Hora del diálogo y del consenso en temas clave

Hora del diálogo y del consenso en temas clave

Está a la vista de todos el obvio hecho de que, a partir del resultado de las elecciones presidenciales del domingo último, se ha abierto una nueva etapa en la vida de la República Argentina. De acuerdo a ese procedimiento básico de la democracia, que es la voluntad ciudadana expresada en el voto, una fuerza política deja el poder y otra entra a reemplazarla. Lógico es que una enorme expectativa acerca de lo que seguirá, haya ganado hoy el espíritu de todos los ciudadanos.

Ha transcurrido un año electoral de inusual intensidad, por la carga de enfrentamientos que fatalmente implican esas instancias. Y también por los problemas –sean ellos nuevos, o una acentuación de los antiguos-que invaden las preocupaciones de los argentinos. A ninguna persona, en toda la escala social, puede dejar de inquietarle ese futuro inmediato, con cuyas peculiaridades deberá manejarse y tomar decisiones la nueva administración.

Sin duda, los temas centrales son la situación económica y la inseguridad, así como el afianzamiento de la institucionalidad. Sobre ellos se requiere la acción más fuerte de quienes llegan al gobierno, con estrategias lo suficientemente eficaces como para remontarlos. Dista de tratarse de cuestiones sencillas, pero su gravedad hace urgente encarrilar, en esa dirección, las medidas que se juzguen adecuadas.

La reunión entre el presidente electo y las actuales autoridades, realizada ayer –que debe ser la primera de varias- muestra positivamente que se ingresa en una etapa de diálogo y de equilibrio de fuerzas. Es necesario que se inaugure en el país una tesitura de esa índole, y que se la mantenga como norma, por encima de cualquier suceso que pudiera sobrevenir en este tiempo de ajustada transición.

El consenso en torno a los temas importantes, es algo que siempre puede lograrse, si se dialoga con todas las cartas sobre la mesa y con la efectiva intención de arribar a acuerdos, en base a concesiones recíprocas. No existe ningún rubro donde no sea posible llegar a coincidencias.

Eso es lo que requiere la república en estos momentos. Serenadas ya las pasiones inseparables de toda contienda electoral, hay que pasar a la etapa del entendimiento. Lograrlo ha de constituir una victoria tanto para los ganadores como para los perdedores del comicio. Sería una demostración de que todos se ponen a la altura de las circunstancias y que son capaces de mirar hacia adelante, teniendo como única mira el bien de la Nación.

La hora presente es nueva y demanda, por tanto, un espíritu nuevo para encarar sus desafíos. Hablamos de que, oídas todas las opiniones, se trate sinceramente de extraer de ellas las salidas posibles que resulten más beneficiosas para ese bien común, que debe ser el propósito de cualquier equipo de gobierno, tanto desde el poder como desde el llano.

Hace muchos años, el ilustre estadista tucumano Nicolás Avellaneda formuló, con vehemencia, una recomendación que no ha perdido actualidad y que merece ponerse en práctica. “Debemos –dijo en 1883- dar fuerza, consistencia, cohesión, a los elementos nacionales, y no empequeñecernos moral y materialmente. Seamos un pueblo argentino y conservemos los signos de una Nación que desarrolla su unidad y que la impone como una enseña, dominando las situaciones más diversas a través de los tiempos”.

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