El cuentista de barrio 11 de Marzo

El cuentista de barrio 11 de Marzo

Después de cuatro años de esperarla, por fin, su mamá cumplió su palabra. Fue a buscarlo al internado. De allá volvió El Negro, sonrisa de oreja a oreja, prendido de una mano de su madre y de la otra, de su padrastro. “Cuando llegué a casa me pusieron una bolsa al hombro y me mandaron a juntar huesos”, recuerda Miguel Santillán. Por entonces sólo tenía nueve años; escarbaba la basura con un palo que tenía un gancho en la punta. Cada vez que encontraba un hueso, lo limpiaba un poco y ... ¡a la bolsa! “De solo estar siento que había enganchado algo pesado. ¡Era un libro! ¡Así de grueso!”, dice elevando el dedo índice y estirando el pulgar. Lo abrió con sumo cuidado. Estaba ajado y húmedo. Con letras doradas decía Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán. Lo miró largo rato. Era la primera vez que tenía algo propio. Limpió la tapa con la mano e introdujo ramitas de mora entre cada hoja para que se secaran. Había descubierto el libro.

Aunque pasaron más de 30 años desde que El Negro se fue del hogar Eva Perón, el “tesoro” hallado en las montañas hediondas de Los Vázquez, seguía actuando con su magia. El Negro ya se había aprendido el libro de memoria. Le faltaban varias páginas, que él debía imaginar para poder seguir la historia hasta el final. “Mi mamá me retaba: ‘¡Negro, vivís leyendo, dejá de perder tiempo y ponete a laburar!’ Yo soñaba con ser Tarzán’. Pero no me daba el perfil - bromea-. Tarzán era rubio, grandote, por eso mis amigos me decían que yo me parecía más a la Chita”.

Ese libro, rescatado como él de entre las cosas que no tienen lugar en ninguna parte, lo acompañó hasta que fue casi adulto. Le abrió un huequito para mirar con un solo ojo la realidad de más allá. La imaginación que tanto ejercitó le permitió inventarse a sí mismo. Empezó a escribir, a participar en concursos literarios, a contar cuentos como un verdadero narrador oral.

Miguel Santillán no hizo dinero, pero fue feliz. Se casó con Claudia, que es peluquera, tuvo hijos y viven todos en el barrio 11 de Marzo. En su casa ha abierto un taller de narración gratuito para los chicos que quieran ir. Cada domingo, por la tarde, trata de propiciar ese encuentro con el libro que a él le abrió un mundo. Chicos de entre seis y 13 años se juntan en Juan Padrós 1742 a escuchar las historias de El Negro, mientras su suegra les reparte galletitas que ella misma cocina. Cuando termina de narrar les dice “bueno, ahora, ustedes”. El juego consiste en que cada uno, a su turno, prenda un fósforo y cuente algo de su vida antes de que empiece a quemarse. Así vergüenza se va en un ratito. Al despedirse, cada chico elige un libro de la biblioteca y lo devuelve al domingo siguiente.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios