrapelo de los discursos hegemónicos de poder- de eso, a mi juicio, se trata.

En 1996, durante una entrevista realizada por Elsa Cristes, Juan E. González dice: “la palabra es y será un instrumento subversivo (...) el lenguaje humano constituye una facultad elevada, la más elevada y peligrosa”. Nuestro escritor ya estaba transitando la cornisa, las tribulaciones no sólo de la lengua, sino de la vida. Hernán, el segundo de sus hijos, fue secuestrado y desaparecido por un grupo armado de la Policía Federal en setiembre de 1976. A él se dirigen las voces que habitan los versos de Tribulaciones de la Lengua, publicado en 1989.

El escritor parece avanzar por las cornisas del lenguaje poético, desafiándolo, provocándolo, sin que ello obstaculice su aparición clara y su índole reveladora: la lengua, ensayando nuevas tramas y recorridos para no enterrar en la catástrofe, en la disociación absoluta entre las palabras y las cosas tal como propone el sociólogo uruguayo Gabriel Gatti: “La desaparición forzada es una catástrofe para la identidad y el lenguaje”. Esas mismas voces, dos años después, con la publicación de Cartas de Andrea de Azcuénaga se fracturan y parecen emerger sonoramente de las entrañas de la tierra, como si el deseo del escritor hubiera cristalizado en la insistente fuerza de quienes aparecieron en el interior de un mundo fisurado en todas las direcciones (conflictos armados, huelga, depresión económica, desocupación) y se expresaría en la peligrosa tensión, permanente inestabilidad y hallazgo del lenguaje poético. Escribe nuevamente Carolina: “Cuando Juan escribió las Cartas, aún no sabíamos que Hernán había sido llevado al Arsenal... A mí me resulta impresionante que Juan escribiera este libro sin saber el destino de su hijo.”

Los libros Tribulaciones de la lengua y Cartas de Andrea de Azcuénaga fueron gestados en la década del 70, pero escritos a partir del año 1980. En ambos, la poesía busca la voz, no le rehúye. González le pide más a la palabra, confía en su naturaleza indómita, porfiada; la lengua puede hablar desde la vicisitud de la tierra y el exilio del cuerpo, la poesía puede emerger desde el interior de “los pozos”, de los encierros o destierros. Es posible que esto ocurra, es necesario que ocurra, es decisivo que ocurra y así fue. “En Cartas de Andrea de Azcuénaga, primero identificamos al sujeto lírico con una dama patricia, casada quizás con un Azcuénaga. Mientras la lectura avanza descubrimos que el apellido no es una marca de individualidad sino un espacio de enunciación del sujeto lírico. Se trata del Arsenal Miguel de Azcuénaga” escribe Indiana Jorrat en el análisis El futuro de la palabra en libertad.

Tanto Cartas de Andrea de Azcuénaga como la obra Well de Liliana Inés González, hija mayor del poeta, fueron gestadas con un conocimiento fragmentario, insuficiente de los hechos en torno a la ubicación de los centros clandestinos de detención y al paradero de Hernán, según nos cuenta Carolina. Ambas obras parecieran haber hallado ese lugar para arrancar la voz latente de un mutismo tan enigmático como ensordecedor.

© LA GACETA

Mariana Salvatore - Escritora. Editora del blog Toukouman Literatura en lagaceta.com.

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