La devastadora potencia de una foto

La devastadora potencia de una foto

Nunca es sencillo publicar imágenes que desnudan lo más cuestionable y doloroso de nuestra naturaleza. Las fotos de la miseria y del horror suelen ser descartadas por infinidad de razones, que van desde el buen gusto a la utilización marketinera de realidades a las que cabe retratar de otro modo. Así como pueden ser vendedores, los golpes bajos no rinden a largo plazo porque está comprobado que torpedean la credibilidad, la seriedad y el compromiso de los medios con la calidad de sus contenidos periodísticos. Cuando se cruza la línea es debido a que la potencia de una foto es reveladora e incontrastable. Si -además de informar- la carga emocional de esa imagen habilita el pensamiento crítico, la publicación estará plenamente justificada.

¿Era necesario mostrar a los chicos visitados por el Papa en un hospital de la República Centroafricana? Decididamente sí. Esos niños enfermos, desnutridos, víctimas de la indigencia y de un país en guerra permanente, piden auxilio desde su mirada silenciosa a la comunidad internacional.

Más allá de un puñado de excepciones, hasta aquí esos hijos del terror sólo han recibido indiferencia. Que la prensa mundial se ocupe de exhibirlos sirve, al menos, para sacudir conciencias adormiladas. En ese sentido, la publicación de las fotos se convierte en una obligación. Escribir que Francisco visitó a niños enfermos en un hospital es una cosa; correr el velo de esa realidad a partir de los hallazgos de un reportero gráfico es radicalmente distinto.

En Bangui, la capital de la República Centroafricana, el Papa prescindió de excesivas medidas de seguridad. Lo propio había hecho en las primeras estaciones de esta gira, la primera que realiza Jorge Bergoglio al corazón de África. Para Francisco el contacto con el pueblo es innegociable y lo demuestra paseándose entre la multitud en vehículos descubiertos. También en las caricias que reparte entre los niños, cariño que sintieron en la piel los pequeños pacientes postrados de Bangui. Es la Iglesia de los pobres que predica el Papa desde el día de su elección, esa cuyas enseñanzas abrevan en su Doctrina Social. Durante este viaje Francisco ha sido contundente en sus discursos y homilías: exige una batalla franca y directa contra la pobreza.

Ayer, el Papa protagonizó una de sus habituales rondas de diálogo interreligioso. Acudió a la mezquita principal de Bangui y llamó hermanos a los musulmanes. “Juntos digamos no al odio, a la venganza, a la violencia, en particular a la que se comete en nombre de una religión o de Dios. Dios es paz, salam”, dijo Francisco. Su paso por la República Centroafricana hubiera carecido de sentido, afirmó el Papa, si no hubiera rezado codo a codo con los musulmanes. El ecumenismo como motor de la paz es uno de los credos de Bergoglio desde mucho antes de su designación como Arzobispo de Buenos Aires.

Las fotos del Papa en el hospital de Bangui constituyen una lección de humanidad y, en especial, un mensaje. Así como la imagen de un niño muerto en una playa conmovió al mundo y creó conciencia sobre el drama de los refugiados que llegan a Europa, este encuentro de Francisco con las víctimas de la guerra y de la pobreza multiplica el pedido de ayuda. Hay millones de personas -en África, en América Latina, en Medio Oriente, en innumerables rincones del globo- cuyas vidas están cruzadas por el sufrimiento cotidiano. El Papa reclama que abramos bien los ojos y escuchemos esos lamentos.

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