Un amor maduro que intenta revitalizarse

Un amor maduro que intenta revitalizarse

Una pareja que lleva 30 años junta se enfrenta a un balance complicado

26 Noviembre 2015
Antes de que París se convirtiera en una ciudad súper blindada y acosada por el terrorismo, su simple nombre irradiaba una aureola de romance, sin conocer edad. Caminar por las callejuelas, navegar el Sena o pararse en alguno de los puentes de la capital luz del amor mundial asumen el nivel de hitos que busca cumplir toda pareja de amantes.

En las guías de turismo más importantes, figuran las opciones de cómo conocer un lugar en pocos días. No es el caso del matrimonio maduro que integran Nick y Meg, una pareja de profesores británicos con 30 años de vida en común: ellos quieren volver a visitar el sitio donde festejaron su casamiento para revitalizar su relación, ya sin hijos (grandes y emancipados) de por medio.

La tarea no es simple ni sencilla. El reencuentro con los rincones donde estuvo presente la felicidad en estado puro encierra también el descubrir los cambios producidos en cada uno y entre ambos, las cosas que se siguen amando y las que comenzaron a odiarse. El balance siempre tiene cosas a favor y en contra, y la búsqueda del equilibrio contable puede dar una suma cero de sabor amargo en estos casos.

“Un fin de semana en París” es una película alejada de Hollywood y los efectos especiales. Fiel al estilo del cine europeo, se asienta en las actuaciones con un trío destacado que integran Jim Broadbent y Lindsay Duncan como protagónicos, y Jeff Goldblum en un papel secundario. Pero ni los mejores talentos podrían funcionar sin un guión sobre el cual asentarse y una dirección delicada y meticulosa de los ritmos y planos de las películas románticas, y es allí donde llegan al rescate Hanif Kureishi y Roger Michell, respectivamente, en su cuarto trabajo conjunto.

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