Se incrementó la violencia entre las bandas de narcos

Se incrementó la violencia entre las bandas de narcos

Los capos tienen un ejército de adictos que los ayudan a controlar los territorios que dominan. En La Costanera, donde se puede comprar un arma con $ 700, los enfrentamientos son cosa de todos los días.

Se incrementó la violencia entre las bandas de narcos
27 Noviembre 2015
En los barrios donde ejercen su poder, los vecinos los llaman los “representantes de la muerte”. No sólo matan lentamente a los jóvenes que compran las drogas que ellos venden, sino que tienen la autoridad y los medios suficientes para eliminar a balazos a todos aquellos que se animen a enfrentarlos, denunciarlos o a quienes no pagan sus deudas con los “transas”.

Los investigadores más viejos aún recuerdan el inicio de estos clanes. Aseguran que comenzaron vendiendo al menudeo y con el correr de los años fueron creciendo hasta convertirse en amos y señores de un territorio determinado. “Supieron entender los secretos del negocio y crecieron a niveles increíbles”, sostiene Hugo, un pesquisa que realizó investigaciones infiltrado como linyera o consumidor en Villa 9 de Julio.

Otro informante de la Justicia Federal, en una charla con LA GACETA, aportó un dato clave para entender cómo fueron progresando o extendieron su territorio, si se prefiere. “Garra”, líder de “Los Garras”, en un principio trabajó para el Clan Toro, grupo que está sospechado de manejar el tráfico de estupefacientes en Villa 9 de Julio. Formó pareja con una de sus integrantes y se fue a vivir al barrio 11 de Marzo. Además de muebles, en la mudanza, también se llevó el negocio a esa zona de la capital.

Pero el desarrollo de la comercialización de drogas generó un problema: la falta de clientes para incrementar las ventas. Por eso, muchos decidieron infiltrarse a otros barrios y a ciudades del interior de la provincia. Pero ese avance, como ocurre en la mayoría de los casos, causó peleas territoriales. Muchos aseguran que hay acuerdos que no siempre se cumplen y eso provoca una escalada de violencia.

Poder de fuego

De las por lo menos siete bandas que operan en el Gran San Miguel de Tucumán, según los informes de inteligencia de las fuerzas nacionales, están enfrentadas “Los Barras” con “La 30” y “Los Bazán” con “La de Rogelio”, que pugnan por el mercado de los barrios 11 de Marzo y La Costanera, respectivamente. A ellos se les debe sumar los pleitos que mantienen el Clan Toro y que están zanjando a tiro limpio en Villa 9 de Julio. No hay indicios de conflictos con “Las arañas” y “Los Díaz”, grupo que, según se informó, operan en Villa Muñecas y el sector suroeste de la ciudad.

El personal de la División de Homicidios, que investiga el crimen de María de los Ángeles Ramallo, la joven de 19 años que perdió la vida a mediados de este mes al quedar atrapada en una disputa entre “Los 30” y “Los Garra” en el barrio 11 de Marzo, quedó asombrado con los resultados de un allanamiento que realizaron en ese sector de la ciudad en busca de un sospechoso.

Llegaron a una vivienda típica de las que se utiliza para vender drogas. El único contacto con el exterior era una pequeña ventana para recibir el dinero y entregar la mercadería. Pero para ingresar tuvieron que derribar cuatro puertas con rejas. Cuando terminaron la tarea, como era de esperarse, los ocupantes habían huido. Allí, además de estupefacientes, se dieron con dos bombas molotov listas para ser usadas ante un ataque.

“Era una especie de búnker. Estaban preparados para recibir al enemigo. Armas no se encontraron porque seguramente se las llevaron”, relató un uniformado que participó del operativo, que contó con la participación del Grupo Cero. ¿Qué hacía allí el cuerpo de elite de la Policía? En el expediente judicial figura que en el enfrentamiento se usaron armas largas y, por los primeros peritajes, no se descarta que hayan sido ametralladoras.

“En toda esta historia hay una realidad: esta gente contrata a personas a las que no les importa absolutamente nada y no tienen ningún tipo de aprecio por la vida. Por dos tizas de cocaína son capaces de matar a cualquiera”, aseguró Francisco, uno de los vecinos del barrio 11 de Marzo que no deja de rezar para encontrar otra vivienda y así poder huir de ese lugar.

Varias fuentes policiales confirmaron que estos sicarios, en la mayoría de los casos, portan armas de gran poder de fuego. Sus favoritas son las nueve milímetros que, en principio, son provistas por los líderes de las bandas. ¿De dónde salen estas armas? Los investigadores creen que las de alto poder vienen de Rosario, donde existe uno de los mercados negros más grandes del país. Eso sí, no se sabe si las compran con dinero en efectivo o usan drogas en el intercambio.

Los capos de los grupos, en caso de un enfrentamiento a gran escala, se encargan de conseguir los medios de movilidad. Los Garras, en su choque con Los 30, llegaron en un automóvil blanco apoyado por lo menos por una motocicleta.

Campo de batalla

La Costanera, en las últimas semanas, se ha transformado en un campo de batalla. Sus casi impenetrables callecitas internas son escenarios de dos guerras. Por un lado, los narcos disputan a balazos cada metro del lugar para vender más drogas, especialmente “paco”. Por el otro, los vecinos honestos y hartos de que le arruinan la vida de sus hijos y la ausencia de las autoridades para combatir el flagelo, decidieron hacer Justicia por mano propia: con armas de fuego e intentos de linchamiento, desalojan a “dealers” de las viviendas que utilizan como centros de ventas. Si no las destruyen para que no vuelvan más, las ocupan y las defienden con uñas y dientes.

“Los tiroteos aumentaron un montón, cada dos por tres se agarran con plomo acá”, contó Marcos, vecino de El Trébol. En las últimas semanas, la violencia de la barriada aumentó notablemente, según relataron varios vecinos de la zona.

“Tampoco te voy a mentir, acá todos estamos ‘calzados’, pero hace poco se puso aún más violento. La semana pasada estaba lavando mi moto, y aparecieron dos changos dados vuelta, que me apuntaban. Les tiré un cascote y me escondí en mi casa. Salí con mi pistolón, que es como una escopeta corta, tengo cartuchos del 12. Les disparé a la altura de la cabeza, porque había unos chicos en la esquina que iban a la escuela. A uno le calcé varios perdigones en la cara”, contó el albañil de 18 años.

Escenas como estas se repiten casi a diario en este sector de la ciudad, ubicado a menos de 15 cuadras de la plaza Independencia. Muy pocos casos se denuncian por temor a represalias; muy pocos se presentan en los hospitales a ser atendidos porque saben que deben dar explicaciones. Prefieren ser auxiliados por los curanderos. Los resultados no tardan en salir a la luz: se mueren de una infección o terminan rengueando o con problemas de movilidad porque las heridas no se curaron bien.

El mercado negro de armas está definitivamente instalado en los barrios de la zona. Por $ 1.800 se puede comprar un revólver calibre 38. Por $ 700, una pistola del 22, el calibre del arma con la que murió el fiscal Alberto Nisman.

“La semana pasada le dispararon a un chango de acá, porque debía plata. Le metieron un plomo limpio en la nuca. Acá hay varios, y todos tienen banca con la policía. El que ya se pasa es Rogelio; tiene un arsenal en la casa y los policías hasta lo saludan. Ametralladoras, molotov, escopetas. Se pasa de ‘Rambo’”, explicó el albañil entrevistado por LA GACETA.

El miedo aumentó en las últimas semanas cuando en el barrio corrió un rumor que, como generalmente ocurre, no pasa mucho tiempo para que se transforme en realidad. Según se dice, a La Costanera llegó una nueva mercancía: cinco granadas, listas para vender. ¿El precio? Los vecinos dicen que les dijeron $3.500. También cuentan que hasta el momento sólo se vendió una, pero nadie se atreve a decir el nombre del comprador. Se trata de una herramienta de amenaza, pero los vecinos que viven cerca de los “transas” están afligidos: “si llega a explotar eso vuela media villa”, consideró una vecina de Barrancas del Salí, que charló con este diario con la condición de que se reserve su identidad. Como todos los habitantes de los barrios de la periferia, les tiene mucho miedo a los “representantes de la muerte”.

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