Darse por entero
UNIDOS. Adriana y Manuel están casados desde hace 29 años, tienen dos hijos y tres nietos. “No me arrepiento de haberle dado mi riñón”, dice ella. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO. UNIDOS. Adriana y Manuel están casados desde hace 29 años, tienen dos hijos y tres nietos. “No me arrepiento de haberle dado mi riñón”, dice ella. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO.

Algo no estaba bien en su cuerpo. Manuel Ruiz siempre lo supo. Recuerda que su mamá lo llevaba al médico. Pero cuando ella murió, él siguió adelante como pudo, sin darle demasiada importancia a sus dolencias. Se casó, tuvo dos hijos y trabajaba en un ingenio. De repente, a los 33 años, se sintió mal y le dieron la peor noticia. “Me dijeron que iba a terminar en silla de ruedas si no me cuidaba. El diagnóstico: estaba al borde de la insuficiencia renal. El 50% de uno de mis riñones ya no funcionaba”, cuenta el hombre, que hoy tiene 52 años y vive en Colombres, Cruz Alta, junto a su esposa y compañera de toda la vida, Adriana del Valle Bórquez, de 49 años.

A los 13 años de aquel diagnóstico, comenzó a sentir un malestar constante: una sensación fea se expandía por todo su cuerpo. “Me mareaba; ya no podía ni cruzar la calle, quedaba paralizado en cualquier parte”, rememora. Entonces, llegó lo inevitable: debía realizarse tres veces por semana hemodiálisis para mantenerse más o menos saludable. “Trataba de no angustiarme, de verle el lado positivo a las cosas. Pero era muy difícil. Era un tormento vivir así”, explica Manuel, que siempre fue muy activo.

Por momentos, llegó a pensar que no había vuelta, que iba a morirse. Y mientras él sufría, a su esposa le rondaba por el pensamiento una sola cosa. “Mi nieta Selena, que entonces tenía tres años, me dijo una tarde que ella quería ir del brazo de su abuelo cuando cumpliera los 15 años”, dice.

“Había una única salida para que él recuperara una vida normal: el transplante de riñón. Así que un buen día me levanté y fui a hablarle al médico. Me dijeron que no, que era muy costosa la operación”, recuerda. Ella insistió y consiguió que el caso de Manuel fuera considerado para que debutara en el nuevo servicio de ablación que estrenaría, en 2012, el hospital Padilla.   

Antes de analizar compatibilidades, le preguntaron a Manuel y a Adriana si no era preferible que alguno de sus dos hijos fuera donante. “No”, contestaron juntos. “Si ellos tienen que donar un riñón a alguien será para sus hijos”, argumentaron. Después vinieron los análisis, 10 extracciones de sangre y un resultado para festejar: eran compatibles.

A esta mujer de pelo corto y mirada profunda nunca le asustó la operación o la posibilidad de enfermarse por quedar con un solo riñón en su cuerpo. Con tal de ver bien a Manuel, se sacó un pedazo suyo y le ofrendó el regalo más valioso que alguien podría haberle hecho.

“Lo único que me angustiaba era que no funcionara la operación, que su organismo rechazara mi riñón”, relata Adriana. “Era difícil”, agrega él. “Es que somos el uno para el otro”, argumenta.

Llevan 29 años de casados. Se conocieron en la escuela General Arenales, de Cruz Alta. “Fue amor a primera vista”, cuenta ella. “Es muy lindo dar, saber que uno le puede salvar la vida a otro, que todos los días él sigue despertándose al lado mío. Y es mentira que si uno dona en vida una parte de su cuerpo se afecta. Yo sigo teniendo la misma rutina y ni siquiera me canso. Me levanto a las 6 y me acuesto a la 1.30 de la madrugada. Nada ha cambiado”, detalla la mujer, que tiene una casa de comidas para llevar.

“Es la decisión más importante que he tomado en mi vida y no me arrepiento”, enfatiza Adriana. Su esposo se emociona. Se le notan los ojos vidriosos. “Es muy fuerte que ella se haya jugado así por mí. Ahora estamos más unidos que nunca”, resume. Se cuida cada día más. Desea profundamente poder cumplir el sueño de Selena, dentro de seis años.

Dar vida en vida

La historia de Adriana y Manuel no es de las más comunes. Hay 300 tucumanos en lista de espera para recibir un riñón. La mayoría de ellos espera donantes cadavéricos. “Esta es la donación más corriente que se da en nuestra provincia”, señaló Aldo Bunader, director de la delegación Tucumán del Cucai (Centro Único Coordinador de Ablación e Implante).

No obstante, cada vez más gente decide donar en vida. Entregan partes de su cuerpo, como piel, sangre, hígado y riñones para ayudar a otros. En nueve años, se cuadruplicaron los casos de personas que deciden donar un riñón para salvar la vida de sus parejas, familiares o amigos, según las cifras oficiales.

Se habían registrado en el país 123 trasplantes de este tipo en 2006 y subieron a 378 en 2013. Lo bueno de estos casos es que cuando el donante está vivo, en un trasplante cruzado, el riesgo de rechazo del órgano para el receptor se reduce.

“Más personas donan en vida porque la sociedad va madurando. Igualmente, todavía falta mucha información. Esta es una herramienta fundamental para que la gente pierda el miedo”, advierte Bunader. “También queremos implementar cirugías laparoscópicas de riñón, de manera que para el donante sea más fácil y más rápida la operación”, resalta.

Añade que Tucumán tuvo cifras récords este año de donación de médula ósea. Más de 7.000 personas ofrecieron sus muestras para el registro de donantes. Lo que aún le cuesta al tucumano -dice Bunader- es dar sangre voluntariamente.

En el ranking nacional de donación de órganos nuestra provincia ocupa el quinto puesto. En los últimos años aumentó un 66% la cantidad de trasplantes. Mientras que en 2009 hubo seis donantes multiorgánicos, en 2014 esa cifra subió a 26. Un donante cadavérico salva muchas vidas porque se le extraen a ese cuerpo hasta 12 órganos. No obstante, cualquiera de esas cifras queda corta cuando uno ve la lista de espera. Por eso, potenciar la donación en vida es el gran desafío.


92 transplantes se realizaron este año en la provincia. La mayoría de los casos (47) fueron injertos de córnea. 
 
319 pacientes tucumanos con enfermedad renal crónica se encuentran en lista de espera para recibir un riñón.
 
7.000 tucumanos se registraron este año como donantes de médula ósea, una cifra récord.
 

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